Decía: el estilo y la amenidad no están reñidos con el rigor y la precisión. Se refería a los farragosos artículos con que tratábamos de comunicar nuestros hallazgos científicos, para que los hiciéramos más breves, ligeros y directos. Pero ese «motto» es también un retrato personal del autor: Jaime Truyols Santonja, paleontólogo y maestro de geólogos, que se nos acaba de ir. El profesor Truyols, el «jefe» -como siempre lo llamamos, no como servil tratamiento, sino como manifestación de profundo respeto y aprecio-, era hombre de elegante expresión oral y escrita, fruto de la síntesis de su doble condición regional, catalana de nacimiento y formación, asturiana de elección y afectos. Respetuoso con todo y con todos, íntegro en sus convicciones, culto y entretenido en el relato de sus experiencias, fue desde el principio para discípulos y amigos (conceptos que con él solían confundirse) un personaje acogedor, atento y cariñoso, a quien trasladamos los temores y las preocupaciones inherentes a la vida profesional y competitiva que recién enfrentábamos y, más tarde, dudas e ilusiones en el devenir de incontables proyectos comunes.

Con rara generosidad, abandonó su propia carrera investigadora, brillante y distinguida, al advertir lo mucho que Asturias necesitaba conocer de sí misma, en un entorno geológico muy diferente del suyo. Asturias era Paleozoico, rocas y fósiles de animales marinos, principalmente invertebrados, de centenares de millones de años, constituyendo la mayoría del territorio, mientras que Truyols estudiaba terrenos más próximos a los actuales, de pocas decenas de millones de años, y medios continentales habitados por mamíferos depredadores y sus presas, representados en la provincia sólo en un puñado de localidades. Y así nos asociaríamos a un fantástico sueño que ha durado y llenado nuestras vidas. Los primeros ayudantes bebimos con ansia en las fuentes de sus extensos conocimientos, prodigiosa memoria y «savoir faire», y transmitimos a otros jóvenes los valores recibidos. Pero el «jefe» anduvo siempre cerca, como instancia última para los problemas más graves de las filosas situaciones que vivió la Universidad en los últimos tiempos del franquismo y el largo período de la Transición. Y navegamos bien abrigados bajo la bandera de la bonhomía y la estabilidad que nuestro piloto, igual que un gran manchón de aceite lanzado a las olas durante la tempestad, nos procuró en cada crisis. Además, con certera visión del futuro orientó nuestra singladura hacia otros países y otros grupos de los que aprendimos mucho, pero a quienes también enseñamos cómo era nuestra región y sus peculiaridades geológicas, lo que nos permitió integrarnos de lleno en la comunidad científica internacional y ganar general aprecio.

Fue una maravillosa aventura, pero de amargo desenlace que el «jefe», por fortuna, no llegó a sufrir, perdido en la piadosa amnesia de su avanzada edad. La extensa gama de investigación que alcanzamos, con especialistas en toda suerte de fósiles de animales macro y microscópicos, se ha reducido drásticamente como consecuencia de una política radical de prejubilaciones «para rejuvenecer las plantillas», la crisis que impidió tal renovación y el inexorable paso del tiempo que alcanzó de lleno al equipo. La mayor parte de los paleontólogos que siguen en el departamento, personas capacitadas y entusiastas, soportan un estatus administrativo precario y se han visto obligados, además, a doblar sus prestaciones docentes para cubrir las numerosas bajas, de manera que resulta impensable que puedan asumir, aunque lo deseen, los campos de estudio, bibliotecas y colecciones de sus predecesores. Negro final de una gran obra que el llamado «Grupo de Oviedo» puso en la órbita paleontológica y que influyó decisivamente en convertir Asturias y el resto de la cordillera Cantábrica en una región de referencia en los estudios de la historia antigua de la Tierra.

Hoy que, con profunda pena, despedimos al padre intelectual de la colosal empresa, el profesor Jaime Truyols, añoramos la llegada de otros personajes como él, iluminados, entusiastas y desinteresados, capaces de vencer el pesimismo de la época para reverdecer una vez más la hermosa e interesante disciplina paleontológica. Y nosotros que lo veamos.