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El Otero

Sorpresa sobre el asfalto

La necesidad de abrir los ojos para poder ver las maravillas que alegran la vida

Sorpresa sobre el asfalto

Leo diariamente la prensa de cabo a rabo, con mayor inclinación, claro, hacia las noticias que tienen a Oviedo como telón de fondo. Escucho algún boletín de noticias en la radio. Procuro ver alguno de los informativos nocturnos de TV. Siempre atento a la noticia, aunque, confieso, cada vez me resulta más cansino; suele ser más de lo mismo, como habitúa a decir mi ídolo Homer Simpson: "me aburrooo". Por eso me agrada que algo me sorprenda.

Arrecia el viento sobre la ciudad en estos días invernales. Debe de andar el grajo volando bajo porque hace un frío del carajo. Tan pronto llueve, como el sol saluda, eufórico, entre las nubes veloces. Bajaba en coche por la avenida del Cristo, con más tráfico del que me gustaría, cuando vi, en medio de la calzada, ¡palabra!, aguantando el tipo entre el tráfico procesional y el viento cabezón, una planta de flores rojas. Como salida de la nada, aunque aun a riesgo de perder cierto romanticismo misterioso, supongo volada de algún tiesto cercano. Pero allí permanecía, sin moverse y sin que nadie pareciera percatarse de ella. Tuve la suerte de que el semáforo me detuviera a su lado y así pude quedar observando la escena un rato. Bajé la ventanilla para comprobar si el viento daba tregua. No. Y ¡oye!, allí seguía cual esfinge, como una imagen rescatada de alguna película surrealista, en medio de la carretera. Por si esto fuera poco, una persona empezó a tocar el acordeón y ya el conjunto fue para nota. Y la gente, como si nada, para arriba y abajo en su cotidiano deambular. No me negaréis que hay cuadros que son, cuando menos, curiosos. Rompen con una previsible cotidianidad y te asaltan y conmueven porque son capaces, por sí solos, de abrir un paréntesis chocante en una jornada previsible. Me quedé, absorto, contemplando las dichosas flores, hasta que el amable conductor que esperaba detrás rompió el encanto, faltaría más, con su estridente claxon.

Tonterías como esta -o no tan tontería- son las que sirven para cavilar un rato y llegar a la conclusión de que no hay por qué presuponer la noticia siempre agazapada tras los mismos matojos, que no necesariamente se la encuentra por los cauces normales; que lo esperable, por su condición innata, quizá no sea siempre lo mejor. Que la vida te puede sorprender en cualquier recoveco, simplemente, con abrir los ojos a lo que nos rodea. Que por fríos que soplen los vientos, aún en medio del estresante caos del tráfico mundano que nos rodee en nuestro diario bregar, puede aparecer, como la liebre del refrán popular que ya sabes cuándo salta, lo que nos haga abstraernos de una realidad, tristemente, no siempre amable y bondadosa.

Por desgracia, no es fácil hallar un bálsamo de Fierabrás que cure todos nuestros males como por arte de magia potagia, no soy un ingenuo, pero ¿a que no hay nada malo en obstinarse en dejarnos pasmar por sabe Dios qué en vete tú a saber dónde?

Miremos. Estemos atentos y dejémonos sorprender. Que no nos quiten también la capacidad de asombro. Que nadie nos privatice la esperanza. Que a ninguna mano oscura se le ocurra recortarnos la alegría, y que, ni mucho menos, ningún salvapatrias, ni propia ni ajena, nos expropie también nuestros sueños.

Doménico Estrada, escritor mejicano, lo decía también a su manera: "Allí está el fastuoso escenario de la vida para los que saben mirar un poco".

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