Gustavo Bueno llegó a la capital en los años 60 para ocupar una cátedra en la Universidad de Oviedo. Dejaba atrás una ciudad parecida, Salamanca, también marcada por la presencia universitaria y por la preeminencia de la Iglesia católica -"estaba en lo que se llamaba el cinturón de incienso"-. Pero frente a la apariencia ideológica monolítica se encontró una realidad más diversa, más atrevida y crítica de lo que parecía desde lejos. Ese sentido crítico, junto con el amor a la música, "que se remonta a su historia como corte, origen de un imperio, y como ciudad de liturgias", es una de las características de la capital asturiana que destaca el filósofo riojano.

-Cuando llegó, ¿se encontró una ciudad estirada y burguesa?

-Eso es fama, una reconstrucción desde fuera que además no acierta. En Salamanca, en aquellos años 50, el que no iba a misa se lo callaba, lo hacía casi a escondidas; cuando llegué a Oviedo me encontré que la gente que no iba lo decía tranquilamente, y en la Universidad más o menos podías decir lo que quisieras, siempre que evitaras la palabra "Franco". A mis clases iban policías, y apuntaban, por ejemplo, el número de veces que citaba a Marx. Pero podía hablar tranquilamente de Aristóteles, de Voltaire, porque en realidad no se enteraban de nada.

-¿Encontró la ciudad que se esperaba cuando optó a la cátedra?

-Yo tenía ya muchas referencias sobre Oviedo, era una ciudad que tenía significado para mí. A través de Emilio Alarcos, por ejemplo, con el que ya mantenía relación, pero también era para mí la ciudad de Feijoo. Había leído "La Regenta" y había empezado a veranear en Llanes. Me encontré una ciudad a la vez parecida y diferente a Salamanca, donde había un islote en la Universidad y una pequeña élite ilustrada y el resto eran campesinos. Aquí, fuera del marco universitario había cultura. Un vecino mío, por ejemplo, era hijo de un secretario de Azaña. Desde la perspectiva actual, el franquismo parece monolítico, pero en aquellos años 60 ya estaba siendo superado no por luchas ideológicas, sino por el desarrollo del país, que en Asturias se notaba en aquellos años mucho más que en Salamanca. Si en Salamanca se te rompía el coche y necesitabas una pieza, poco menos que tenías que encargársela al herrero. En Oviedo, y en las ciudades de su entorno, el desarrollo ya había llegado, ibas a un taller, te lo arreglaban y punto.

-Eso se trasladaba de alguna manera al ámbito social.

-Era un cambio social imparable. La Universidad pasó de tener 6.000 alumnos a 30.000. El Concilio Vaticano hizo temblar a la Iglesia católica, propició un diálogo con el marxismo. En la Universidad había una brillante colaboración entre facultades, organizábamos seminarios, intentábamos enriquecer el conocimiento. Esa tradición se acabó, creo, en los años 80. Recuerdo que fui a un departamento a preguntar a un profesor si daba una conferencia y me hizo un gesto con dos dedos preguntando cuánto pagas. Era algo que no se hacía por dinero, y al final murió. Ahora se ha encumbrado la ciencia, el conocimiento científico fragmentado, que es un conocimiento idiota, en el sentido griego del término, que se refiere al que sólo va a lo suyo, sólo mira hacia sí mismo. Es un conocimiento que busca saberlo todo de algo y nada de todo lo demás. La ciencia no trata del origen del mundo, trata del origen de mi habitación. El conocimiento científico no agota la realidad, sólo pretende describirla. Y ante esa pretensión científica, se empieza a hacer cultura barata y filosofía barata. En los medios de comunicación se habla de la filosofía de cualquier cosa; oí una vez decir que la filosofía de una ciudad andaluza podía resumirse en tres palabras: jamón, jamón, jamón. Así estamos.

-Antes, para usted, la cosa pintaba mejor.

-Bueno, hubo una época en la que el mayor filósofo de España era, de pronto, Zubiri. Todo el mundo había leído la "Esencia" de Zubiri, yo creo que porque mucha gente creyó que era la segunda parte de una novelita de ciencia ficción que se llamaba "Mono y esencia". Si no, no se explica. Porque era un libro escolástico insoportable. Pero en la Universidad había un ambiente muy distinto, y entre los estudiantes también. Esperanzado. Hubo una época concreta en la que fue posible el intercambio de ideas de personas de distintas creencias o ideologías en tertulias. Recuerdo por ejemplo a un alumno, un anarquista, que se fue a vivir a Ibiza, y luego un profesor de religión que me consideraba poco menos que la encarnación del mal, porque para él el hecho de hablar de Marx era ya sospechoso. Escribió una obra rarísima, delirante: "Las catorce razones por las que Doña Carmen Franco puede ser reina". Aquel ambiente ahora es impensable: tenemos grabado en el disco duro que el que no está conmigo está contra mí, el que no es mi amigo es mi enemigo; es o conservador o progresista, y ponen esa etiqueta, y ya está. Es de los míos o no.

-Ha hablado del libro de Zubiri sobre la esencia. ¿Cree que Oviedo tiene en cierto modo una esencia, algo que le es propio y se mantiene pese al paso del tiempo?

-Podría describir y decir que es una capital de una comunidad uniprovincial, una cosa así de seca, y sería cierto. Porque parte de la esencia de Oviedo es que es capital, que aquí se cruzó el camino del Norte con el camino a Castilla, que aquí se creó la corte de Alfonso II, que dio origen a un imperio. Creo que ese carácter de corte ha marcado la esencia de Oviedo, y también la presencia religiosa, la liturgia real y religiosa. Creo que le dejó una tradición cultural y que de ahí sale el amor a la música.

-Música que los ovetenses escuchaban en la Catedral, por ejemplo.

-Sí. La educación musical marca, yo hacía a mis alumnas, en Salamanca, escuchar y escuchar música. Luego vine a Oviedo, que era una ciudad en la que pasaban muchas cosas. Yo era amigo del organista de la Catedral, don Ángel, que era riojano, muy piadoso, y me tenía por un individuo muy temible, pero me contaba cosas de monjas y curas. "Fíjate, fíjate lo que pasó", me decía. Me contó que en un convento tras la muerte de una monja se descubrió que era un hombre, que estaba allí escondido desde la Guerra Civil. Imagina... Había una manga ancha, de hecho, que contrastaba con la versión oficial.

-Y el futuro de Oviedo, ¿cómo lo ve?

-Pueden pasar cuarenta mil cosas, está por escribir. Sería como recurrir al Calendario Zaragozano, que la gente lo sigue comprando. Imposible adivinar por dónde puede ir, estamos viviendo tiempos muy movidos. Puede pasar cualquier cosa.

-Como en la época de la Transición.

-En esos años España sufrió un gran cambio, pero no por la Transición, sino por la realidad, que se impone. El desarrollo fue imparable. Por ejemplo, si ahora el Príncipe de Asturias es rey, con una reina de Oviedo, sin duda tendrá impacto para Asturias y será importante para la ciudad. Pero es un momento realmente muy confuso. Creo que la Casa Real precipitó la abdicación del Rey ante la posibilidad de que el PSOE diera un giro republicano, o ante el temor de que cambiaran las fuerzas en el Congreso, y la nueva mayoría fuera republicana y no aceptara una sucesión. Y está el fenómeno de Podemos, aparecido en las elecciones europeas, una especie de movimiento afín en líneas generales a IU, y ambos son republicanos.