Oviedo se despertaba un 11 de agosto con la noticia de uno de los hechos más tristes de su historia reciente. Las joyas de la Cámara Santa de la Catedral, concretamente la Cruz de la Victoria, la Cruz de los Ángeles y la Caja de las Ágatas, habían sido robadas, y con ellas el corazón de miles de asturianos. Corría el año 1977, en plena transición política, acababan de celebrarse las primeras elecciones libres y el sentimiento autonómico aún era algo muy difuso en una Asturias que sufría dos largas huelgas en el transporte y la hostelería.

La noticia corrió como un reguero de pólvora por toda la región, y los ecos de lo que ya se consideraba como una tragedia resonaron en toda España. Los primeros días fueron de incredulidad y de consternación, hasta que el día 14 de septiembre el ladrón fue detenido y aparecieron parte de las joyas. Durante esos días Asturias vivió en plena conmoción, quizá descubriéndose, a través de los símbolos robados, como una comunidad con identidad propia.

José Domínguez Saavedra es el hombre que puso en vilo a todos los asturianos y la persona que con sus actos arrancó un pedazo de la historia de la región. Este gallego, un simple delincuente habitual que por aquel entonces tenía 19 años, escondió parte de las joyas en Gijón antes de escapar a Portugal, donde fue detenido cuando se dirigía a cometer otro atraco.

La forma en la que se sucedieron los hechos todavía sigue siendo un misterio y tiene algunas preguntas sin resolver, pues la Policía afirmó que era imposible que el robo lo hubiese cometido una sola persona, sino que debía de tener un cómplice. Pese a estas suposiciones y rumores, se cree que los hechos se produjeron así:

El día 9 de agosto de 1977, hacia las siete de la tarde, José Domínguez Saavedra entró en la Catedral y se escondió hasta que se cerraron las puertas. Una vez solo en templo, ya de madrugada, subió a la torre románica y se descolgó hasta el vestíbulo de la Cámara Santa, donde forzó la puerta y se hizo con el botín.

A la mañana siguiente salió de la Catedral y fue en taxi a Gijón, un dato que nunca fue confirmado, donde días más tarde aparecerían las joyas. Poco después las mujeres de la limpieza descubren, horrorizadas, el robo. La noticia se expande por toda la región en cuestión de horas. Asturias se paraliza, sobrecogida.

El 16 de agosto la Cámara Santa se abre de nuevo al público y son numerosos los visitantes que se acercan a ver los desperfectos. El día 17 la Policía consigue las huellas de Domínguez Saavedra y el 19 logra localizarle, aunque el delincuente consigue huir tras dejar una bolsa con docenas de piedras procedentes del robo.

El 13 de septiembre Saavedra es detenido y el día 15 aparece una parte importante de las joyas es una escombrera en Gijón, cerca de la fábrica de Moreda.

La condena fue unánime en toda España, como demuestran los titulares del día en la prensa nacional. «El País» hablaba de «un robo a España entera», el diario «Ya» de «una ofensa a todo el Estado español».

Por aquel entonces era arzobispo de Oviedo Gabino Díaz Merchán, gobernador civil de Asturias Aparicio Calvo-Rubio, deán de la catedral Demetrio Cabo, alcalde de la capital Félix Serrano y ministro de Cultura Pío Cabanillas. Todos ellos reconocieron su parte de culpa, ya que las condiciones de seguridad del recinto no eran las más adecuadas.