Hay avances señeros en el progreso de pequeños pueblos, que se debieron a que en un momento dado de su historia, hubo una decidida voluntad capaz de unir a todas sus gentes y mantenerse unidas hasta conseguir los objetivos propuestos. Conviene recordar periódicamente esas fechas, para que puedan servirnos de ejemplo y acicate, por eso de que, como decían los clásicos, "la Historia es la maestra de la vida".

Eso sucedió en Las Regueras hace cincuenta años. Nos propusimos un objetivo que parecía entonces imposible por la dispersión de los barrios y caseríos, por la ausencia de núcleos urbanos.

Con qué ilusión nos fuimos comprometiendo, con qué esperanza y sacrificio íbamos poniendo nuestra parte. Empezamos pidiendo para los costes de los planos, realizados por ingenieros de la Confederación Hidrográfica. Luego aportando un millón (el 20%). Pero el agua llegó a todas Las Regueras, incluso atravesó el puente del Nalón hacia Grado, y el de San Pedro de Nora hacia Oviedo. Llevábamos luchando más de un año, cuando salió en la Semana Parroquial la circular número cuatro sobre el agua. Decía así: "Por indicación de nuestro señor alcalde, Arturo Suárez, os transmito esta carta que os llenará a todos de alegría. 'El gobernador civil, etcétera, Oviedo, 6 de noviembre de 1964'. 'Mi querido amigo: Tengo la satisfacción de comunicarte que la Comisión provincial de Servicios Técnicos de mi presidencia, ha aprobado las obras de aguas solicitadas por ese concejo y por un importe de 5.000.000 de pesetas que se llevarán a efecto durante los ejercicios 1965 y 1966. Firmado: José Manuel Mateu de Ros'".

Escribo esto porque llegó a mis ojos una foto que es todo un símbolo de lo que era el antes de la traída. Es la que acompaña a estas líneas. La vi en la red social Facebook, presentada por Esther Álvarez, la intrépida bibliotecaria de Las Regueras, siempre afanada en aupar a su concejo por todos los medios a su alcance.

La escena es de suma sencillez y realismo, pero suscita grandes y entrañables recuerdos.

Es un testimonio de la rutina cotidiana de ir por agua a la fuente, una costumbre que hasta tenía sus refranes picarescos como: "A la fuente y al molín, siempre manden al más ruin". O también: "El que va a la fuente y non bebe, o ye tontu o non tien sede".

Aquel día, el de la foto, tres vecinas coinciden camino de la fuente: Covadonga, de Ca Labrante; Juani, de Ca Destinguiu y Bala, de Ca Sidoro. Se juntaron en la fuente lavando en aquellas gélidas aguas alguna prenda, mientras se iban llenando los calderos. Después, cada cual, con una habilidad sorprendente y ancestral se pone el "rodiellu" en la cabeza y levantando en volandas el pesado caldero lo coloca encima, recoge el cubo con la ropa lavada y emprenden juntas la empinada cuesta que va desde la fuente de Vaciello hasta la plaza del Ayuntamiento, donde les sorprendió el fotógrafo.

Es todo simple, rutinario. Las tres van de madreñes, porque en la fuente y por el camino hay barro, su vestimenta es la de andar por casa, pero bien abrigadas, que es invierno. En sus rostros no hay ningún rasgo de cansancio, sino de abierta sonrisa. Los quince (o más) litros de agua que vienen soportando por la cuesta, parece que no les pesan. Y el agua... Como asustada: no se mueve. Mientras, ellas avanzan bien erguidas, como las cariátides del Erecteion ateniense.