Seguro que esta frase resulta familiar a muchos padres, madres y cuidadores. En la infancia se multiplican las actividades: colegio, deberes, actividades extraescolares... en muchas ocasiones dejan poco tiempo libre para que los niños puedan dedicarse a otras cosas.

Pero ¿qué sucede cuando surge tiempo sin actividades?. Desde un día festivo, unas horas en las que no hay nada programado, hasta unos minutos de espera en una consulta... de pronto aparece el aburrimiento y en muchas ocasiones llenamos ese tiempo con actividades más o menos pasivas como ver la televisión o jugar con dispositivos electrónicos. Esa respuesta inmediata para llenar ese tiempo contrasta con dos cosas: estar sin hacer nada no implica necesariamente aburrirse. Vivir momentos de aburrimiento puede ser muy saludable para todos, pero es especialmente relevante en la infancia. Disponer de espacios sin actividades programadas, puede ayudar a los niños a crecer más responsables e independientes. Pararse a pensar y decidir qué hacer, ayuda a estimular la imaginación, la creatividad, a asimilar los momentos que se viven e incluso a relacionarse con el entorno.

Ante la afirmación "me aburro" debemos tomarnos un tiempo en escuchar al niño o niña y definir qué emoción le acompaña... ¿nos quiere contar alguna cosa importante y utiliza esa frase para que le prestemos atención?, ¿quiere nuestra compañía?, ¿no sabe realmente qué hacer?.

Una vez que hemos definido que lo que busca es actividad, podemos aprovechar ese aburrimiento para estimular su desarrollo. Siempre teniendo en cuenta las preferencias de cada uno, podemos utilizar estrategias sencillas. En casa, podemos poner a su alcance diferentes actividades y que sean ellos los que decidan qué hacer: desde un baúl con disfraces, una estantería con libros adaptados a su edad y de temas que le interesen, juguetes, puzzles... Cuando salimos podemos acompañarles a un parque en el que también tendrá varias posibilidades: ir a los columpios, relacionarse con otros y jugar con ellos; practicar aficiones que tenga como patinar o andar en bici, o contarnos cómo le va en el colegio.

Recientemente le facilité una libreta a una niña de 9 años -aburrida- y le pedí que me escribiera cosas con las que disfrutaba. Una de las primeras era "escuchar las historias que cuenta mi hermana mayor" y a continuación completó una larga lista en la que incluía juegos en solitario: "cuidar de mis muñecas"; en grupo: "bailar con mi hermana"; creativos "plastilina, dibujar"; familiares: "cocinar con mamá". El listado llegó a llenar cuatro páginas. Elaborar esa lista supuso un momento muy agradable para ella y nos facilitó una herramienta muy útil a la que recurrir cuando vuelva esa pregunta que siempre acaba por surgir... ¿qué hago?