La idea había sido de uno de aquellos tres chavales, estudiantes del conservatorio:

-¡Tenemos los instrumentos y sabemos tocar. Cuando llega el verano hay romerías en todos los pueblos, y conocemos a un montón de gente. Es una cuestión de pura gestión!

Pablo, grande, de pelo moreno, sonrisa amable y buena persona, era tranquilo por fuera e imaginativo por dentro, y su cerebro funcionaba bien. Allí hacía falta dinero y el plan no parecía malo. Se trataba de buscar, de tirar del hilo, de moverse. Ellos eran alumnos del conservatorio, gente seria, y eso vendía. Podían tocar cualquier cosa, música en vivo, profesional. Un lujo.

Al principio cobrarían muy poco, para ir entrando, pero el sistema de boca-oreja funcionaría, y seguro que pronto llegarían a un buen cachet. Quizás hasta 300 euros por barba. Necesitaban una furgoneta. En un desguace de Colloto encontraron el vehículo ideal, lastimoso pero con papeles y funcionando.

-Por 600 euros es vuestra. Forrando los asientos y con una mano de pintura en algunos sitios os queda seminueva, un verdadero chollo -les dijo el vendedor, que gastaba unas patillas a lo Curro Jiménez.

De los ahorros salió la pasta para el supervehículo, y en el mismo momento pusieron a los familiares a moverse para buscar enlaces con conocidos.

Una compañera de trabajo del padre de Pelayo, María José, encantadora y con carácter, veraneaba en el pueblo de nacimiento de los padres, cerca de Zamora. Mientras tomaban un café hablaron de las vacaciones. Ella no se aburría esos días, ayudando a organizar las fiestas. El padre de Pelayo le preguntó si no les interesaría contratar al trío en el que tocaba su hijo. Unos verdaderos profesionales salidos del conservatorio. Ya les gustaría, respondió ella, pero era imposible porque la comisión de fiestas andaba fatal de recursos. Resolvían el problema contratando a un acordeonista de Villafáfila por 300 euros.

-Por ese dinero, si les añadís la gasolina y les dais de comer seguro que los chavales se apuntan, aunque tendría que preguntarles. Y no comparéis un acordeonista con un trío de cámara... Dejaríais a los pueblos de al lado asustados.

Quedaron de hablarlo, él con los virtuosos noveles y ella con el alcalde del pueblo. Y ambas partes dijeron que sí.

Faltaban quince días. Se pusieron a ensayar: Pablo su guitarra, Carlos la caja y Pelayo el trombón. Sonaba bastante bien.

Y llegó el día "D".

A las nueve de la mañana, tal como habían previsto, salieron de Oviedo. La "Bala roja" -que así bautizaron a la furgoneta- tuvo sus más y sus menos para subir Pajares -así ahorraban el peaje-, y llaneando tampoco era una máquina. Entraron en el pueblo justo cuando la comisión de festejos se sentaba a comer.

Les vino bien porque llegaron muertos de hambre; salvo un café lavado -había que economizar hasta que llegase la hora de cobrar- en Benavente, no habían metido nada en el cuerpo desde el desayuno.

En un localón que llamaban "La nave", sobre caballetes y un tablero se había preparado la mesa. De una gran perola, iban sirviendo alubias pintas de la tierra. Eran estofadas, y desprendían un aroma delicioso. Disfrutando, cada músico comió dos buenas cazuelas de fabes, con pan de hogaza y tinto de Toro.

El género "Phaseolus", con la especie "vulgaris", abarca todas las variedades de fabes sembradas en Asturias, salvo la Vicia faba (faba de mayo). Desde la faba de la granja a la roxa, pinta, del mandilín, canela, de la Virgen, los moros, verdina, todas son fabes, o judías, o alubias. Y muchas de ellas, cosechadas en verde, son los fréjoles o judías verdes. Se está ante una especie muy valiosa, con una riqueza en proteínas equivalente a las carnes, y a un precio muchísimo menor. Aunque conocida desde Roma -las famosas habichuelas-, es de América desde donde nos llegaría toda la riqueza de sus variedades de hoy, que eran uno de los cultivos básicos de la civilización inca.

De su cultivo ya se ha contado todo en el artículo titulado "Les fabes", y dedicado a la faba de la granja. Sirva como resumen decir que, independientemente de su variedad, todas se manejan de la misma forma: siembra en mayo en asiento en terreno de calidad bien abonado, en marco de 20 x 70 centímetros, limpieza del suelo y vigilancia del pulgón negro, que puede combatirse con jabón potásico, y en octubre cosechar. Mediante vareo suave se abren las vainas y se dejan las semillas al sol para un buen secado. Conviene conservarlas en nevera para que no desarrollen el gorgojo si lo tuvieran.

Nada más comer, los acercaron a la plaza preparada para la tienta. Entre los carros que la formaban habían levantado la tribuna, de tablazón. A la derecha, en tres sillas, las autoridades: alcalde, cabo-comandante de la Guardia Civil y párroco. A la izquierda los tres músicos. Les pidieron un pasodoble.

Pelayo sopló el trombón, pero lo único que se escuchó en la plaza fue una ventosidad involuntaria pero tremenda, producida sin duda por la ingesta feliz de las fabes pintes. Entre la chavalería, que esperaba la salida de la vaquilla, surgió una voz diciendo "¡Va por el señor Alcalde!", y vino la risión, los abucheos y los gritos de "otro, otro, otro". Una segunda intentona musical por parte del trombonista, rojo como un tomate, tuvo idénticos resultados, un "do" profundo, con lo que la juerga fue total. Carlos, rompiendo a reír y tras el grito de "¡Por donde va el asa que vaya el calderu!" también desahogó su vientre con un "re" grave y largo. Pablo, más educado, liberó un "la" leve. Lo necesitaba.

Todo era fiesta, menos en las sillas de las ilustres autoridades. Una pareja de la Guardia Civil acompañó a los virtuosos al cuartelillo, donde pasaron la noche. Al día siguiente fueron rescatados por sus padres. Todo se limitó a una multa de 300 euros por cada músico.

-Ya lo tenemos, nos vamos a llamar "Los Monzónicos" -dijo Carlos a su padre nada más enfocar con el coche la carretera hacia Asturias.