Según el último barómetro del CIS del pasado mes de mayo, la Iglesia católica, con un 3,55, es de las instituciones peor valoradas en España. Se constata así el distanciamiento entre la Iglesia y la sociedad española precisamente cuando ésta la necesitaría más, si miramos a nuestra historia reciente. Ante el descrédito institucional generalizado, es más que probable que esta cifra haya pasado absolutamente desapercibida (si no despreciada) para la Conferencia Episcopal. Tal como ya lo fueron otras tantas de otras decenas de estudios de organismos públicos y privados.

Uno de los más completos, el informe sobre los jóvenes españoles elaborado por la Fundación Santa María, es una radiografía de alta resolución de los chicos de 15 a 24 años y su opinión y actitudes respecto a la familia, la religión o los medios de comunicación, entre otros. En la última edición de este estudio (que data de 2010, pero es de plena actualidad), la socióloga Maite Valls analiza la parte correspondiente a las creencias religiosas. En referencia a la práctica religiosa, Valls sostiene que «casi un 62% de los jóvenes españoles afirma no asistir nunca o prácticamente nunca a la iglesia. Sólo un 7% cumple con el precepto dominical de ir a misa, un 5% acude a la iglesia una vez al mes y un menor número de jóvenes, un 2%, acude más de una vez a la semana».

No obstante, no hace falta referirse a sesudos informes sociológicos para confirmar una realidad fácilmente constatable: la desafección de los jóvenes con la Iglesia católica. Basta con darse un paseo por Asturias (o por cualquier otra provincia española) la mañana de cualquier domingo para sentir la soledad que refleja la mayoría de templos asturianos. Soledad que, si acaso, rompe un reducido grupo de feligreses de muy avanzada edad.

En este contexto, tiene un valor muy especial la labor del sacerdote José Ramón Castañón (conocido por todos sus amigos como «Pochi») en la parroquia de los Santos Apóstoles de Oviedo. Cada domingo a las 11.30 ha conseguido congregar a cientos de cristianos de todas las edades dispuestos a celebrar la eucaristía en un clima de alegría, de complicidad, de participación, de auténtica comunidad cristiana. Un pequeño «experimento» en donde se transmite que la labor de todos, desde los más pequeños hasta los mayores, es importante. Más allá del catolicismo de guitarra y pandereta al que se les suele relegar, los jóvenes sienten que tienen mucho que aportar. Porque son ellos los que siempre dan su interpretación del Evangelio, con la intención de facilitar la comprensión de los más pequeños. Toda una responsabilidad que han sabido desarrollar con seriedad y constancia cada domingo. Efectivamente, esta parroquia hace un esfuerzo por que las iniciativas de los más pequeños suban al marcador. Aunque él no lo reconozca, esto sólo es posible gracias a «Pochi», que se ha convertido en un símbolo del compromiso con su comunidad... y, como decía Teilhard de Chardin, «los símbolos hacen pensar». Cada domingo, los símbolos de «Pochi» y sus palabras nos han hecho pensar a muchos cristianos, sabiendo atraer a los que estábamos en la frontera... hasta hoy, que se despedía de nosotros con palabras de ánimo y con lágrimas en los ojos.

Si queda algún atisbo de sensibilidad por parte del arzobispo de Oviedo, sabrá reconsiderar su decisión de traslado de este sacerdote y realmente valorar su labor en nuestra parroquia por encima de unas razones que nadie nos ha explicado, más allá de un supuesto acomodamiento (que nadie entiende). Los jóvenes y los que ya no lo somos tanto no sólo no estamos de acuerdo con esta decisión, sino con el procedimiento que lleva a tomarla. El fondo y la forma se nos hacen absolutamente inexplicables en un mundo como el de hoy. Este tipo de decisiones y posicionamientos de dirigentes eclesiales tienen la capacidad de centrifugar incluso a los que intentamos acercarnos a la Iglesia. Así lo reflejan las encuestas sociológicas actuales. ¿Cambiará esta tendencia en el futuro?