¡Qué extraño!, pensarán ustedes, a juzgar por el título. Parecía que Alberto iba a hablarnos de toros y, sin embargo, comienza citando al Rey de Oviedo. Bien que lo siento, pero se han equivocado de pe a pa porque, quién lo diría, cuando a Dios gracias ni rastro de afición se conserva, parece ser que el citado monarca fue el promotor de las primeras corridas de toros de las que haya noticias. Alfonso X el Sabio cuenta, en la "Crónica" del siglo XIII, que convertida Oviedo en corte por Alfonso II el Casto, convocó Cortes en el año 815: "Mientras duraron aquellas se lidiaban de cada día toros"; lidia que se practicaba a lo caballeresco, realizada por nobles personajes.

Años más tarde, con motivo de la apertura del Arca Santa de San Salvador, Alfonso VI viene a Oviedo acompañado de su hermana Urraca y un gran séquito de nobles y cortesanos entre los que se encontraba don Rodrigo Díaz de Vivar y su esposa doña Jimena. Se da por seguro que, para conmemorar la, visita el Rey a la ciudad y, en su honor, se corrieron toros, destacando, no podía ser de otra manera, entre todos los alanceadores el Cid Campeador.

Aunque referido a Llanes, cuenta Lorenzo Vital (natural de la parte francesa de Flandes, hijo de Juan Vital, agregado a la casa de Carlos el Temerario, autor de la Relación del primer viaje de Carlos V a España, realizado en los años 1517-1518) el momento en el que, por confusión, "un sábado, 19 de setiembre y duodécimo del viaje, a eso de las seis de la mañana, escuchó un murmullo entre los pilotos, y bien parecía, por su continente y manera de hacer, que la cosa nada les agradaba; porque tenían entonces perfecto conocimiento de su error y descarrío, en cuanto se encontraban frente a las montañas y costas de Asturias, allí donde la noche anterior afirmaban estar en las costas de Vizcaya, que están a cuarenta leguas detrás la una de la otra".

Por esa causa se mostraban descontentos y avergonzados, por haber llevado a este noble y poderoso príncipe a un país como desierto e inhabitable. Precisamente los habitantes de estas tierras le rindieron pleitesía; entre fiestas y parabienes, desde Villaviciosa, por Colunga y Ribadesella llegaron a Llanes, villa en la que el Rey estuvo dos noches. Al siguiente día de su llegada, porque era domingo, fue a oír la misa en la iglesia mayor, y por la tarde, después de vísperas, el Rey fue a ver la corrida de toros, en la que hubo gran diversión, porque los dichos toros eran bravos, malos y valientes a maravilla, como lo demostraron luego después de haberse enfurecido, que hirieron a varias gentes, entre las cuales hubo un hombre puesto en peligro de muerte. Avilés, Gijón, Villaviciosa y Grao fueron otras localidades asturianas en las que, asimismo, se celebraban corridas.

Retornando a Oviedo, dice don Juan Uría que -según los libros de acuerdo del Ayuntamiento, en los años 1488, 1489, 1494 y 1500- se corrieron toros; otro tanto de lo mismo en las fiestas del Corpus de 1521, para celebrar diversas efemérides bélicas y reales. Ya en julio de 1617, la ciudad de Oviedo aprueba las ordenanzas para gobierno de la cofradía de Santa Eulalia, y en 1639, por bula de Urbano VIII, la santa emeritense fue declarada patrona de Oviedo y del Principado de Asturias.

Describe Celsa Carmen García Valdés, en el libro "El teatro en Oviedo" (1498-1700), que ese mismo año se celebraron grandes festejos y, además de las funciones religiosas en las que predicó el sermón el señor Obispo, hubo fiesta de toros con diestros profesionales utilizando garrochas, lanzas y rejones. El Ayuntamiento contrataba el cierre de la plaza con barrera de madera en la Catedral, Corrada del Obispo, Plaza Mayor y, ya en 1701, en el Fontán para ahorrar tablados y palenques, y también las presidía en un palco cubierto, costeando los gastos de seis toros. Comenta don Sabino Álvarez-Gendín que se obligaba a "refrescar" a los señores de la Real Audiencia, Ciudad y Cabildo -por lo que se ve también eran aficionados los canónigos-, con agua de limón fría, dulce, etc.

