Tras una jornada de rock a tope, todavía hubo fuerzas sobradas para seguir con la energía de Iggy Pop, personaje incansable y con su furia rockera intacta, a pesar del paso de los años. Así pues asomó en escena ya rondando la media noche y desde ese momento no hubo frenazo: la intensidad fue total (al menos hasta el cierre de esta edición, ya que la sesión proseguía). Y lo hizo ante cinco mil almas entregadas, que ya habían calentado sus palmas y gargantas con las sesiones anteriores.

El itinerario del repertorio era un tanto de cosas suyas y otras de épocas gloriosas. No en vano, con ellos o sin ellos, más claro o menos, Iggy Pop suena a los "Stooges" porque los "Stooges" suenan, evidentemente, a Iggy Pop. Es algo indisoluble.

Con ese ambiente se desmadró la sesión, con canciones que en muchos casos fueron bien celebradas por la afición de La Ería que asistía a la despedida del Faan Fest, el macroconcierto que el año pasado tuvo en la cabecera del cartel otro torbellino rockero, "Bad Religion". Iggy Pop era ayer una especie de evocación de su anterior presencia en la ciudad, hace ya más de 20 años. Ahí estaba con la misma melena al viento, el mismo torso y su peculiar pero solvente voz. Además había tomado contacto con Oviedo un par de días antes, repitiendo lo de su vista anterior (se quedó un día más) con lo que se transmitió ese ambiente casi de familiaridad. Pero, en fin, al final lo que cuenta es la magnitud concertina, las canciones que tanta vida han dado a su carrera y que, en la gira europea, ha repartido por diversos frentes de su trayectoria, ya sean en solitario o de sus tiempos juveniles y más punkis.

Lo cierto es que aún mantiene ese halo de estrella de toda la vida que conquista a las generaciones actuales y a todas las demás que arrastra desde su primeros tiempos en esto del rock. No en vano, como él mismo dijo días atrás a este periódico, esa mezcla hace que todo sea más divertido, "una buena sensación". Y con esas buenas sensaciones transcurría la noche con la Iguana.