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Con la venia, don Carlos

Profesor minucioso y puntual, y asturiano que supo disfrutar de su tierra

Me entero en Galicia por LA NUEVA ESPAÑA de la dolorosa noticia del fallecimiento de don Carlos Cima, el que fuera profesor universitario y secretario judicial, además de asturiano ejerciente.

Tuve la fortuna de ser su alumno en los años ochenta de la asignatura Derecho Procesal de la licenciatura de Derecho, y es justo reconocer una triple virtud que no siempre abunda en la Universidad española. En primer lugar, su puntualidad y asistencia, sin faltar ningún "día hábil" a las aulas del edificio de San Francisco. En segundo lugar, impartió el programa de la asignatura por completo, de forma minuciosa, pasito a pasito, hasta cumplir su obligación con los alumnos. Y en tercer lugar, su humana accesibilidad, liberado de oropeles y presto a atendernos.

Consiguió aproximarnos el derecho procesal, con infinidad de definiciones, trámites y plazos meticulosamente ordenados. En sus clases nos inculcó el trípode en que se asienta el proceso civil (acción, jurisdicción y procedimiento) de la mano de la mejor doctrina procesalista italiana (Chiovenda, Carnelutti, Calamandrei), sabiamente acompasada con la entonces naciente escuela procesalista española (Guasp, Gómez Orbaneja, Prieto Castro o Fenech). Puedo recordarle llegando con su inseparable maletín, leyendo sus notas y mirándonos desde la tarima del aula por encima de sus lentes con unos ojillos vivos que le acompañarían siempre, propios de una sabia ardilla asturiana.

Su labor profesional como secretario judicial dejó huella en todos los que vivimos en el entorno de la justicia, demostrando una seriedad y determinación poco común al aplicar los principios del enjuiciamiento civil, tallados a golpe de amplísima experiencia. Su trayectoria culminaría como riguroso y hábil fogonero de la Secretaría de Gobierno del Tribunal Superior de Justicia de Asturias.

No es casualidad, sino más bien legado lógico, que sus hijos, Carlos y Manuel, vivan de la justicia, aunque en distinta trinchera.

Pero más allá de sus muchos logros profesionales (ganados, no regalados), por encima de todo, se encontraba un ser humano cálido, cercano y generoso. Un hombre festivo, paladín de la tonada asturiana y de la buena sidra, lo que lo encumbra como asturiano ilustre por la ciencia y por saber disfrutar con pasión de la tierra que lo vio nacer.

Tras su jubilación era fácil encontrárselo en la Biblioteca del Colegio de Abogados, en la Consejería de Cultura del Principado y, en general, en cualquier foro, presentación de libro o conferencia que tuviera por eje el derecho. Tuve la fortuna de saludarle hace poco más de un mes en el antiguo caserón de la calle San Francisco, pues tuvo la amabilidad de asistir a una charla que me correspondía impartir en el Paraninfo de la Universidad de Oviedo, y que precisamente versaba sobre cuestiones procesales. Aguardaba el comienzo sentado en un banco de madera (posiblemente con muescas de muchos de sus antiguos alumnos), apoyado en su bastón y mirando con serenidad la estatua del inquisidor Valdés Salas; me presenté para recordarle mi condición de alumno suyo pese a que con periodicidad discontinua me lo topaba de tarde en tarde en distintos eventos judiciales, momento en que me afeó que no le tutease, pero le repliqué que por razón de magisterio, trienios y respeto, para mí siempre sería don Carlos. Una vida plena gastada en nombre del derecho procesal y de Asturias.

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