Si Oviedo es una ciudad musical, a la que acuden los mejores directores y cantantes del mundo, no es por casualidad, es por una tradición que se remonta varios siglos y que se sustenta en profesionales que lo son por trabajo y vocación. Una de las familias que más ha colaborado a mantener tan alto el nivel musical de Oviedo es la familia Arévalo, con tienda en la calle Santa Cruz, en el centro del triángulo que forman el teatro Campoamor, el auditorio Príncipe Felipe y el teatro Filarmónica. Llevan dando la nota correcta desde hace tres generaciones, desde hace casi un siglo.

Jesús Ángel Arévalo es ahora la cara visible de un negocio que fundó su abuelo Alejandro Arévalo, cuando en la década de los años veinte aprendió el oficio atendiendo las explicaciones de un afinador madrileño. Dieron con la tecla y Jesús Arévalo hijo afina pianos desde que tiene 14 años. Parte de oficio y parte de profesión, enseñanzas de su abuelo y de su padre -también Jesús-, que aún sigue restaurando pianos, pianolas y todo lo que merezca la pena en el taller que la familia tiene en Colloto, un auténtico paraíso de esos llenos de magia, de polvo y de piezas que el profano no acierta a nombrar pero que son el alma de la melodía.

Arévalo, hijo y nieto, estudió en el Conservatorio Superior de Música de Oviedo, donde obtuvo el título de profesor de piano y cursó estudios de armonía, contrapunto, fuga y composición. Pero Jesús Arévalo es hombre de formación constante, así que estudió también dirección coral y de orquesta y realizó cursos especializados de afinación de pianos en Alemania y con ingenieros de Yamaha. Esos conocimientos le han servido para ganarse la vida, pero también para llenarla y embarcarse en proyectos como aquel «Rumbo a la fama», concurso precursor de los «talent show» y en el que colaboraba LA NUEVA ESPAÑA. Porque si hay algo que destaca en Arévalo además de su pasión por la música es su empeño en difundirla y en colaborar en todo aquello que sirva para esa misión. Es muy raro que diga que no a una idea siempre que esté relacionada con Oviedo o con Asturias. Apoya incondicionalmente a los músicos de aquí y no sólo les pone a punto los instrumentos, sino que les echa una mano en todo lo que puede. Lo hace porque él no sólo es el técnico, sino también el hombre que dirige una «big band» y que se evade tocando jazz.

Es un referente en el mundo de la música asturiana no sólo por su profesionalidad, sino porque se apunta a un bombardeo y suma su música a infinidad de grupos. Nacido en el 64 no duda en compartir escenario con chavales que en ocasiones son sus alumnos. Dentro y fuera del escenario se le quiere y se le aprecia. La música une y por mucho que Arévalo sea el jefe en su negocio sus empleados dicen que es «un encanto». En ocasiones trabajan juntos en la empresa, luego se suben juntos a los escenarios y luego se van de cañas porque quienes le conocen le aprecian y gustan de su presencia tanto en lo profesional como en lo personal. Ese cariño que le tienen se sustenta en un pilar muy sólido, la confianza. Jesús Arévalo confía en los suyos, nunca se pone por encima, acepta variaciones a la partitura porque la música se basa en sentimientos y no es una ciencia exacta, así que si algo logra emocionarle a él le encaja siempre, aunque no estuviese dentro del guión.

Es fácil ver a Jesús Arévalo subido a un escenario o brujuleando entre bambalinas. Puede que llegue el primero a los conciertos para que todo suene como debe. Lo hará siempre con una sonrisa, que a veces se torna nerviosa cuando él es el protagonista. Tipo divertido, sociable, y con cierto aire de genio loco en el vestir, le gusta pasear por Oviedo y reunirse con otros músicos fuera de los escenarios. Tomar algo es la forma de rebajar la tensión del espectáculo y del trabajo, pero no de quitarse la música de la cabeza porque es su forma de vida y las conversaciones siempre tienen ese toque especial. Lo que no quita las risas y las bromas.

Anda estos días atareado con su amigo Oliver Díaz, director de «El gato montés», que se presentará el martes en el teatro Campoamor dentro del XX Festival de Teatro Lírico de Oviedo. Arévalo es buena compañía durante los ensayos para que todo suene bien. Sus consejos de experto y amigo son escuchados con atención tanto en el foso del teatro como en cualquier bar cercano.

La música de Oviedo no se entiende sin la melodía de esta familia. Jesús Ángel Arévalo sabe que le debe todo a su familia y por eso honra a su padre, al que considera un verdadero artesano y mago de la restauración. Él es un aprendiz que evoluciona día a día, que se emociona día a día y que cuando escucha buena música, sea cual sea el estilo y el instrumento, nota como se le iluminan los ojos tras los cristales de las gafas.