Escenógrafo, autor del diseño escénico del musical «El alma de la melodía»

Luis Antonio Suárez Fernández (Ranón, 1951) tiene mente de arquitecto y alma de historiador. Suele mostrar sus aptitudes al público cuando sube el telón o es día festivo. Las grandes tragedias shakesperianas son sus trabajos más sonados y varios miembros de la realeza toman asiento en sus creaciones. La escenografía de la ceremonia de entrega de los premios «Príncipe de Asturias», el Día de América en Asturias y la cabalgata de los Reyes Magos llevan su sello. Volcado ahora en el musical «El alma de la melodía», que cuenta con el patrocinio de LA NUEVA ESPAÑA, ultima los detalles de la gira nacional que comienza el viernes en el Campoamor.

-El público asturiano ha visto ópera, zarzuela, teatro y conciertos de producción propia. ¿Faltaba un musical?

-Hace unos años era bastante impensable imaginar un musical hecho en Asturias. Si no fuese por una iniciativa privada, sería imposible hacerlo. Es un planteamiento a la medida de la región y de su sociedad, no al estilo de Broadway.

-¿Cuál fue su primera reacción cuando le ofrecieron el concierto?

-Me puse a pensar de inmediato en cómo iba a darle forma. Hacer la escenografía de un musical es más difícil que la de una ópera o una zarzuela, en la que siempre se parte de un argumento que hay que respetar. El punto de partida escenográfico de «El alma de la melodía» fue un guión del periodista David Serna y una posterior adaptación a la dirección teatral y a la música del espectáculo. El formato del escenario debía ser similar al de un concierto. A partir de ahí surgió todo lo demás.

-Entonces, ¿aceptó la propuesta en seguida?

-Claro. Me gustaba mucho la idea. La base musical es un repertorio de los temas estrella de la historia de la música, así que el éxito estaba asegurado. Nada es flojo porque todos los temas son de diez, desde «Jesucristo Superstar» a «Cats». Creí que podía llegar a convertirse en un clásico para todas las edades. La dificultad que entrañaba también era un reto. Hay que tener en cuenta que son doce actores, que a su vez son bailarines, y doce músicos. Debía adaptarme a todos los ingredientes.

-Es un reparto desconocido.

-Es una muy buena materia prima, sin resabios. No siempre el dinero ni la fama garantizan una buena obra. Además, en estos tiempos en que no hay demasiados medios la imaginación se exprime al máximo.

-Antes del musical, hay mucho trabajo como escenógrafo reconocido al más alto nivel. ¿Cómo empezó en el mundo de la escena?

-Empecé estudiando Arquitectura, luego derivé a Historia del Arte y acabé haciendo unos cursos de escenografía en Viena. Es curioso, pero al final uso todos esos conocimientos en el espacio escénico.

-¿Nunca se ha planteado salir de Asturias?

-Siempre es un deber estimular las cosas de aquí, los espectáculos asturianos. De todas formas, también salgo mucho fuera. Sin ir más lejos, con Amigos de la Ópera llevamos «Ifigenia» a Washington, pero el trabajo generatriz se hizo aquí.

-¿Se acuerda de su primera escenografía?

-Sí. Fue «La Regenta», durante las actividades que hacíamos un grupo de personas interesadas por el teatro en la Universidad. Fue en el ya desaparecido Laboratorio de Danza.

-Allí coincidió con grandes nombres de la escena asturiana.

-Mi época en el Laboratorio de Danza de finales de los años setenta fue una época muy auténtica y oxigenante, con compañeros como Emilio Sagi o Manolo Monreal. Ahora las condiciones sociales son muy diferentes pese a la crisis económica y los movimientos sociales. Salir de un período represivo y pasar a otro abierto fue el motor de muchas expresiones artísticas.

-Ha colaborado mucho con el Ayuntamiento.

-Desde la cabalgata de Reyes hasta el Día de América en Asturias, pasando por la reciente reforma del salón de plenos del Ayuntamiento.

-¿Cuáles son sus aportaciones al escenario de la entrega de los premios «Príncipe de Asturias»?

-Me hice cargo a partir de 1998, después de que lo llevase otro escenógrafo ovetense, Julio Galán. Insistí en la limpieza escénica, en eliminar los reposteros, las alfombras persas... De momento, si no se cambia el teatro Campoamor por otro recinto para el evento, la escenografía no necesita grandes cambios.

-¿Oviedo necesita renovar sus escenarios?

-El Campoamor pide una puesta al día para las nuevas técnicas teatrales. Sobre todo, renovar la caja escénica, un nuevo peine, nuevas luminarias y motorización. El Filarmónica y el Calatrava no cuentan. El primero no da juego porque no tiene un ancho suficiente para buena parte de las obras. El segundo es complicadísimo. Casi no se puede oscurecer porque todo es blanco, el suelo y las paredes. La luz rebota y apenas se puede colgar nada porque se deteriora rápidamente.

-¿Tiene un estilo propio?

-Me gusta diseñar algo que tenga una aplicación inmediata y que sea funcional. No me gusta el esteticismo gratuito o porque sí.

-Su mayor reto.

-Sin duda, una clínica dental.

-Explique eso.

-Una persona que apenas conocía me encargó el interiorismo de su negocio. Al parecer, le había encantado el diseño de escena de «Macbeth» y pensó en mí para su clínica dental. No sabía a qué iba a enfrentarme. ¿Tenía que ser algo aséptico, frío o que transmitiese confianza? Era un ejercicio completamente diferente al de la escenografía de una ópera. Lo hice y le gustó.

-¿Las escenografías cree que son infalibles?

-¡Claro que no! En «Macbeth» había dos torres hechas con placas de nueve metros de altura. El fantasma salía por una de ellas y justo en una escena de tensión todas las placas se vinieron abajo. El público vio toda la tramoya que había detrás, pero hubo que seguir con la representación. Desde entonces, no me fío del pegamento. No hay que olvidar que la ópera está a sólo un paso de lo sublime y de lo ridículo, hay que saber medir muy bien la interpretación y la escena.