Con motivo de una película sobre Carlos V se ha vuelto a suscitar la vieja cuestión de si su desembarco fue en Tazones o en Villaviciosa. El ilustre Etelvino González se ha mostrado terminante en este punto reivindicando Tazones como el lugar del desembarco. No es mi propósito polemizar con mi erudito amigo, que ya en un capítulo del libro colectivo publicado en 2002 con motivo del V Centenario del Emperador Carlos V titulado "Carlos I y su Corte en Villaviciosa", afirmaba que "una vez decidido el desembarco proceden a poner fuera de la nao la lancha del rey, limpia, revestida con cojines, tapices y banderas blasonadas con las armas del rey-operación que duró dos horas. Se aproximan y echan anclas frente a la costa, ocupando la ensenada que forma la punta de La Mesnada o la de Tazones y la punta de Rodiles".

No es esto lo que dice el único testigo presencial del desembarco que dejó un testimonio escrito, el cronista Laurent Vital, el cual afirma en el capítulo XXXII de su relación: "Y, aunque a un cuarto de legua había un pueblo llamado Tazones, no obstante, no fueron allí a causa de que era un lugar demasiado malo para alojarse en él tanto gente principal, y a causa de que, a dos leguas cerca, había una buena vila pequeña, donde estarían mejor alojados que en dicho Tazones. Entonces, a fuerza de remos, llevaron a dicho señor Rey por un río de agua dulce que entraba en tierra, entre dos altas montañas que se perdían de vista, llegando este río hasta esa villita llamada Villaviciosa".

Don Juan Uría, en su trabajo "El viaje de Carlos I por Asturias", recogido en "Estudios de historia de Asturias", señala que la atribución a Tazones como el lugar del desembarco se debe a "la lectura poco medita de la epístola 599 de P. Mártir de Anglería, al decirnos que el mar -él escribe 'Unda rapax'- impulsó la navegación hacia los hórridos montes de los Astures el 19 de septiembre, y que dispersada la flota llegó a un puerto no bien resguardado, denominado vulgarmente Tazones". Pero, precisa Uría, "llegar no es desembarcar, y por ligereza en la lectura de este pasaje de la epístola de Anglería llegaron algunos a pensar que allí había sido el desembarco". También se menciona Tazones en una confusa anotación del intendente Boisset, y entre escritores de épocas posteriores, Bartolomé Leonardo de Argensola, en su continuación de la crónica de Aragón de Zurita, escribe que "por el impulso riguroso de los vientos llegó un domingo, a 18 de septiembre, lugarcillo cercado por la Naturaleza, de altísimos riscos, batidos por las ondas hasta muy cerca de Gijón". Por el contrario, Francesillo de Zúñiga, muy próximo al Emperador, Fray Prudencio de Sandóval y Tirso de Avilés, afirman que don Carlos desembarcó en Tazones. Es de esperar que Tirso de Avilés, como asturiano, distinguiera entre Villaviciosa y Tazones, afirmando en "Cosas notables que acontecieron en la ciudad de Oviedo y en el Principado de Asturias desde el año 1516 en adelante", que "aportó el rey don Carlos en Villaviciosa el 19 del mes de septiembre de 1517". Asimismo, en "Armas y linajes de Asturias", al referirse a Villaviciosa indica que "en el año 1517, viniendo de Flandes a reinar en estos reinos de España el Emperador Carlos V, desembarcó en ella".

Uría cita el artículo de M. Fernández Ladreda sobre "Carlos I en Villaviciosa", publicado en "La Ilustración Gallega y Asturiana" en 1880, en el que se lee lo que podríamos considerar como una solución de compromiso: "Don Carlos transbordó en la concha de Tazones y subió en ella río arriba hasta Villaviciosa, donde desembarcó". A una solución parecida se adhiera, humorísticamente, el propio don Juan Uría, reconociendo que si el futuro rey no desembarco en Tazones, cuando menos fue la primera tierra que divisó.

El día del desembarco, según constata Antonio Cavanilles, hubo pleamar de nueve, por lo que era posible realizar el desembarco en lancha desde las siete hasta las once de la noche. El desembarco se produciría en Puente Huetes, al oeste de Villaviciosa.

Cuando Vital escribe que Tazones era un "lugar malo" no es porque tuviera ninguna prevención contra el encantador poblado marinero, sino porque temían encontrarlo peor abastecido que la villa más grande, situada río arriba. No olvidemos que los pilotos encargados de las naves del rey conocían las costas del Cantábrico y que "les dio mucha vergüenza" encontrarse frente a las costas de Asturias, tan desviados de la de Laredo, a cuyo puerto se dirían. El Rey, por su parte, había ofrecido dar una recompensa en vino al primer marinero que avistase tierra y la anunciase, de la misma manera que Colón obsequió con un jubón a Rodrigo de Triana por ser el primero que vio en la lejanía el perfil de la primera tierra americana.

Las esperanzas de los viajeros de encontrar Villaviciosa mejor abastecida que Tazones no tardó en enfrentarse con la cruda realidad. Al entrar en la villa era noche cerrada, por lo que, como escribe Vital, "no fue extraño que estuviesen mal servido en aquella primera llegada, a causa de que nada encontraron presto porque los bagajes de cocina y demás servicios, ni tampoco lo de la cámara y guardarropa estaban allí, pues no se pudieron desembarcar enseguida ni se podían encontrar pinazas ni botes para llevarlos". Debido a esto, el rey y la nobleza "hicieron de la necesidad virtud" y se aprovisionaron de lo único que encontraron a mano: huevos y carne de cerdo, lo que al cronista le pareció muy bien, y, según él, también al rey. Y considerándose como en una gira campestre, unos cascaron huevos, otros hicieron torrijas, otros bollos, y entre todos, prepararon los huevos y la carne de cerdo, que, como afirma Vital, "es el gran principio para hacer la tortilla, siempre que haya manteca". Y manteca no debía faltar, ya que Asturias no fue nunca tierra de aceite y su cocina rural en el siglo XVI no se diferenciaba demasiado de la del centro de Europa. Eso sí, al día siguiente los señores de la villa se presentaron ante el rey, llevándole ofrendas de pan, carne y vino.

Asegura Etelvino, buen amigo, que los vecinos de Tazones no recibieron al rey a pedradas. ¿Por qué habían de recibirle de manera tan hostil? Tan sólo le recibieron con extraordinario estupor: nunca se había visto en aquellas costas la llegada de un cortejo tan suntuoso. Eran como los Reyes Magos, con la pequeña diferencia de que en este caso fueron los vecinos de la villa quienes abastecieron al futuro rey y a sus cortesanos.

También celebraron, al día siguiente, una corrida de toros en honor a los viajeros. Las corridas de aquella época se diferenciaban de las de ahora: consistían en cortarles las corvas a los toros y una vez impedidos, matarlos. Vital anota que "los toros eran bravos y fieros y se defendían bien". Uría duda de que las fiestas de toros fueran populares en Asturias, dado que se trataba de una sociedad pastoril. Pero lo cierto es que a Carlos le dieron corridas a lo largo de su recorrido, en Ribadesella, Llanes y San Vicente de la Barquera, que en el campo había reses bravas que embestían e individuos que se ponían delante de ellas y las toreaban a su modo. A Carlos le gustaron aquellas lidias, ya que, años más tarde, en Valladolid, él mismo alanceó a un toro grande, negro y fiero llamado "Mahoma". Y, como observa González Cremona: "Toros y vino... Carlos ya estaba en España".