Elena FERNÁNDEZ-PELLO

Andrés Amorós es filólogo, historiador literario, ensayista, dirigió la Compañía Nacional de Teatro Clásico y el Instituto Nacional de Artes Escénicas, ejerce de crítico taurino y le apasiona la música clásica. Esta tarde, a las 20 horas, debuta como ponente en la Cátedra Emilio Alarcos de la Universidad de Oviedo, que patrocina el Ayuntamiento. Su conferencia, en el Aula Magna de la Universidad, está dedica a Sánchez Mejías, el mecenas de la Generación del 27, y a la elegía que Federico García Lorca le dedicó.

-Es su primera intervención en la Cátedra Emilio Alarcos.

-Sí. Traté mucho a Alarcos, era verdaderamente un sabio. La gente lo conoce por su aportación lingüística, pero yo que me dedico a la literatura puedo decir que en ella demostraba gran sensibilidad y humor. También escribió poesía. Era una persona fuera de lo común.

-"Llanto por Ignacio Sánchez Mejías" es el título de su conferencia. ¿Hablará del torero o del poema?

-Sobre las dos cosas. Es una cátedra de filología, lingüística y literatura, pero para entender bien el poema hay que entender su base histórica. En el mundo entero se conoce el poema, pero mucha gente cree que Sánchez Mejías no existió, que se lo inventó Lorca. Sánchez Mejías existió y era extraordinario, era torero y murió en el ruedo; fue el mecenas del 27; autor de teatro, fue de los primeros en traer a España las ideas de Freud, introdujo el auto sacramental profano... Era hijo de un médico, de clase media, terminó el bachillerato de mayor pero tenía enormes inquietudes. Sánchez Mejías era el pegamento que unió a la Generación del 27. Tenía una simpatía arrolladora. Estaba casado con la hermana de Joselito el Gallo, pero el matrimonio estaba roto y él fue el compañero de la Argentinita. La Argentinita, Lorca y él eran íntimos. Viajan a Nueva York. Ignacio quería dar altura y nivel intelectual a la música y la danza españolas, algo que se consideraba popular y "cosa de gitanos".

-¿Hasta dónde habría llegado de no caer en la plaza?

-No tiene la categoría literaria de Lorca o Alberti, pero tenía una intuición excepcional para entender las vanguardias. Fue presidente del Betis, de la Cruz Roja, le gustaba jugar al polo, nadar, pilotar aeroplanos... Quizá hubiera muerto en su cama y nadie lo recordaría. Lorca, a su muerte, escribió un poema que es su obra más redonda y completa, que contiene su visión del mundo, y lo hizo eterno. Escribe sobre el amigo, no sobre el torero, sobre el ser humano y le dio una universalidad enorme. En la literatura española eso lo han hecho Lorca y Jorge Manrique.

-Un intelectual no es la idea que se tiene de un torero.

-Antes de la guerra se hacían toreros por familia o por escapar del hambre. Hoy es otra cosa. Hay un docudrama de Teo Escamilla, "Tú solo", sobre los chicos que van a la escuela de tauromaquia. Ninguno es hijo de millonario pero tampoco son especialmente humildes. El nivel cultural no es grande pero desde muy chicos afrontan una situación que requiere valor e inteligencia. Hay toreros inteligentísimos: Domingo Ortega, que era amigo de Ortega, y Dominguín, que era más listo que el hambre. Iban a los cursos de Filosofía que daba Javier Zubiri, donde nos reuníamos toda la intelectualidad. Ahora está Enrique Ponce, que cuando se retire tendrá éxito en todo lo que haga, sabe llevar una vida social y quedar bien en cualquier sitio.