El jesuita Alfredo Verdoy Herranz, profesor en la Universidad Pontificia Comillas, ofreció ayer una de las conferencias centrales dentro del ciclo organizado para conmemorar los 200 años de restauración de la Compañía de Jesús. Precisamente sobre la fecha clave de 1814 en que se restaura la orden versó su ponencia de ayer en el Auditorio Príncipe Felipe, en la que defendió el regreso de los Jesuitas como expresión de la necesidad de la sociedad de finales del XVIII y principios del XIX de "atemperar" el "cambio" que habían propiciado las ideas de la ilustración tras instalarse en todos la idea, resumió, de que "si los Jesuitas hubieran existido en los años anteriores y hubieran seguido educando, no se hubiera producido la Revolución Francesa".

La exposición de Verdoy, al que acompañaron en el acto el director del Colegio San Ignacio de Oviedo, Luis Ordóñez, el padre Martín Vicente y José María Cabezudo, coordinador de la Red Ignaciana de Asturias, comenzó con la lectura de una carta de Federico II de Prusia ("yo amaba a estos religiosos") en la que ya se profetizaba que un sucesor de Clemente XIV restablecería 41 años después la orden, tras una extinción, subrayó Verdoy, "injusta y con demasiados resquicios legales".

El religioso pasó a detallar las distintas vicisitudes sufridas por los hermanos en los distintos países europeos, los que estuvieron un año esperando en la isla de Córcega, casi sin medios para subsistir, para poder establecerse en los estados pontificios, los que no fueron al exilio, los que sólo pudieron seguir siendo sacerdotes o aquellos a los que les fue "bastante mejor", como a los ingleses, a los que mantuvieron en sus puestos.

Con todo, explicó, "los reyes protestantes, los ortodoxos, los que no pertenecían al catolicismo más estricto no van a hacer caso de la extinción y van a permitir que los Jesuitas permanezcan en sus lugares". Así, en Rusia se les permite que se sigan dedicando a la comunidad católica y a educar a la juventud. A pesar de los malos tiempos para la orden religiosa, la primera piedra para la restauración de los Jesuitas llega ya en 1787, cuando se les permite un noviciado cerca de Leningrado. "De alguna forma", analizó Verdoy, "supone la confirmación de un estilo de vida que la iglesia no permite que se hunda".

La clave, no obstante, llega con la Revolución Francesa, en especial en los años más duros de La Convención, en 1792, cuando se produce una deriva contra la iglesia y contra las órdenes religiosas. En ese contexto es cuando la opinión pública empieza a valorar todo lo que se había dicho contra los Jesuitas. La sociedad, contó Verdoy, "considera que las ideas de la Ilustración son causantes de un cambio que necesita, para ser atemperado, a las órdenes religiosas, que evitarán que no sean las ideas puramente democráticas, anarquistas, las que triunfen". Esa es la dinámica que lleva al reconocimiento de los Jesuitas por el breve Catholicae Fidei en Parma y a que Pío VII restaure finalmente la orden en 1814.