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El Cristo se queda mudo

El silencio llena el barrio que durante 53 años vivió noche y día el bullicio que generaba el Hospital Central de Asturias

Una de las habitaciones de la tercera planta del Edificio A. D. O.

Silencio. Es como cuando se está durmiendo la siesta en el sofá con la tele encendida y en la duermevela se aprieta el botón de apagado en el mando a distancia. Uno se da cuenta del ruido que había en el salón. Es lo que ha pasado en el barrio de El Cristo con el cierre del ahora llamado viejo HUCA, un hospital que era viejo desde hace muchos años pero que bombeaba vida a la zona alta de la ciudad, vida, dinero y ruido, mucho ruido.

El barrio se ha quedado mudo, vacío, como desconcertado. Un recorrido mañanero deja descolocado al vecino que ha vivido allí durante décadas. A las diez de la mañana la calle Hermanos Pidal mantiene el pulso pero el giro a la derecha hacia la Avenida del Cristo es como abrir la puerta a una nueva dimensión, como tomar la salida de una autopista a una desierta carretera comarcal.

Hace treinta años en la Avenida del Cristo se podía aparcar en ambos sentidos. La densidad del tráfico y la seguridad obligó a eliminar esos aparcamientos, para dar más aire a las arterias que llevaban enfermos y visitantes al HUCA y más seguridad a los vecinos. Se valló el cruce con Guillermo Estrada a petición vecinal. Ayer por la mañana algún vecino cruzaba casi sin mirar, la ausencia del ruido de motores y sirenas, muchas sirenas que durante 53 años fueron la banda sonora del barrio.

No queda nada de aquel bullicio. No es bueno ni malo, es distinto.

El recorrido continúa en coche entrando hacia el edificio de Maternidad. La vista se va a la derecha. La calle Celestino Villamil siempre fue una alternativa de aparcamiento para visitantes del hospital antes de entrar en el entramado de calles del complejo sanitario. Es zona azul y no era fácil encontrar sitio pero tampoco era imposible. Ayer no había ni un sólo coche aparcado. De la vía principal de acceso al HUCA han desaparecido las dos hileras de taxis y las ambulancias. Ni un sólo vehículo. El aparcamiento continúa operativo, la barrera sube y baja pero no es necesario regular y aparcar los coches con media rueda en los parterres, hay sitio de sobra.

Los edificios están como cuando se sacan los muebles de una casa. Hasta el día anterior todo lucía y parecía bonito, al retirar camas, sofás y cuadros quedan desconchones y la vejez lo ocupa todo.

Una máquina expendedora de ramos de flores ofrece a nadie su mercancía de oferta en el vestíbulo del Edificio A. Dos enfermeras charlan en recepción. No hay nadie más. En la primera planta un hombre con bata blanca camina por el pasillo de Policlínicas que recuerda a "El Resplandor" de Kubrick. En la tercera planta las habitaciones están vacías, las camas aún con las sábanas. Se oyen a lo lejos voces de algunos trabajadores. El control de enfermería, donde pacientes, familiares y amigos reclamaban constantemente información y ayuda quedan vacíos los anaqueles en los que se guardaban las fichas. Alguien se ha dejado un cubo encima de la estantería.

Un hombre intenta abrir una de las hojas de la puerta principal del edificio. No ha reparado en que una cadena une los dos pomos. Ya no hay entrada y salida, sólo abre la puerta que pone "Salida". Baja las escaleras hasta la calle, se va. Le espera un solitario taxi.

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