José Luis García Vigón tuvo una despedida como sin duda le hubiera gustado: solemne por una parte y sencilla y familiar por otra. De la primera se ocupó la institución a la que perteneció durante toda su vida, como sacerdote católico que era. Doce curas concelebraron la misa funeral bajo la presidencia del arzobispo, Jesús Sanz Montes, quien, como es habitual en él, se implicó personalmente no solo con su presencia sino también con la calidez de su palabra. De la despedida popular se encargaron en masa los vecinos de un valle que puede cambiar de nombre -Hueria de San Andrés, Hueria de Carrocera o la Hueria sin más- y hasta de actividad, por mucho que lo haya marcado la minería, pero no de forma de ser y estar. De allí era José Luis García Vigón, y hay cosas que no ocurren en vano.

Pepe Luis, como le llamaban sus allegados, compartía su vocación de cura con la de personaje. Por su carácter extravertido y su actitud emprendedora lo hubiera sido en cualquier parte, pero el Cristo de las Cadenas, por su peculiaridad estratégica, le ofreció una plataforma ideal que no dudó en aprovechar. Por eso, aunque fue titular de cuatro parroquias en distintos sitios de Asturias, acabó siendo conocido como el Cura el Cristo, ya que lo fue por antonomasia. La fama que consiguió en el santuario ovetense no se libró, sin embargo, de críticas, pues no pocos le reprocharon una preocupación excesiva por los aspectos mercantiles de la gestión parroquial, dedicación que parecía casar mal -él, por cierto, tan casamentero- con la actividad puramente pastoral. Pero un balance tiene necesariamente dos columnas, con lo que a cada asiento le corresponde una contrapartida. Desde su condición de empresario y, sobre todo, de economista, su hermano Severino tuvo la oportunidad de desvelarla cuando, en el tanatorio, comentó ante unos amigos que, al poner en orden las escasas pertenencias del recién fallecido, encontraron como único objeto de valor un décimo de lotería sin jugar, quizá regalo de alguna visita reciente. Y que él, a la vista de ese inventario, había comentado a sus hijos: «Ya veis la fortuna que os deja vuestro tío». Para añadir: «No tenía nada porque lo había dado todo».

No es mala herencia para un cura, el que fue y será del Cristo, aunque a la hora definitiva haya vuelto a Cocañín, sobre el valle de la Hueria, para quedarse para siempre.