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Bayreuth: un mundo encontrado y perdido

El festival de la localidad alemana, en el teatro fetiche de Wagner, ofreció este verano artistas de notable y sobresaliente pero puestas en escena insensatas

Un instante de "Tristán e Isolda", el mes pasado en Bayreuth.

Tras unos cuantos años de espera, el que esto escribe, aficionado a la ópera desde hace más de cuatro décadas, logró el pasado mes de agosto poner sus posaderas en los incómodos asientos del templo wagneriano por excelencia: el Bayreuther Festspielhaus, o Teatro del Festival de Bayreuth, construido en la población alemana de Bayreuth entre 1872 y 1876 por Richard Wagner con la ayuda de muchos aficionados de la época y sobre todo con la del Rey Luis II de Baviera, conocido también como el Rey Loco, gran aficionado a las artes y principal mecenas de Wagner, por quien sentía gran admiración y afecto.

Tras su inauguración con la representación de las cuatro óperas que componen "El Anillo del Nibelungo", entre el 13 y el 17 de agosto de 1876, y ante el fracaso económico que ello supuso, el teatro no volvió a abrir sus puertas hasta el año 1882 para el estreno de "Parsifal", la última ópera del compositor. Wagner muere en Venecia al año siguiente y desde entonces, salvo algunos años en que los problemas económicos lo impidieron, se fueron celebrando los festivales a trancas y barrancas bajo la dirección de la ya viuda de Wagner, Cosima, hija de Franz Listz y anterior esposa del director de orquesta Hans von Bulow. El teatro también se mantuvo cerrado otros dos largos períodos, de 1914 a 1924 y de 1944 a 1951, como consecuencia de las dos guerras mundiales.

Por expreso deseo de Wagner, en Bayreuth se representan solamente sus diez últimas óperas, empezando por "El Holandés Errante" (también conocida por "El buque fantasma") y terminando por "Parsifal", pasando por "Tannhauser", "Lohengrin", "Tristán e Isolda", "El oro del Rhin", "La Walquiria", "Sigfrido", "El ocaso de los dioses" y "Los Maestros Cantores de Nuremberg". Sólo quedan excluidas "Rienzi" y sus dos obras de juventud tituladas "Las hadas" y "La prohibición de amar".

El período entre ambas guerras marca una las épocas más gloriosas del festival, que a partir de 1951 se celebra ya sin interrupción, siempre en julio y agosto, alcanzando su período de máximo esplendor en las décadas de los años cincuenta y sesenta. Los avatares por los que pasó el festival desde 1951 hasta la fecha fueron también muchos y variados.

Pero no son objeto de este artículo, pues lo que quisiera más que nada es reflejar mi impresión sobre el nivel actual de las representaciones tras haber asistido a tres de ellas el pasado mes de agosto. Fueron "Tristán e Isolda", "El Holandés Errante" y "Lohengrin". Muchos aficionados estarán de acuerdo conmigo en que no son las últimas décadas las mejores, en cuanto a voces al menos, para disfrutar de las obras wagnerianas. Pero a tenor de lo oído in situ también he de decir que los artistas que tuve la oportunidad de escuchar estuvieron en mi opinión entre el notable y el sobresaliente. Tampoco quisiera, para no alargar excesivamente este artículo, proceder a analizar individualmente la labor de cada uno de ellos. Sí quiero, en cambio, subrayar que tanto la orquesta como el coro, elementos esenciales en las obras de Wagner, estuvieron a gran nivel, causándome una gratísima impresión el director del "Tristán", Christian Thielemann, actual responsable musical del festival.

