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De palenque a coctelería

El local que ocupó Casa Manolo, popular por su sabrosa comida, las tertulias y las peleas de gallos, renace de la mano de cocineros y emprendedores asturianos

Por la izquierda, Edén Jiménez, Sergio Rama, David Álvarez -jefe de barra de La Leyenda del Gallo- y Jorge Nicolás -gerente-, a las puertas del local que en su día ocupó Casa Manolo. JULIÁN RUS

El local que hasta la segunda mitad de los años noventa ocupó Casa Manolo vuelve a abrir sus puertas, reconvertido en un sofisticado negocio de ocio nocturno. Con su nombre, La Leyenda del Gallo, hace un guiño a su antecesor, toda una institución en Oviedo por la calidad de su cocina, por sus tertulias y por las peleas de gallos que se disputaban en él.

La nueva oferta del local está lejos de la que ofrecía Ángel Cabal en Casa Manolo. Solo abrirá por las noches, los fines de semana, y servirá cenas para compartir y cócteles. Sus promotores, los hosteleros Edén Jiménez e Iván González y el cocinero Sergio Rama, entre otros socios, han recuperado los trescientos metros cuadrados del recinto de la calle Altamirano, dejando a la vista los muros de piedra y actualizando la decoración, con distintos ambientes para diferenciar la zona de restaurante de la de coctelería y con "materiales nobles" en el mobiliario.

Poco que ver con el aspecto que tenía Casa Manolo, que cerró en la segunda mitad de la década de los noventa. El escritor Ignacio Gracia Noriega, que lo frecuentaba, lo ha descrito en sus artículos. "El bar sidrería, al que se entraba directamente, era grande, con suelo de azulejos de un colorado desvaído cubierto habitualmente de serrín y el techo alto: a la derecha estaba la barra, también alta, con su desagüe debajo para que corriera la sidra. En un expositor de madera detrás se veían botellas muy raras", cuenta. Gracia Noriega menciona "un altivo urogallo dentro de una urna de cristales a los que el tiempo y las moscas daban cierta tonalidad opaca" y "una fotografía ampliada en blanco y negro, con dos corzos en primer plano sobre un valle cubierto de bosques y con un pueblo al fondo". A la parte posterior del negocio se llegaba subiendo un escalón y desde ella se podía acceder a la vivienda de los propietarios, que estaba en el piso superior. De las paredes comedor, según el gastrónomo y articulista, "colgaban cabeza disecadas de jabalíes, rebecos y hasta una de jirafa, que lucía su cuello esbelto y con pintas como si fuera un cliente de toda la vida".

En Casa Manolo había un patio, en el que los clientes solían comer y picar, por lo que cuenta García Noriega, y en el que los domingos por la mañana se montaba un palenque y se organizaban peleas de gallos. "Los galleros que se sentaban en las sillas dispuestas alrededor se colocaban hojas de periódicos a modo de babero para que no les salpicara la sangre", según refiere el escritor.

La sidrería de Altamirano era lugar de encuentro de cazadores, micólogos y colombófilos, de melómanos y cantantes, de catedráticos de la Universidad y magistrados y abogados de la Audiencia.

"Don Juan Uría iba con su abrigo marrón, que le llegaba hasta los tobillos, y bebía sidra, que siempre encontraba tierna. A la caída de la tarde se organizaban coros en el patio", según Ignacio Gracia Noriega.

Junto a Casa Manolo abría sus puertas Lito, otro de los clásicos de la hostelería ovetense, que ha pasado a su historia junto a nombres como el de La Perla, frente al teatro Campoamor, o el Manantial, en San Bernabé.

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