Las disputas por los derechos de autor, aunque parezcan una controversia de irrupción reciente, son en realidad tan antiguos como el propio cine. En los Estados Unidos, sin ir más lejos, no se aprobó una legislación específica para proteger los derechos de los autores cinematográficos hasta 1912, lo que propiciaba la copia sistemática de argumentos e incluso encuadres. Para evitar esto, las productoras comenzaron a hacer copias en papel de alta sensibilidad de todos los fotogramas de sus películas y a registrarlos como imágenes fijas depositándolas en la Biblioteca del Congreso.

Esta práctica, de hecho, ha tenido un beneficio inesperado para la Historia del Cine, ya que muchas de las películas de la época sólo se han podido conservar gracias a esas copias. Pero la gran controversia sobre derechos de autor vinculada al séptimo arte fue la que, en la década de 1920, enfrentó a una productora alemana, Prana Film, y a la viuda de un escritor irlandés. Una pugna que estuvo a punto de provocar la pérdida de uno de los filmes más notables de la historia: Nosferatu, obra maestra de F.W. Murnau.

La película era una adaptación libre de Drácula, la célebre novela de Bram Stoker publicada en 1897. De hecho, el fundador de Prana Film e impulsor del proyecto, Albin Grau, había encomendado al guionista Henrik Galeen una adaptación de la novela, pidiéndole que introdujese algunos cambios para enmascarar ese vínculo, ya que no poseía los derechos para hacer una versión cinematográfica.

Según explica el historiador Luciano Berriatúa, las razones por las que Grau no adquirió los derechos de autor podrían estar vinculadas al bloqueo al que estaba siendo sometida Alemania tras el final de la I Guerra Mundial, que también afectaba a una industria, la cinematográfica, cuyos productos no se distribuían fuera de Alemania. Pero el éxito fenomenal de El gabinete del Dr. Caligari (Robert Wiene, 1920) tras su estreno en París propició un primer aperturismo del que se aprovecharía Nosferatu.

Entre los cambios operados por Galeen destacan la reubicación de varios pasajes de la novela, trasladados de Inglaterra a Alemania; la simplificación de la trama y, especialmente, la transmutación del aristocrático Drácula por el Conde Orlok, al que caracterizó de manera magistral el actor Max Schreck. Con lo que no contaban Grau y Galeen era con el éxito que alcanzaría el filme, gracias principalmente a la dirección de F. W. Murnau, que firmó una incontestable obra maestra.

Tras su estreno en Berlín, en el teatro Primus-Palast el 4 de marzo de 1922, la película de Murnau cosechó un formidable éxito por toda Alemania, y ese mismo año fue distribuida en Francia. Convertida en un éxito internacional, Nosferatu acabó llamando la atención de la viuda de Bram Stoker, Florence Balcombe.

Lo cierto es que la viuda del escritor tuvo cierta ayuda: tal y como detalla David J. Skal, fue una carta anónima, con remite berlinés, la que alertó a Balcombe del engaño operado por Prana Film. Decidida a demandar a la productora alemana, Florence Balcombe presentó su caso ante la British Incorporated Society of Authors, cuyos abogados lograron paralizar la exhibición de la película en 1923.

Tras dos años de pleitos, los tribunales dieron finalmente la razón a Balcombe, decretando además que todas las copias del filme debían serle remitidas para su destrucción. Prana Film se libró de pagar cantidad alguna a la viuda, al declararse en bancarrota.

En los años siguientes, Balcombe y sus abogados iniciaron una verdadera cruzada para destruir todos los negativos del filme, aunque unas pocas copias permanecieron ocultas en diversas partes del mundo.

En 1928, Universal compró los derechos de la novela, lo que hizo que Balcombe cesase en su persecución y permitió que algunas de esas copias apareciesen, aunque se trataba de copias incompletas y en mal estado.

La azarosa historia de Nosferatu, no obstante, no acabó con el final de la caza de la viuda de Stoker. Ya en 1930, la productora alemana Deutsch-Film-Produktion estrenó su película Medianoche, dirigida por Waldemar Roger. La sorpresa llegó al comprobar que se trataba de una película sonorizada realizada a partir de los negativos originales de Nosferatu que el tal Roger había remontado a su antojo.

Sólo en la década de 1980, merced al trabajo de investigadores como el propio Luciano Berriatúa, Miguel Ángel Pérez Campos, Enno Patalas o Berndt Heller, entre otros, se ha podido reconstruir el filme, tal y como lo había ideado Murnau.