Javier NEIRA

Violetta, la traviata -la extraviada, la perdida- pasó del amor a la muerte en dos horas sobre las tablas del teatro Campoamor de Oviedo según una historia archiconocida pero que no por eso dejó de emocionar: la verdadera calidad puede con cualquier repetición tediosa. La soprano Ailyn Pérez y el barítono Gabriele Viviani, excelentes; muy bien el tenor Aquiles Machado y la mezzo ovetense María José Suárez; de matrícula la escena y la circulación, a cargo de la directora carbayona Susana Gómez y el maestro Montanaro sacó de la orquesta Oviedo Filarmonía todo lo bueno que tiene que es mucho. Al final la ovación fue de seis minutos y cuarenta y seis segundos. Verdi sin duda sonrió de felicidad es su doscientos cumpleaños viendo tanto buen hacer y tanta afición. Ah y el coro, magnífico con el maestro Aizpiri.

En el palco principal, el alcalde Agustín Iglesias Caunedo.

El preludio se tocó con la soprano Ailyn Pérez, como Violetta, agonizando en una chaise longue -el efecto temporal ya está en Dumas- en medio de un escenario de espejos que iluminaban la sala.

Violetta canta "me confío al placer pues con semejante fármaco suelo adormecer mis penas". Es un mundo donde "la amistad va unida al placer". Temprano empezaron los éxitos de la norteamericana.

El brindis, brillante y poderoso, metió en danza incluso al sector del respetable más frío. Susana Gómez dio un lección con los hombres del coro acercándose a Violetta, copa mano, mientras las mujeres -vestidas como la marquesa de Llanzol- miran recelosas de reojo.

Eso es amor canta la cortesana, eso es amor repite Alfredo -el tenor Aquiles Machado- colado como un crío. En el dúo, Ailyn ofreció mil agilidades y filados. Machado la siguió en calidad. Amor misterioso con Violetta como Gilda y su inmortal guante quien atacó después un pasaje especialmente desolador mientras Alfredo, fuera de escena, sigue cantando entre mieles. Una gran ovación los premió.

Los enamorados llevan meses viviendo justos en el campo. Alfredo canta su pasión - "aquí junto a ella me siento renacer"- seguida de otra salva de aplausos y parte hacia París en busca de dinero: no pueden vivir como los lirios del campo.

Y en ese punto todo se tuerce. Llega Germont, el padre de Alfredo y se desata una larga, sobrecogedora y excelente escena según se vio ayer. El joven barítono Gabriele Viviani -nieto del leñador de Puccini- canta lo que quiere y más. Soprano y barítono estuvieron en el mejor nivel. "¡Piangi!, ¡piangi!" invita Germont y Violetta cede a las conveniencias, aceptando abandonar a su amado: un sacrificio por amor al cubo. Regresa Alfredo, Violeta se despide y canta "Amami, Alfredo!", con una intensidad y calidad hasta las lagrimas. Germont canta entonces "Di Provenza" -el himno de la burguesía carbayona según algunos observadores- mezcla insuperable de contrarios: música sublime con intención canallesca. El público aplaudió emocionado en todos los sentidos.

De nuevo en el París de la última nobleza, la burguesía ascendente, y las gitanillas y toreros de ocasión, Alfredo muere de celos y humilla ante todos a Violetta. "Es digno de desprecio quien ofende a una mujer" le dice Germont, muy bien como toda la noche, y la tensión culmina en un concertante muy hermoso. Ovación cerrada.

Tras el descanso Violetta agoniza y canta "Addio del passato" especialmente conmovedor ayer. Llegan el padre y el hijo tarde, mal y nunca. El arrepentimiento llena la escena. Violetta se considera compensada por unos minutos de amor. Cinco voces al tiempo como cierre, el violón recuerda que "eso es el amor" y hasta la eternidad. Gana la muerte en una ópera tan católica. Y la música.