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LA BOMBA DEL FONTÁN

Un "manzanillo" de engolado pedigrí

Bradomín del Valle es mi gracia, natal de la ciudad de Fruela, dedico mis días a lo que me sale de las entrañas: bohemia y romántica vida

Un "manzanillo" de engolado pedigrí

Permitidme presentarme: Bradomín del Valle, es mi gracia. Natal de la ciudad de Fruela, de nobleza y probada lealtad. Descubrí por primera vez la luz en casa bien, en el Oviedo del "ensanche"; en cómoda cuna, encerada tarima, gruesas alfombras y pesados cortinones. Engolado pedigrí. Desde muy joven había optado, con determinación, por vivir; digo, vivir la vida. Un "manzanillo", que se decía entonces [no era reconocido todavía el estatus de pijo], de vivencias solapadas, no por ello exentas de alocadas y excitantes situaciones.

Por el camino fui conociendo gentes de toda condición. Personajes singulares y anónimos; algunos, de trato personal. Apellidos sonoros, mesocracia, y gente corriente. Hurgué también entre la roña y la carroña. Tiempos de continencias (...), no para todos. Supe estar arriba y abajo. Aunque la física demuestre que lo que sube baja, es importante saber con quién subes y quién te amortigua en la caída. De ciertos desengaños nacieron las razones para alienar y dejarme arrastrar por la imaginación. Desde entonces, dedico mis días a ser yo, a ser espectador paciente del correr de la vida cotidiana, y, a lo que me sale de las entrañas: bohemia y romántica vida.

No me busques en registro alguno, ya que en ellos no milito. A pesar de los múltiples despechos recibidos y deseos de ningunearme, os juro y prometo que fui persona de tronío, antes de "tronar" algo de la cabeza y del todo en lo económico. Pienso contar cómo he llegado hasta esto.

Poseo ciertas peculiaridades, las iréis conociendo, que me permiten contar cosas que otros, no supieron o no tuvieron ocasión para ello. No creer que soy un caso único en la ciudad, pues llegué a conocer a un afamado peluquero de "culto y consulta", qué, a la sazón informaba a clientes y amigos de inverosímiles sucesos.

Habrá bastantes ocasiones en las que dejaré tomar la palabra a mi maestro y amigo inseparable: Cayo Fontán. Viejo zorro, culto, erudito y perspicaz. Puedo asegurar que sin él todo lo que se cuente aquí no tendría sentido. El sabrá guiarnos por recónditos lugares del Oviedo de intramuros; aunque, conviene aclarar que sus límites no terminan en Puerta Nueva. Un sórdido mundo de estrecheces, de rancios clichés en blanco y negro. De cartilla de racionamiento, bula y ficha azul. De los artículos a granel, coger los puntos a las medias; del estraperlo, los charlatanes, buhoneros de remedios imposibles; carteristas, estafadores, etc. Pero... ¡qué coño!, también de alegrías y buenas gentes que las hubo, y, grandes personajes. Dentro del entorno variopinto de la vecindad poco puede haber que Cayo no reconozca. Hasta es posible que nos acerque al arte del "jipío".

Me acabo de dar cuenta de que estoy rayando en lo prosaico, quizá retórico. Lejos de lo que se pretende, que no es otra cosa que entretener al lector contando las tribulaciones vividas por criaturas de esta urbe.

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