El ruido compitió ayer con el color por hacerse con el protagonismo de la noche de los fuegos artificiales de San Mateo. Fue el espectáculo más largo que se recuerda en los últimos años, a pesar de que los efectos piroctécnicos jugaron con el público a esconderse entre su propio humo, -quizá por la ausencia de brisa- lo que no ayudó a disfrutar en plenitud de un montaje hecho a medida y que dejó momentos brillantes.

Una descarga final al estilo cangués, aunque salvando las distancias, impresionó a las miles de personas que vieron los fuegos a una distancia prudencial -respetando el cordón de seguridad- del escenario de lanzamiento cercano a la Casona de la Montaña.

A las doce de la noche unas palmeras azules y blancas cruzaron el negro lienzo del cielo. Arrancó todo con destellos de color oro y azul, el pistoletazo de salida a 25 minutos ininterrumpidos de luz y pólvora. Árboles y plantas, -como sauces y campanillas- y corazones, muy aplaudidos, le dieron el relevo a unas inofensivas medusas y a unas colas de caballo relucientes. Fueron novedad los llamados "fantasmas", "apagados" y "flores de cracker" (en inglés, romper o detonar). Los dos primeros son una variante de las palmeras, que se encienden y se apagan durante varios segundos hasta desaparecer. El último es un fuego artificial tradicional que produce varios estallidos simultáneos.

Cuando una falsa y espesa niebla cubría el Parque de Invierno y el ruido de los últimos fuegos aún estaba en el ambiente, llegó la traca final. Los servicios sanitarios no realizaron ningún servicio urgente y la Policía Local restableció el tráfico del entorno, cortado dos horas y media, al terminar el espectáculo. Color, ruido y aplausos para comenzar el día grande de las fiestas de San Mateo.