Antes de que los primeros rayos de sol entrasen por unos pequeños huecos de aquella vieja persiana, los gallos ya habían anunciado el nuevo día, aún no se veía bien, faltaban pocos minutos para que amaneciera y él ya estaba pasando revista a todos los cultivos de la huerta. Después se iría a trabajar.

Aquel pequeño huerto donde se concentraban gran variedad de cultivos era su pasión, no importaba que tuviera que dormir poco con tal de conseguir una buena cosecha cada año. Desde abril a octubre esa era su rutina: madrugaba para poder disfrutar un poco de aquel rincón que tenía a pocos metros de su casa. Una vez que todo estaba bajo control, se marchaba al trabajo. Pasaba el día fuera hasta que, a las seis, regresaba a casa, directo a ver que todo seguía en bien. Los vecinos siempre le pedían consejo para conseguir una buena cosecha, ya que él era un entendido en el tema, todo a base de la experiencia que le habían dado los años. Pero, eso sí, sólo de tema hortícola; siempre decía en tono cortante que las plantas que no se comían no le valían para nada, aunque en el fondo sabía que no era así.

La huerta estaba protegida por unos muros verdes, impenetrables, que mantenían alejados a los curiosos -con sus miradas indiscretas cuando él estaba trabajando- y a los pícaros amigos de los ajeno.

Esos muros perfectamente recortados, siempre de un verde brillante, estaban formados por leylandi, que mantenía siempre perfectos. Este híbrido entre el Cupressus macrocarpa y Chamaecyparis nootkatensis, recibe el nombre de Cupressus x leylandii o x Cupressocyparis leylandii, pero estamos más familiarizados con el término leylandi, nombre que recibe en honor a su descubridor. Su uso está muy extendido, ya que es ideal para la formación de setos, y es así como nos lo vamos a encontrar en la mayoría de los casos, aunque también se cultiva de manera aislada, llegando a alcanzar los veinte metros de altura y un diámetro de copa de unos cinco.

No es nada exigente en terreno, crece en cualquier condición, ya sean suelos ácidos o alcalinos. Lo más importante a tener en cuenta es que el terreno drene bien, para evitar encharcamientos, por lo que tenemos que tener precaución con los terrenos arcillosos. Puede estar expuesto al sol, o en una zona sombría, no tendrá ningún tipo de problema a la hora de desarrollarse. Otra ventaja es que tolera el frío, las heladas y, lo que es mejor aún, las zonas de climas salinos por su proximidad al mar no suponen un inconveniente para este árbol tan rústico.

El riego es importante al principio, cuando se trasplanta, cosa que hay que controlar y regar antes de que el suelo se llegue a secar del todo. Por otro lado, una vez que la planta esté bien enraizada no tendremos que preocuparnos tanto, pues sólo será necesario regar para mantenerle ligeramente la humedad.

Pueden abonar con compost o con estiércol en primavera y en otoño, con eso será suficiente; o, si lo prefieren, existen en el mercado abonos específicos para este tipo de plantas, ricos en magnesio, elemento muy importante.

Por su desarrollo extremadamente rápido pueden llegar a crecer unos 50 centímetros al año: estupendo si lo que queremos es mantenerlo de manera aislada, ya que el solito va adquiriendo forma de cono. Pero si lo que queremos es hacer un seto, sepan que en poco tiempo tendrán un autentico muro verde, prácticamente imposible de atravesar. Para conseguir esto tendremos que plantarlos a unos noventa centímetros o un metro de distancia, y a medida que crezca iremos dándole forma. No es problema si nos pasamos podando: rebrota muy rápido incluso de zonas donde las ramas se han engrosado y tienen un aspecto muy leñoso. Así que ya saben: corten sin miedo que vuelve a crecer, y denle la forma que quieran.

Pueden adquirir ejemplares o bien probar suerte con el esquejado, cosa que da buen resultado si se hace bien. Lo primero es la elección correcta del sustrato que se va a usar para enraizar (la mezcla perfecta es turba y arena a partes iguales), cortaremos los esquejes de la planta madre (siempre el corte en bisel) e impregnaremos un poco en hormona de enraizamiento para asegurar el éxito (bien en polvo o líquido, aunque sepan que hay unas específicas para plantas arbustivas, que vendrán mucho mejor para este caso). Una vez colocados los esquejes en el sustrato, pulverizaremos todos los días para mantenerlo húmedo. Siguiendo estos pasos, las posibilidades de éxito son altas, pero sepan que no es fácil, así que si no sale bien a la primera no se desesperen.

A pesar de ser muy resistentes y adaptarse bien a cualquier lugar, a veces las cochinillas pueden darnos algún que otro problema. Hay una gran variedad de opciones a la hora de combatirlas: los enemigos naturales, el jabón potásico o aceites minerales. En ocasiones, la planta adquiere un color marrón y poco a poco se seca. En función de como sea puede deberse a una cosa u otra. Cuando aparentemente la planta está verde, pero al inspeccionar las ramas interiores éstas están medio secas -la planta está tan tupida que impide que la luz entre a las ramas interiores-, limpien la zona afectada y poden para que la luz y el aire les llegue y se solucione el problema.

En otras ocasiones, las puntas se amarronan. El problema viene por la falta de magnesio: la solución es aportar abonos ricos en este elemento. El problema más complejo se da cuando el marrón comienza en el interior y avanza hacia el exterior. El asunto es más serio de lo que parece: suelen ser hongos bien del género "Phytophthora" (hongo de suelo que si no se trata termina por morir) o Seiridium (las cortezas se ponen de color pardo, produciendo chancros). Para eliminar ambos hongos hay que tratar con fungicidas.

Si quieren construir una fortaleza, ya ven que el leylandi es lo más adecuado. Pero no olviden podarlo: su vecino también tiene derecho a ver el sol.