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Arbolito caído

La historia del Carbayón, que da nombre a los ovetenses, y la importancia que tuvo para la ciudad el arquitecto Julio Galán Carbajal

La placa colocada en la calle Uría en recuerdo del Carbayón. PABLO SOLARES

Con la llegada de octubre vuelve a Oviedo el recuerdo del Carbayón, el arbolón que nos dio su nombre, en 1879, cuando fue ajusticiado en aras de un mal entendido progreso. Aquello nos hizo carbayones a todos dejando de ser gatos del forno.

Lo de gatos del forno venía de los ovetenses -hombres- que se entretenían fuera de la muralla y acababan durmiendo al amor de los hornos del pan que andaban por la Puerta Nueva, echados allí desde el famoso incendio de 1521, cuando los panaderos pagaron culpas que no tenían, expulsados de la ciudad. Los ovetenses eran gatos del forno, pero las ovetenses no, porque no se sabe que anduvieran pendoneando a deshora.

Lo del carbayón que acabó por darnos nombre a todos vino del derribo del arbolón, un roble varias veces centenario que había cometido el error de crecer fuera de la alineación municipal que acabó por hacer del bosque parque. Se acabó a hachazos con aquella sombra bien amada por los ovetenses y por los estudiantes que a su cobijo habían esperado la sopa boba franciscana durante siglos. Con el arbolito caído los ovetenses llevaban para casa algunas cañas que se conservaron hasta que las nuevas generaciones tiraron aquellos palos resecos sin memoria.

Uría nació sobre la savia derramada, cuando bien podía haberse apartado para dejar al árbol vivir. Cerca de donde estuvo hay una placa que lo recuerda, obra de Paulino Vicente, en mal estado de conservación. Un trozo de aquel tronco, renegrido, se conserva en el Ayuntamiento.

Quiso la casualidad o no, que la fecha del derribo, 4 de octubre, fuese la festividad de San Francisco de Asís que tiene mucho que ver con esta ciudad, en la que, según la tradición estuvo como peregrino, camino de Santiago. Dense un paseo por el Campo, bueno para tantas cosas.

Oviedo nuevo, ya centenario

El 21 de octubre de 1939 falleció en Oviedo don Julio Galán Carbajal, arquitecto municipal y autor de muchas y muy importantes obras que son aun hoy únicas de la arquitectura de su tiempo. Entre ellas, de 1915, hace justo un siglo, la casa de Asturias 38 y la Casa Simeón en San Francisco. Allí al lado el Banco Asturiano, con dos fechas -1928-1935- porque paso por el fuego. Previamente, en 1912, el Sanatorio Asturias y el Círculo Mercantil, ahora tristemente cerrado. Un poco más arriba, también en Santa Cruz, las Casas Gemelas, de 1914.

Oviedo le debe a don Julio Galán un homenaje, que bien puede ser una calle con su nombre, que está pedida. En ello estamos.

Cambio de uso

Muchas zonas comerciales de Oviedo están cambiando de fisionomía de forma acelerada, empobreciendo la clásica y variada oferta que llegó hasta ahora, tal como ocurre en Ramón y Cajal, donde los bares lo copan casi todo. Uno de las últimas bajas en producirse fue la del local en el que estuvo durante muchísimos años el establecimiento de electricidad González Suárez, una casa con historia. Aquel clásico establecimiento inauguró el edificio, crecido sobre una casa anterior del siglo XVIII. En aquella casa anterior había nacido en 1911 Dolores Medio Estrada, tal como ella misma novela en "Nosotros, los Rivero". El derribo de la casa familiar supuso la ruina de la familia que perdió así un comercio de ultramarinos y bodega, La Bodega Española, trasunto de La Uva de Oro. Y ahora, a la vuelta de los años, las lámparas que vendía Alberto González vuelven a los licores, con el acierto de mantener la mayoría del decorado anterior.

Al fondo, como en toda aquella acera, la muralla, nuestra cerca.

De perros

Ahora todo el mundo tiene algo que contar de Rufo, un perro vagabundo por excelencia al que le llegó la dudosa gloria de una escultura a ras del suelo, no como la loba capitolina de Rómulo y Remo.

Yo también tengo algo que contar de Rufo, porque durante un tiempo asistió a mis clases de "libre oyente". Se sentaba en silencio al pie de la tarima, cuando le parecía se levantaba y se iba, hasta que un día no volvió.

Mi casa natal

Mi casa natal, en Santa Susana, una hermosa casa con arbolones atrás, ya no está, y tampoco están los arbolones, todo por la labor de doña Piqueta y doña Hacha. Acabo de pasar por allí y vi carteles en el piso que se corresponde con aquel en el que yo nací. Si fuese joven y rica lo compraba, para disfrutar de la misma luz.

Empieza la semana grande de tantas cosas. Que se reparta suerte, por el bien de la ciudad.

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