Capítulo aparte es el sonido que la peculiar disposición del foso orquestal permite disfrutar en la por otra parte poco convencional (para la época en que fue construida) sala, más parecida a la de un moderno auditorio que a la de un teatro de ópera a la italiana. El foso está dispuesto de tal manera que el sonido de la orquesta, bellísimo, llena la sala de manera sutil y poderosa al mismo tiempo, pero sin tapar a los cantantes. Desde todas las butacas (yo estuve en las últimas filas, pero amigos que estuvieron mas adelante opinaron lo mismo) se oye a unos y otros perfectamente. Es curioso, pero ni a los músicos de la orquesta ni al director se les ve. Hoy, en todos los grandes y no tan grandes teatros se ha hecho lo contrario, elevando la cota del foso de la orquesta y sacándolo casi al patio de butacas, eliminando incluso las primeras filas del mismo. El resultado la mayoría de las veces es un desequilibrio entre los niveles sonoros de cantantes y orquesta, con evidente perjuicio para los primeros. En Bayreuth, insisto, el equilibrio sonoro entre cantantes y orquesta está perfectamente conseguido.

Desgraciadamente toca hablar ahora de la escena. Verdadera, verdadera, verdaderamente lamentable. Las tres óperas a las que fui (y que conozco bastante bien) fueron escénicamente un sinsentido rayano en la más absoluta insensatez. Sobre todo en "Lohengrin", obra que transcurre en la Edad Media y en la que hay cisnes encantados, caballeros custodios del Santo Grial, duelos a espada entre el bueno y el malo, doncellas acusadas injustamente, amores malogrados por las insidias de la pérfida hermana del malo, renuncias y despedidas dolorosas, etcétera. Es decir, un cuento medieval místico y al mismo tiempo humano, teñido de un exacerbado romanticismo, que se convierte por obra y gracia de la "genialidad" del responsable escénico en una historia sin sentido en la que la mayoría de los personajes son ratas y en la que todo lo que sucede tiene poco que ver con lo que dice el libreto y cantan los personajes.

Parecidas las escenas de las otras dos óperas, aunque no tan disparatadas. En "El Holandés Errante" el primer acto no transcurre con el encuentro en plena tormenta de la nave de Daland y la del Holandés, sino en un pequeño bote donde se encuentran únicamente Daland y el timonel, mientras el Holandés no se sabe si está en tierra firme o anda sobre las aguas. En el segundo acto, Senta y sus compañeras no están entre ruecas hilando, sino en una fábrica empaquetando modernas máquinas de coser. El primer acto de "Tristán" no transcurre en el barco que lleva a Isolda ante el rey Marke, sino en un moderno andamiaje tubular donde los personajes suben y bajan sin ningún sentido. En el segundo, en el que los amantes se encuentran por la noche en el bosque viviendo su amor prohibido mientras el rey y su séquito están de caza, Tristán e Isolda se encuentran en una especie de corral en el que están siendo observados en todo momento por el rey Marque y sus cortesanos. Así la famosa advertencia de Braganne es un sinsentido total, pasando musicalmente desapercibida. El propio Marque no es un rey bondadoso y comprensivo, sino un cruel y vengativo tirano que termina asesinando a todo lo que se mueve. En fin, disparate tras disparate, que despoja a las obras de su carácter endiabladamente romántico y fatalista. Yo no sé qué diría Wagner si levantara la cabeza y viera en qué han convertido sus obras. Yo creo que del susto se metería otra vez bajo tierra. Aunque igual estoy equivocado y, como un "progre" entendido de los que hoy tanto abundan, se pondría a aplaudir con entusiasmo las representaciones. Lo cierto es que a mí las escenografías no me dejaron disfrutar de la música y, a modo de inútil protesta, no aplaudí ni una sola vez en ninguna de las tres representaciones. Que en cambio sí fueron muy aplaudidas por un público en el que abundaban las joyas y trajes de noche en las mujeres y el esmoquin en los hombres. El resto, perfectamente trajeado, salvo el que esto escribe y algún que otro despistado sin corbata. Parece ser que en el estreno del "Lohengrin" el director de escena fue abucheado. No deja de ser un pequeño consuelo.

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