Quien dice "Camino Primitivo" dice Asturias y, si me apuran, casi me atrevo a decir otro tanto cuando hablamos del "Camino Francés". Ya es hora de que los poderes públicos adopten medidas para potenciarlo. Alfonso II el Casto, por derecho propio, fue el primer peregrino a la tumba de Santiago el Mayor, apóstol al que la tradición atribuye el primer intento de cristianización de la península ibérica.

Ya hacía unos años que el buen rey había fijado en Oviedo la capital del reino asturiano, cuando le llegó la noticia, desde las alejadas tierras del finis terrae, de que un ermitaño llamado Pelayo, había relatado al obispo de Iria Flavia, Teodomiro, la aparición de unos resplandores brillantes y misteriosos, acontecimiento que él consideraba sobrenatural; efectivamente, así fue, ya que dichos fulgores indicaban el lugar exacto en el que se ocultaba el sepulcro. Al reconocer el prelado que aquella tumba acogía los restos del apóstol Santiago, santo que había sido enterrado junto con sus discípulos Teodoro y Atanasio, se produjo la "inventio". La llamada de sacros horizontes que deslumbraron a Europa. Le faltó tiempo a Alfonso para emprender viaje al Campo de las Estrellas, a Compostela; inaugurando, de esa manera, la ruta sagrada que hoy conocemos como Camino Primitivo; otorgando así certificado real a la importancia del hallazgo y, por tanto, a los primeros pasos de la devoción jacobea.

Por aquellas calendas, Oviedo no era ajeno a las peregrinaciones. Siguiendo la tradición, no ratificada por las crónicas medievales, las reliquias forman parte de la basílica de San Salvador desde tiempos de Alfonso II el Casto, monarca que, para custodiarlas con la debida seguridad, hizo levantar una capilla junto a su palacio. Afirma don Juan Uría Ríu que el culto a las reliquias es, en principio con carácter local, tan antiguo, por lo menos, como el que comienza a manifestarse, en el siglo IX, en el lugar donde se suponía que se había descubierto el sepulcro del apóstol.

De lo que sí tenemos certeza es del acta que se redactó en el momento en que el rey Alfonso VI de León y Castilla, acompañado de las infantas Urraca y Elvira, Rodrigo Díaz de Vivar y su esposa doña Jimena, además del obispo Ariano que entonces regía la sede ovetense, y un notable cortejo, hizo abrir la ya muy venerada Arca. De todo su contenido se hizo un inventario que fue copiado en el siglo XIII, que hoy se guarda en el Archivo Capitular y que fue reclamo de reyes y peregrinos hacia la antigua corte. Ese impresionante relicario contenía hasta 83 piezas, entre las que merece mencionar fragmentos de la Santa Cruz, sangre del Crucificado, una hidria de las Bodas de Canaán, huesos de los profetas, leche de la Virgen?, sin olvidar la más admirable, que es el Santo Sudario. Así Fernando I, en la Historia Silense, dice preferir entre todos los Santos Lugares de su reino a la iglesia de San Salvador. Igualmente Alfonso IX visitó varias veces la ciudad para postrarse ante ellas. Alfonso X se refiere al peregrino como "Ome estraño, que va a visitar el Sepulcro Santo de Hierusalem e los otros Santos Logares?; o que andan de peregrinaje a Santiago o a Sant Salvador de Oviedo". A mediados del siglo XIV lo hizo Alfonso XI, peregrino hacia Santiago, para cumplir la promesa que había realizado si salía con bien de la Batalla del Salado y Algeciras. El Papa Eugenio IV, en el año 1438, concedió indulgencia plenaria a los que visitasen la Catedral de Oviedo el día de la Exaltación de la Santa Cruz, (14 de setiembre) o los ocho días anteriores o posteriores y entregasen limosna para la fábrica de la catedral.

Todo indica que, a causa del prestigio que había alcanzado el culto a las reliquias de la iglesia catedralicia, el número de romeros que acudían era superlativo. Para el jubileo de 1481 el cabildo encargó a Gutier González de Mieres, la fabricación de 25.000 enseñas de peregrino -que no está nada mal-, para poner a la venta durante el tiempo que durase el Jubileo. Tantos eran los romeros que, a finales de la Edad Media, llegaron a funcionar en Oviedo hasta siete hospitales, el más importante el de San Juan, instalado en el palacio de Alfonso III, mientras, a la vez, existía una Rúa de los Albergueros. Desde el Imperio Carolingio, durante los primeros lustros de la peregrinación a Santiago, para evitar caer en manos sarracenas, la ruta transcurría cercana a la costa, facilitando el acercamiento a nuestra catedral para proseguir la andadura por el del interior o retornar al que traían por Avilés o Canero. A medida que el avance de la Reconquista aumentó la seguridad en los caminos, el itinerario se fue desplazando hacia el sur hasta encontrar terreno más favorable para la gran caminata. Esta fue la causa por la que el principal flujo de peregrinación, poco a poco, trazase las coordenadas de lo que hoy conocemos como Camino Francés. Vía que , a pesar de que un buen número de romeros, bien a la ida o a la vuelta, dirigían sus pasos a San Salvador de Oviedo, postergó el Primitivo.

Tras centurias en las que los caminos de peregrinación sufrieron grandes altibajos, en la década de los noventa del pasado siglo, Galicia supo y logró recuperar, a nivel mundial, la ruta jacobea. Tremendo acierto porque, sin temor a equivocarnos, podemos afirmar que es el gran motor de la economía gallega. Durante el año 2014 fueron censados 250.000 peregrinos; de los que tan solo 8.000 siguieron los pasos de Alfonso II. Demasiada diferencia.