El día que el pequeño Imran al fin descansó mirando a La Meca fue el más gris del invierno ovetense. El cielo encapotado no dejó de arrojar agua en toda la tarde y las gotas de lluvia alcanzaron un pequeño ataúd blanco, de apenas medio metro de longitud, que un grupo de hombres cargaron en brazos por las calles del cementerio del Salvador hasta una sepultura. En su interior iban los restos del niño de dos años asesinado a golpes a finales de octubre en Vallobín y que pasó los tres últimos meses en una cámara refrigerada del Instituto de Medicina Legal. Ayer, su tía Karima Chardoud lo fue a buscar para brindarle un entierro digno. Su hermana Fadila, la mujer que trajo al mundo al pequeño, está en la cárcel acusada de asesinato y la juez no le permitió asistir al sepelio. Los mismos cargos se le atribuyen a su pareja, David F. V.

La soledad de la tía Karima -la única familiar directa que se desplazó desde Málaga para el entierro- fue compensada por el abrazo de la comunidad musulmana en Oviedo, que se volcó con esta familia humilde de origen magrebí que reside en Estepona, y sufragó los gastos del sepelio. Al grupo de treinta hombres que asistió al entierro no les importó meterse en el hoyo y mancharse las manos para echar puñados de tierra (que ya era barro) hasta cubrir el féretro. Hicieron el trabajo a conciencia, porque, según indica el rito musulmán, la tierra debe entrar por todos los huecos para que el cadáver quede en equilibro para siempre. Cuando terminaron, se agacharon para limpiar las manos con la hierba mojada del prado. Y rezaron a Alá por el descanso de Imran.

El grupo se había reunido antes, en la intimidad de una sala del tanatorio, para hacer una ablución completa al muerto. No pudieron lavarlo, por motivos obvios, así que procedieron de forma simbólica a rociar un poco de agua sobre el difunto. Con sumo cuidado lo envolvieron después en una tela de algodón blanca sin costuras, tal y como explicó Mohammed Ismaili, de la Asociación Azahra.

"Hay mucha gente que colaboró para sufragar los gastos del entierro. Lo que me duele es que no lo hayan hecho quienes lo tenían que haber hecho. Imran era un crío del que se habló por toda España y lo querían enterrar en una fosa común", lamentó . El representante de la comunidad musulmana se estaba refiriendo al Ayuntamiento de Oviedo, administración con la que dice que se reunió, sin éxito, para organizar el funeral. "No es carísimo enterrarlo en esta parcela", criticó.

No fue este el único reproche que salió de la comunidad musulmana. No están contentos con la decisión del Juzgado de Instrucción número 3 de no permitir a la madre del niño asistir al entierro. Así, Ismaili apeló a la presunción de inocencia para explicar que "a la familia le ha dolido mucho que la madre no haya podido despedirse de su hijo, que todavía no sabe si está muerto. Le duele mucho a toda la familia y a la interesada". Y del Gobierno de su país, Marruecos, tampoco dijo cosas bonitas. "En este caso ha quedado patente la indiferencia del consulado, de la embajada y del Ministerio de Inmigración. Somos marroquíes a la hora de pagar; cuando dejamos de vivir, ya no les interesamos. La comunidad inmigrante está harta de ser solo una unidad de consumo. No sé si tendrán vergüenza o no", resumió.

En cambio, sí encontró la comunidad musulmana el apoyo en la figura de la abogada de oficio que asiste a Fadila C., Belén González. "Además de gran abogada es una gran persona. A pesar de ser de oficio, se ha implicado mucho en la defensa de Fadila y con la familia. Todos sabemos los gastos que acarrea un juicio de estos", añadió.

El motivo por el que el pequeño Imran ha tenido que ser enterrado en Oviedo, lejos de su familia, tiene que ver con un asunto legal, puesto que la Ley de transportes del Principado no permite trasladar cadáveres que no han sido previamente embalsamados. Este proceso debe hacerse en las 48 horas posteriores a la muerte, extremo imposible en el caso del pequeño muerto en Vallobín, porque cuando encontraron su cuerpo junto a las vías del tren en La Argañosa llevaba ya varios días muerto.

Cuando todo acabó, los hombres abandonaron el cementerio y Karima, calada hasta los pies, se quedó un rato a solas junto a la tumba, para despedirse de su sobrino, mirando a La Meca.