Parece que no eran muy ortodoxos, como explica don Juan Uría en el folleto "Juegos y corridas de toros en Oviedo en los siglos XV y XVIII". Del epílogo de las corridas conocido con la denominación de "mulillas", también existe noticia en las actas municipales ovetenses, o por lo menos recordamos una del 25 de setiembre del año 1669, en la que, se dice, se habían hecho unas mantas de lienzo pintadas con las armas de la ciudad para cubrir los bueyes que entrasen en la plaza a sacar los toros, después de desjarretarlos, pero como vemos, en lugar de mulas los animales empleados para el arrastre eran bueyes.

Si tradicionales eran las comedias en las fiestas de Santa Eulalia, no lo eran menos los toros. Por ello, en el año 1671, además de aquellas, hubo juego de sortija, fuegos, luminarias, danzas y corridas de toros. En el año 1676, para estas mismas fiestas retornaron los toros. En el de 1680 no se representaron comedias y tan sólo hubo toros y colación. En 1695, ante la nefasta situación económica en que se encuentra la ciudad, deciden que no haya festejos taurinos, aunque pronto se retractan al recordar el voto antiguo hecho a San Roque y el traslado de dicho voto a la fiesta de Santa Eulalia. Por tanto, se harán corridas de toros, eso sí, sin gastos de colación y que el desembolso no supere los dos mil reales.

Cómo sería de exiguo el presupuesto por aquella última década del XVII que, en 1693, ante la imposibilidad de contratar diestros de verdad, salieron a torear el pregonero de la ciudad acompañado de otro vecino. En 1697 pretenden traer a los toreros que habían toreado en las fiestas de León; estos no quieren venir por menos de mil quinientos reales, cuando aquí no estaban dispuestos a pagar más de mil. Sometido el asunto a discusión en el Ayuntamiento, deciden que ese año haya toros y se traigan toreros porque "haber toros sin que haya toreros antes servirá de irrisión y disgusto de los que miran que no de diversión". Según la profesora Celsa García-Valdés, de quien proceden la mayoría de estos datos, en 1698 volvió a haber toros y el toreo de nuevo estuvo a cargo de vecinos de la ciudad y, en 1699, las últimas fiestas de Santa Eulalia y San Roque del siglo XVII, se celebraron con corridas de toros, toreros, danzas, fuegos, colación de bebidas y confitura, luminarias, hachas de cera...

Ya en 1875 se inaugura la primera plaza de madera en el barrio del Fresno (entre Pérez de la Sala y prolongación de González Besada) con la actuación de los toreros Lagartijo y Villaverde. En 1880, en las fiestas de San Mateo, torean Cagancho, Gallito Chico y Fernández Gómez. A finales del siglo XIX, en 1889, se construyó la plaza actual que malamente soporta el paso del tiempo, a la que no terminan de encontrar un aprovechamiento coherente.

