"Las señoras de mantilla aportamos realidad a la procesión. Nada más, no estamos para reclamar atención: la protagonista es Ella". Conchita Álvarez, cofrade del Santo Entierro y Nuestra Señora de los Dolores, siente "un respingo" que recorre todo su cuerpo cada vez que abandona el templo de San Isidoro el Real para acompañar y guiar -según el día- los pasos de las dos procesiones que organiza su cofradía. Lo hace de buen grado. Se apuntó hace ya siete años al grupo, que considera ya "una gran familia" que "no dejaría por nada".

La cofradía de Conchita Álvarez -una de las más antiguas de la ciudad, con una fecha de fundación anterior a 1652 y refundada en 1995- sale dos veces durante la Semana Santa. En la primera procesión, la del Santo Entierro, Conchita Álvarez carga el paso del Cristo Yacente sobre sus hombros, igual que otras mujeres de la cofradía. "Se vive de forma distinta porque cada procesión también representa un momento diferente de la Semana Santa", indica. Así, el Viernes Santo la carga se hace más pesada no sólo por el peso que porta sobre sus hombros, sino por el momento de dolor -la muerte de Cristo- que rememora la procesión. Al día siguiente, Conchita Álvarez descubre su rostro para ocupar otro lugar bien distinto en la procesión, esta vez como señora de mantilla.

Estas damas son uno de los atractivos de la procesión de la Soledad, que parte del templo de San Tirso el Real el sábado por la mañana, en las horas previas a la resurrección de Jesús, para acompañar a la Virgen en su soledad. El paso de Nuestra Señora de los Dolores va escoltado por varias hileras de cofrades de riguroso luto ataviadas con mantilla y peineta. Colgado al cuello llevan un corazón atravesado por un puñal, emulando al de la imagen de la Virgen. En las manos, un rosario de color blanco. "Pienso que lo que aportamos en la procesión es un sello de realidad y acompañamiento, madres que sufren con otras madres", indica la cofrade del Santo Entierro. Aunque su presencia es aplaudida y elogiada, ella piensa que los reconocimientos se los debe llevar otra señora, la Señora de Oviedo.