Examen superado con nota, visto el resultado del concierto inaugural del I Ciclo de Música Antigua y la respuesta del público. Reto atractivo y expectante el que arrostraba desde este primer paso la Joven Asociación de Musicología de Asturias que, con escasos o casi nulos apoyos pero sobrada de tesón, se lanzó a plantear un ciclo cultural y musical fuera de los habituales circuitos de teatro, auditorio, abonos e intérpretes «de copete» asentados - y necesarios- en la capital. Este I Ciclo de Música Antigua / Sones de la Historia se antoja cercano para interesados, público plural, curiosos, estudiosos o músicos, que fueron mayoría en la tarde del jueves en el encuentro programado para el patio del palacio de Velarde del Museo de Bellas Artes.

María García, miembro de la Joven Asociación de Musicología de Asturias y experta en gestión cultural e investigación del mercado de Música Antigua y Mario Guada, componente del coro León de Oro y perteneciente a dicha asociación dieron la bienvenida al numeroso público y explicaron el porqué de este proyecto, su compleja creación y las esperanzas que la Joven Asociación de Musicología de Asturias tiene puestas en su crecimiento.

Uno de los requisitos planteados es la intercomunicación entre artistas y público y, como estreno sobresaliente, así lo supo plasmar la pareja de excepcionales intérpretes que conforman Raquel Aduenza (voz soprano) y Jesús Fernández Baena (tiorba). Estos dos reconocidos intérpretes que llevan varios años rescatando, traduciendo y mostrando por media Europa las partituras o composiciones de autores conocidos u olvidados del siglo XVII actuaban por vez primera en Oviedo y se presentaban para ello con un delicado y eficaz programa («D'amore e tormenti») para «El amor profano y espiritual en la Europa del siglo XVII». «Folle è ben che si crede» de Merula abrió la velada y fueron de agradecer las sencillas explicaciones aportadas por la cantante, que guió al público hacia épocas pasadas de arias, madrigales o cantantes, aunque, como ella misma indicaba, «no tan ajenas a los tiempos de hoy en día donde los grupos de pop siguen cantando al amor y al desamor». «Cierto es -apostillaba con humor la soprano- que en aquellos siglos, los hombres parecían sufrir de otra manera». Entregando desde ese siglo XVII obras de intérpretes italianos, la pareja supo conducir al público por el sentido trágico, hiriente, doliente, relamido y ocasionalmente teatral (por no decir teatrero) que juglares, amantes despechados o no correspondidos regalaban a sus amadas, indiferentes o crueles en su respuesta o en ausencia de ésta. Una bella lección musical y literaria seguida de «L'Eraclito amoroso» (Strozzi) o «L'Augellin» de Landi y la parte instrumental para la claridad de la tiorba en la «Toccata arpeggiata» de Johannes Hieronuymus (Girolamo) Kapsberger. Dolor, amor y desamor, la muerte en puertas por tanto sufrimiento, fueron fluyendo hasta llegar al «más claro y puro amor materno» con la bellísima añada «Figlio dormi», igualmente de Kapsberger, y romper con la estridente, compleja, agitada y cromática pieza «Son ruinato, appasionato» de Bededetto Ferrari, que la soprano supo teatralizar desde su voz hasta el punto de imaginarse fácilmente al amante en su «bufonesco y exagerado papel de italiano despechado» mesándose los cabellos, implorando al cielo, rompiéndose la camisa ante tanto dolor. Fue largamente aplaudida. La exposición de «furores» de aquella época, plena de oxímoros y éxtasis carnal y espiritual fue cerrada con «Si dolce è il tormento» de Monteverdi y el regalo adicional de una pieza cantada en español, en el original, de Jean-Baptiste Lully. Un primer paso para este ciclo de música y conferencias sobrado para avalar su éxito futuro.