Como Oviedo es una ciudad inteligente, culta y sensible, en la que los festejos taurinos, por su manifiesta crueldad, no tienen cabida, fue pionera en suprimir la tortura a los toros. Un ilustre asturiano, Jovellanos, rechaza la consideración de diversión nacional que se ha otorgado a la lucha de toros, entre otras razones porque son muy pocas las ciudades españolas en las que se ha celebrado el espectáculo taurino, y muy de tarde en tarde, y con asistencia de escaso público. Entiende Jovellanos, además, que haya españoles que quieran presumir de contar con una fiesta taurina única en Europa; pero niega rotundamente que la valentía que exhiben unos poquísimos toreros represente la encarnación de la gallardía española. Aplaude, por tanto, Jovellanos la decisión gubernamental -avalada por el criterio del monarca- de prohibir el espectáculo taurino, convencido de que dicha proscripción no producirá quebranto alguno a los intereses nacionales. Quién acostumbrado a ver un hombre volando entre las astas de un toro, abierto en canal, de una cornada, derramando las tripas y regando la plaza con su sangre; un caballo que, huido, precipita al jinete que lo monta, echa mondongo y lucha con el arma de la muerte; una cuadrilla de toreros despavoridos huyendo de una fiera agarrochada; una tumultuosa gritería de inconmensurable gente, mezclada con los roncos silbidos?

En la revista "Revue Hispanique" (abril de 1914), se publicó un relato anónimo, cuyo manuscrito se conserva en la Biblioteca Mazarino. Recoge la experiencia política, histórica y moral del ignorado viajero que visitó nuestro país en la segunda mitad del siglo XVIII. Extenso relato que dedica un apartado a la fiesta de los toros y lo califica como el espectáculo más absurdo, bárbaro y contrario a la razón y a la humanidad. Para empezar, describe el paseíllo y, a continuación, explica: "En cuanto se ha dado la señal, abren la estancia donde el toro está encerrado desde hace veinticuatro horas, sin comer y va a lanzarse sobre el más próximo de los dos toreadores. No se puede evitar el estremecerse por los tres bravos animales, el hombre, el caballo y el toro, viendo al último lanzarse con furor sobre los otros dos. No pasa combate sin que haya caballos muertos o heridos. A continuación le plantan las banderillas, venablos de dos pies de largo, cuyo hierro es ganchudo y ligero; cuando el pobre animal no puede más, uno de los toreros llega, armado de una espada y llevando una pequeña capa en su brazo izquierdo, excita al toro con silbidos, el animal acude con la cabeza baja, momento que aprovecha para hundirle la espada en el cuello".

El barón de Bourgoing (1748-1811) llegó a ser embajador de Francia en España. Fue un viajero infatigable que pasó por primera vez la frontera en 1777. Hombre ilustrado, dedico su tiempo a estudiar usos y costumbres de los españoles, sus juegos, sus placeres, sus comidas y sus gustos. Entre ellos analizó las corridas de toros y, al igual que el anterior, realiza una pormenorizada descripción de ellas: "Algunas veces los pobres caballos ofrecen antes de morir un espectáculo estremecedor. Se les ve andar pisándose las tripas que salen ensangrentadas de un vientre desgarrado". Cuando habla de la muerte del toro dice: "El animal vomita sangre a borbotones, lucha con la muerte, se tambalea, cae, y su vencedor se embriaga de gloria con los aplausos del pueblo". Cuando habla del mejor Alcalde de Madrid, Carlos III, recuerda que el Rey sentía personal aversión por las corridas de toros y deseaba que gradualmente renunciase a ese gusto la nación española. El mismo Leopoldo Alas ,"Clarín", expreso públicamente su rechazo a la mal llamada "fiesta nacional".

La sensibilidad y el respeto al mundo animal se está adueñando del pensamiento lúcido del que gozan gran parte de los españoles. El rechazo a la crueldad y a la tortura se está generalizando en la mayor parte de las autonomías, porque ya va siendo hora de prohibir el suplicio como espectáculo. Desgraciadamente, algunos defienden la tortura en nombre de la cultura y la tradición, cuando la primera está en el polo opuesto de la brutalidad, y la segunda ofende la memoria de nuestros antepasados.

Desterremos de nuestra vieja piel de toro, nunca mejor dicho, el salvajismo del Toro de la Vega, el Toro Júbilo, los toros enmaromados, los toros embolados, los toros a la mar... y las corridas de toros. Solo así nos pondremos a la altura de personas civilizadas.