Cuando hablamos de la naturaleza humana nos enfrentamos al problema de su compatibilidad con la libertad de la que estamos indudablemente dotados. Para ser libre, el hombre tiene que estar abierto. Una naturaleza completamente hecha, cerrada, acabada, no puede dar lugar a un obrar libre. Se necesita un amplio margen de indeterminación, y una reserva de energía polivalente y autorregulable.

El hombre no es algo que esté hecho de una vez y para siempre, sino algo por hacer. Literalmente, un "que hacer", movilidad pura, libertad sin condición, siempre en proceso, pura existencia desnuda, puro proyecto, mero afán de ser.

Las técnicas y las ciencias abordan el ser humano fraccionado. Los psicólogos ponen el foco en la personalidad, los empresarios en los potenciales compradores, los políticos en los ciudadanos... ¿Y la persona? La ciencia y la técnica responden al cómo, la filosofía al por qué.

El por qué es individual. En un mundo cada vez más globalizado, pierden importancia las vidas singulares, nuestra intimidad, nuestros misterios, nuestra libertad. Ejemplos de vida, expresiones de vida. Como en la festividad de todos los Santos, vidas singulares, ya sean recreadas o recordadas. La experiencia individual es el patrimonio intransferible que cada uno de nosotros aporta a la existencia.

Insistir en este dinamismo de cada persona es un valor intrínseco que no puede olvidarse so pena de arriesgar nuestra libertad.

Aristóteles habla del individuo como ser social por naturaleza. Esa naturaleza no le quita al hombre su necesidad por naturaleza, su individualidad y su dignidad. Son cualidades intrínsecas. Cada sociedad, cada cultura, debe encontrar maneras de proteger y hacer crecer esa humanidad. Esto celebramos. Celebramos ser una totalidad en sí, completos, que no puede ser dividida sin perecer.