Concierto de clausura del Festival de Verano, no en el arqueológico claustro como escenario habitual, sino en el Auditorio. Llama la atención, y es una lástima a estas alturas, que el programa de mano no incluya información esencial sobre las obras interpretadas, independientemente de que no haya espacio para unas notas al programa. De la obra ganadora del IV Concurso Magistralia de Creación Musical para Mujeres Compositoras titulada «Obertura Operatic Breaches», de la compositora Singji Hong, no aparece ni lugar ni fecha de nacimiento, o del concierto para piano de Beethoven, del que no constan los movimientos -el público no tiene por qué tener esta información de antemano-, o de la suite de «El lago de los cisnes», sin rastro de las partes seleccionadas, ni mención de que es la suite de un ballet, ni tampoco el opus de la obra. Pero es que, además, Chaikovsky no llegó a realizar, como era su intención, la suite de este ballet, así que cada director selecciona las partes del ballet según su gusto personal, con lo que es imposible saber de antemano cuáles van a interpretarse. Las obras para ballets exigirían, además, una mínima presentación, ya que es una música separada de la escena, sin parte esencial del proceso creativo para el que han sido creadas, expuestas sin discurso argumental. Una auténtica lástima. Algo positivo es que el precio de las entradas con respecto al pasado año ha bajado. Es un acierto utilizar este concierto -y diseñar otros-, para acercar la orquesta ovetense a un público mayoritario, no habitual.

Singji Hong (Seúl, 1973) -añadimos algunos datos que pueden ser de interés- estudió composición en la Universidad Hanyang de Seúl y posteriormente en la Royal Academy of Music en Londres, haciendo el doctorado en composición con Nicola LeFanu en la Universidad de York en el Reino Unido. Singji Hong presenta una obra de texturas en la que destaca muy sobresalientemente el dominio de una amplia paleta de recursos en la orquestación milimétricamente trabajados, que pueden ser simplemente hermosos o tornarse inquietantes, pero siempre a través de sutiles transiciones, o con lacónicos y repetitivos motivos rítmicos como base para explorar un amplio, y propio, colorido orquestal. La compositora, presente en la sala, que ya ha sido galardonada en España en 2009 con el Premio Internacional de Composición Jesús Villa Rojo, recibió una calurosa ovación.

El «Concierto para piano n.º 1 en do mayor», op. 15 de Beethoven amplió, hacia atrás en el tiempo, las posibilidades de texturas traslúcidas, esta vez en una obra concertante. Aun con una interpretación muy cuidada tanto desde el punto de vista de la solista y, en general, del trabajo orquestal, resultó un poco descompensada en medios respecto al piano; o se reducen algo los efectivos orquestales o el solista tiene que imponerse en presencia sonora, algo que parece no corresponder con la sensitiva y delicada interpretación propuesta por Jáuregui. El «Allegro con brio» comenzó con un tempo algo diferente al que terminó; entre medias, Jáuregui fue imponiendo su pulsación y su buen hacer pianístico. Muy sensible, exquisito en la línea pianística, pero en el límite entre el caminar pausado y el lento caminar, abordaron el «Largo» central. El «Rondo. Allegro scherzando» despertó el brillo pianístico solístico de una Judith Jáuregui que supo interiorizar, y transmitir, su visión del concierto. De todas formas, quizás en los conciertos para piano de Beethoven no se alcance el grado de aproximación a la interpretación de la época. Beethoven, además de compositor, fue, como es sabido, un pianista virtuoso que se retaba en Viena con quien se pusiera por delante como si de un combate de boxeo se tratara. Precisamente este concierto se lo reservó para él mientras hizo carrera como virtuoso -sin ni siquiera autorizar su publicación-, y cuya cadencia de carácter improvisatorio sería todo un espectáculo en sí misma. A golpe de clic en Youtube, la versión de Zimerman es paradigmática, entre otras cosas, en cuanto al equilibrio entre orquesta y solista, o la espectacularidad de la cadencia de un astro Zimerman al cubo. Jáuregui interpretó de propina «Granada» de Albéniz, de transparencia y expresividad bellísimas.

En la segunda parte, «Oviedo Filarmonía» bajo la batuta de Álvarez interpretaron una amplia selección de «El lago de los cisnes» op. 20, con el que Chaikovsky inaugura el ballet sinfónico. El director asturiano ofreció su versión de una obra de repertorio que por su formación rusa le es próxima, con un trazo firme en sus líneas generales aunque un tanto excesivo en los fortes, en los que el viento metal y la percusión ocultaron parte del discurso de la cuerda esforzada en una cascada de notas en ocasiones apenas perceptibles. La orquesta mostró su gran potencial, también con solos destacadísimos, en primer lugar el del concertino Andrei Mijlin, o del oboe de Jorge Bronte. Hay que felicitar a la orquesta por su entrega, y presencia, sobre el escenario. A las diez y media de la noche salimos del Auditorio -habría que medir los tiempos-. Antes, para finalizar, César Álvarez preparó como propina el tema principal de la película «Quemado por el sol», con música del compositor ruso Edward Nikoláyevich Artémiev (1937). El solo del violonchelo de Gabriel Ureña fue una última delicia en la larga velada.