Decir que al arte no se le pueden poner barreras ni etiquetas no es nada nuevo. Pero tener la oportunidad de comprobarlo es otra cosa. La exposición "Experiencias cruzadas", que comparten desde ayer Cova Ríos y Roberto Reula en la Sala Murillo, es una buena opción para conocer esos impulsos de un artista sin ataduras, sin intenciones, ni condiciones.

Nunca se habían visto en persona, hasta ayer, ella recién llegada de Madrid y él de Alicante. Solo habían intercambiado algunas conversaciones telefónicas, pero, al montar la muestra, "voilà". Sus obras encajaron como un puzle. Las esculturas humanas y cargadas de humanidad de Reula, realizadas en bronce o plástico, establecieron un irónico diálogo con los cuadros vivos de Ríos, en los que la pintura sucumbe a los encantos del metal y se fusionan sin límites.

Ella, hija de la pintora naïf asturiana Marisa Norniella, se define como una artista "de pared", que por necesidad de crecimiento investiga con materiales escultóricos. Arquitecta de formación, compagina sus labores de docencia en la Universidad Antonio de Nebrija con la joyería y la pintura. "Gané mi primer concurso de pintura con 10 años, así que es algo que llevo dentro. Pero, por mi formación, me obsesiona la textura, la materia y la luz. Y esa pintura ha ido evolucionando", explica. La crisis le abrió en 2008 otro camino creativo, el de la joyería. "Era algo que siempre me había atraído, y ese año decidí estudiar joyería artística". Unas piezas que juegan con el metal, las piedras y las texturas y que también presenta en esta exposición, aunque ya se venden en Madrid, Altea y Milán.

Él se considera "una persona normal", un escultor al que le interesa la gente corriente y que tiene "musas cotillas". "En el instituto me aconsejaron que me fuera a la Escuela de Arte, que aquello no lo iba a acabar nunca. Y les hice caso", afirma entre risas. Su pasión por el cuerpo humano le llevó a trabajar en un cementerio de Madrid. "Para poder hacer un hueso realista tienes que ver un hueso". Empezó modelando cuerpos atléticos y jóvenes, pero unas vacaciones en Torrevieja, fuera de temporada, lo cambiaron todo. "Estaba rodeado de señores barrigudos que disfrutaban de la vida, y entendí que esa era la realidad". Desde entonces moldea esos cuerpos corrientes, casi siempre masculinos, desnudos y que juegan con su obsesión: el vuelo. Todo salpicado de ironía y de una investigación profunda de materiales. Dos caminos completamente diferentes que el arte ha unido en Oviedo y cuya fusión es una explosión de belleza y obsesiones.