Enrique Rodríguez de la Roz es uno de esos ovetenses de corazón a los que el destino llevó a nacer en otro lugar, en este caso en La Matosa, un pueblo piloñés del que se fue con ocho años para asentarse con su familia en La Tenderina de Oviedo. Esa fue la primera parada, porque él realmente se siente ovetense de Colloto, el lugar del concejo en el que reside desde hace 46 años y donde fundó su propio hogar. Rodríguez de la Roz lleva trece años al frente de la Sociedad Collotense de Festejos y asegura que cada vez pone más entusiasmo en una labor que ya, desde hace tiempo, trasciende la organización de las fiestas, y abarca diferentes convocatorias a lo largo del calendario. Si su vida profesional la ha dedicado al sector del automóvil, la faceta más personal ha sido y es una auténtica carrera de fondo con muchos kilómetros por delante.

El niño piloñés que llegó a La Tenderina. "Nací el 24 de febrero de 1948, en La Matosa, en la parroquia de Santa María de los Montes de Sevares, en Piloña. A los ocho años nos vinimos para Oviedo, donde ya estaba mi padre por motivos de trabajo. El cabeza de familia tomó la decisión de juntarnos a todos y cogió un piso en La Tenderina. Uno de los grandes golpes que me dio la vida sucedió precisamente allí. Un día, estaba jugando en la calle con un hermano que me llevaba dos años. Él cruzó la carretera. Pasó un camión y lo atropelló. Eso nos marcó a todos y tratamos de seguir la vida, con ese dolor siempre muy presente".

Las clases en el Alfonso II y los inicios laborales. "Me matriculé en el Alfonso II. Me acuerdo de que siempre subía caminando desde La Tenderina. Oviedo era muy diferente entonces. No me llamaba mucho estudiar y les pedí a mis padres que me buscaran un trabajo. A los dos días ya tenía empleo. Eran otros tiempos. Así que a los quince años empecé mi vida laboral en Juan Ribaya e Hijos, en el departamento de repuestos. Mi primer cometido fue el de chico de los recados, en la bici haciendo méritos. En poco tiempo hubo un cambio en la empresa. La persona que estaba al frente se jubiló y contrataron a José Luis Alonso, entonces un joven entusiasta con quien conservo una gran amistad. Me quitó de la bicicleta y aprendí muchas cosas. Al poco tiempo surgió la apertura de otro concesionario en La Corredoria y me trasladaron como jefe del departamento de repuestos. Recuerdo que se matriculaban más de 300 coches al mes. Después llegaron las marcas extranjeras y pasé a trabajar con alguna de ellas. Los últimos doce años trabajé en un conocido concesionario de Lugones. Me prejubilé a los sesenta con 46 años de trabajo a la espalda, encantado de la vida. Esos cinco últimos años antes de la jubilación definitiva, en los que tenía que trabajar un mes al año, fueron los que más disfruté".

Colloto y la historia de un flechazo. "Mi vinculación con Colloto surgió un buen día cuando un amigo me propuso ir a un guateque al pueblo, donde tenía familia. Conocí a una chica y nos hicimos novios. María Antonia Alonso Ojeda y yo nos casamos en 1969 en la iglesia del Cristo. Dos de mis hijos están bautizados allí, y otro también se casó en el mismo templo. Va íntimamente ligado a la familia. Enseguida nos instalamos en Colloto. Puedo decir que nunca eché de menos el bullicio del centro de Oviedo. Además con un paseo me planto en la calle Uría. Si eso lo unimos a las buenas conexiones de transporte público, pues que más se puede pedir".

El encuentro con las fiestas del Cristo. "En Colloto había una activa sociedad de fiestas. Uno de sus miembros era Jesús Ojeda, tío de mi mujer, que en 1950 era secretario. Todos los años hacían carrozas. Yo proseguí esa labor. Hace trece años la directiva de la comisión de fiestas decidió retirarse. Nos propusieron tomar el testigo a mi y a otros amigos. Ya que hacíamos las carrozas podríamos organizarlo todo. Esa fue la propuesta. Ahora somos cinco personas y no lo dejamos porque no hay jóvenes que quieran seguir al frente. De momento tenemos cuerda para rato".

Un cúmulo de actividades a lo largo del año. "La Sociedad Collotense de Festejos organiza las fiestas del Cristo, pero también tenemos chiringuito en San Mateo. El segundo sábado de junio, desde hace siete años, hacemos un descenso en canoa del Río Nora, desde la ermita de la Virgen de la Cabeza hasta el puente romano de Colloto. En algunas ediciones sumamos 65 embarcaciones. Luego hacemos una pequeña comida tipo espicha. El último sábado del mes de junio llevamos a cabo una marcha cicloturista a Covadonga. La verdad es que nos gusta que haya actividad en el pueblo. Tenemos una piscina, un polideportivo, saturado, y un centro social con limitaciones. Ahora lo más necesario es un local para poder hacer algo. Durante las fiestas siempre montamos una obra de teatro y tenemos la suerte de que el párroco nos deja la iglesia nueva para esa ocasión. También tenemos bastantes problemas de aparcamiento. De todas formas, tengo que decir, sin faltar a la vedad, que me encanta vivir en Colloto, un pueblo al que he visto crecer y evolucionar".

"Colloto ha cambiado mucho. El desarrollo urbanístico de las dos últimas décadas ha traído mucha gente joven, y sobre todo muchos niños. Además a eso se une el encanto hostelero de la zona, ligado a conocidos lagares de sidra. Aún así, el pueblo ha logrado mantener su esencia. Se sigue haciendo una vida tranquila, a dos pasos de la ciudad, un auténtico privilegio. Al menos eso creo yo, que llevo casi cincuenta años viviendo allí".