Cuando Oviedo estrenó el depósito de aguas de Pérez de la Sala, construido entre 1872 y 1876, pensaron los ovetenses que con ello terminaba la larguísima zozobra de la escasez de agua en esta tierra lluviosa. Pero no fue así, y ya en 1882 hubo gran sequía que se prolongó hasta septiembre de 1884, con muy grandes problemas de abastecimiento y rogativas por las calles de la ciudad.

Aquel depósito de aguas, situado en lo alto de un caserío que no parecía tener planes de seguir creciendo por allí, no trajo la paz de las aguas porque los problemas seguían y la ciudad trepaba. En 1900 llegaron las primeras aguas de una nueva, arriesgada y costosa obra que canalizaba las aguas de la zona del Aramo. Para 1911 ya está aquello concluido y de eso hace más de un siglo. Se hace un nuevo depósito en El Fresno y tanto uno, el de Pérez de la Sala, como el del Fresno ya no son ni siquiera arqueología, en una ciudad tradicionalmente injusta con sus aguas.

Sobre el depósito de Pérez de la Sala, obra de singular belleza de arquitectura e ingeniería, creció el Auditorio, que ejerce una indudable labor y el agua cambió de signo por allí. Es el caso que la plaza de La Gesta, que tuvo durante un tiempo, edificado ya el Auditorio, unas fuentes que eran pálido remedo de lo que habían sido los airosos arcos que almacenaban el agua y que desaparecieron en una reforma. Alrededor del edificio se hicieron un par de estanques para placer de las palomas. Uno sigue dando a la plaza y el otro fue eliminado porque daba filtraciones y ahora es un jardín al estilo del de Longoria Carbajal, hijo del ruido. Años ha hubo también breve estanque alrededor del ángel mártir de la fachada de la iglesia de San Francisco, que también desapareció porque en esta tierra, oficialmente húmeda, las aguas domesticadas no resultan.

Lo último es lo de la lámina de agua que lamía la cristalera dela Auditorio, deteriorando la belleza del vidrio, que acababa de renovarse. Está muy bien así.