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Recuerdos de acuarela

El ovetense Ignacio Simón presenta su primera exposición de pintura en la ciudad, una labor que combina con la construcción, profesión a la que llegó siendo uno de los referentes de la moda local

Arriba, una de las acuarelas; en el centro una página de LA NUEVA ESPAÑA con una crónica de la participación de Ignacio Simón en el Festival de la Moda de San Sebastián. Junto a estas líneas, bocetos de aquella época. luisma murias

Ignacio Simón (Oviedo, 1959) es historia viva de Oviedo, sobre todo en lo que a arte se refiere. Si echa la mirada atrás, todos los recuerdos que le vienen a la cabeza van asociados a la pintura, una práctica que lleva desarrollando desde que tiene uso de razón. Pero, a pesar de llevar más de 50 años rendido a la acuarela, sus obras nunca se han expuesto en su ciudad natal. Hasta ahora. El autor se presenta oficialmente a Oviedo con una muestra en la Librería Santa Teresa. Una exposición compuesta por 23 cuadros en la que repasa su evolución desde sus primeras obras "serias", realizadas en los años 80. Uno observa la delicadeza de sus cuadros y le sorprende que solo sea una afición. Que su carrera como diseñador de moda, siendo uno de los referentes de la ciudad en los 80 y 90, se quedara solo en sus recuerdos y en los de su entorno más cercano. Como su arte. Y que desde hace 30 años lo que le da de comer, a él y a su familia, es la construcción. "Poner suelos también tiene su parte artística", dice tímidamente.

Su afición por la pintura le viene de familia. Su tío era dibujante e ilustrador profesional, y fue quien le regaló su primera caja de acuarelas. "Yo tendría unos cuatro años, y me dedicaba a espachurrar el pincel sobre el papel y poco más", cuenta. Pero esas "cosas sin sentido" le despertaron el gusanillo de la creación. "No había mejor sensación que la de abrir una caja nueva de lápices de colores". Un sentimiento que comparten muchos niños, pero que a pocos les sigue perdurando hasta la edad adulta, como es su caso. Pero en la construcción de su camino como artista también tuvo que ver mucho su padre, Antonio Simón, concejal de Medio Rural del Ayuntamiento de Oviedo durante los ocho años de mandato de Antonio Masip. "Me llevó a una exposición de Paulino Vicente en la Sala Murillo, en 1974, y me impactó". Tenía solo 14 años, pero le sirvió como aliciente para continuar pintando. Era la exposición que inauguraba la galería en la ciudad, una revolución social que también revolucionó la vida de Simón.

Las clases de pintura en el Alfonso II, dirigidas por José Purón y Adolfo Folgeras, le llevaron a perfeccionar su técnica y a dejar la copia de los personajes de tebeos de la época, por creaciones propias. Se matriculó en Artes y Oficios. "Cursé los dos primeros años de los estudios y lo compaginaba con el trabajo en una colchonería, el negocio familiar". Ese año descubrió que se abría en Oviedo una academia de moda y patronaje, y decidió apuntarse. "Al final, era lo mismo que hacía sobre el papel de mis acuarelas. Era un trabajo de texturas, de colores, de volumen? porque la prenda, antes de ser prenda, es un papel". Digiere cada recuerdo que saca de su cabeza con un sorbo largo de un café oscuro. Así consigue contener la emoción de una etapa que le dio muchos buenos momentos y que seguramente no ha homenajeado lo suficiente.

Al terminar los tres años de formación, fundó junto a dos compañeras Clámides, en el año 1986, uno de los pocos talleres dedicados en exclusiva al diseño a medida y a pequeñas colecciones de prêt-à-porter. "Estábamos en un piso de la calle Independencia. Hacíamos ropa de ceremonia, trajes de novia, ropa de caballero y muchas prendas de estilo rock and roll. Tenía un cliente, Lai, propietario del bar Chanel, que me encargó un pantalón de cuero que se sigue poniendo después de 30 años. Eso sí que es calidad". Dice que los tres trabajaban "30 horas diarias", pero no les importaba. "Era trabajar, pero también divertimento. No veíamos la hora de salir". Él se dedicaba a bordar, a coser, a dibujar los patrones, los figurines? "hacía de todo, y todo me entusiasmaba". Consiguieron desfilar en el Festival de la Moda de San Sebastián, en 1989; viajar a varias ferias en París; hacer ropa para clientas exclusivas, para compañías de teatro y para mujeres rompedoras de la época. "A finales de los 80, hice un vestido de novia para una amiga íntima. Estaba hecho de terciopelo granate, con falda corta, bordados en oro y una torera. Lo llevamos a unas Jornadas de la Moda en Gijón, y la gente se quedó alucinada".

El éxito les animó a abrir una tienda-taller en la calle Campoamor, en el año 92. "Era un lugar especial. Teníamos el mejor equipo técnico y un contacto directo con el cliente". Pero el gran proyecto de futuro no salió como esperaban. Además, en esa época firmaron un acuerdo con una distribuidora de Madrid para vender su ropa en la capital. "Al principio todo eran buenas noticias, pero la dueña se fugó con un amante a Holanda y dejó a su familia y su negocio abandonado". Un hecho que acabó haciéndoles daño. "Las cuentas no salían y los bancos empezaban a llamar pidiendo explicaciones. Teníamos a gente que nos avalaba y no queríamos salpicar a nadie". Por eso, decidieron cerrar la tienda en el año 93. Ahí se produjo el giro en su vida. "Pasé de un sitio limpio y delicado a la construcción. Pero si cortaba una chaqueta, por qué no vas a cortar un suelo. Todo puede ser interesante". Y tenía razón. Esta profesión le llevo a ser uno de los autores de la escenografía de "Los muertos no se tocan, nene", basada en un texto de Rafael Azcona, que dirigió José Luis García Sánchez y que se rodó en Asturias.

"Nunca sabes los caminos por los que te va a llevar la vida". Pero en la suya hay una constante, la pintura. En la primera exposición que hizo hace 30 años en Villaviciosa, Simón mostró su cara más surrealista. "Ponía frases o versos dentro del cuadro, desdibujaba la realidad y alteraba el color". Solo hay una pequeña muestra de esa etapa en la exposición que este mes se puede ver en Oviedo; una visión particular de la mítica fotografía del actuación del pianista de jazz Duke Ellington en el Teatro Olympia de París, en 1958. "Le cambié la cabeza por una estrella y rodeé su cuerpo de espíritus en forma de burbujas". De ahí pasó a los paisajes y al realismo, justo en el escalón anterior al hiperrealismo. Ahora dibuja las sardinas que come, el mar de Cádiz cuando va a veranear y Oviedo. "Oviedo es 'mon amour', la musa de la que quiero dibujar hasta la última esquina". Y esta exposición es un claro ejemplo de que va por buen camino.

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