-Yo casi prefiero eso a que me tiren por ahí.

"Eso" es que la incineren, y que dejen sus cenizas en el cementerio. Y "eso" es lo que prefiere la ovetense Gabriela Martínez, que dice que no entiende los que ordenan que se les incinere y se les tire al mar, por ejemplo. "Qué va, si hacen eso es como si te olvidaran. No queda nada. Si te traen aquí al cementerio tienes una placa y eso ya es un recuerdo", explica.

Gabriela Martínez habla sobre la muerte a la entrada del cementerio del Salvador. Ya se va. Ha venido con su marido, Juan José Junco, a rendir homenaje a sus suegros, que descansan allí. Y ha venido como cada uno de noviembre, día de Todos los Santos.

Ocurrió que ayer en el cementerio, el día de Todos los Santos también lo fue, aunque no lo pareciera tanto como otros años. No hubo aglomeraciones de gente, ni cola a la entrada de la capilla, ni siquiera el tráfico de antaño. Visitantes como Gabriela, o como Eva María Méndez, o como Pablo Riesgo lo confirmaron: ha sido de los años con menos afluencia. También dieron fe floristeros como Julio Vallina, que lleva yendo al cementerio cada año desde 1992. "Hay mucha menos gente", dijo.

Razones: el día soleado de ayer, que invitaba a otros planes y, por encima de todo, la jornada de puente de hoy, que ha permitido "escalonar" las visitas. Eso dicen visitantes y floristeros. Y también el párroco que ofició la misa de la una del medio día: "Que tengamos un buen día y sigamos disfrutando de este sol que sólo tenemos en el Cantábrico", se escuchó por los altavoces.

Pero no por menos gente dejó de haber menos colorido. Las lápidas aguantaron flores de todos los colores. Muchas puestas el sábado, otras ayer, y seguramente otras tantas lleguen hoy. Y alrededor de ellas, de las lápidas, hubo generaciones de familias como la de Margarita Piñera, que miraba fijamente desde su silla de ruedas a la lápida de su marido. A su lado estaba Yolanda Fernández y Mario Fernández. Y el pequeño Antony Marte. "Venimos todos los años. Hoy está mucho más tranquilo", señaló Yolanda.

A Pilar Álvarez no es que le diera pena que hubiera más o menos gente. Lo que le da pena es que, "el resto del año el cementerio esté abandonado". Lo dice delante de la lápida de su padre, fallecido en 1998, junto a su madre Joaquina Cima y su marido Manuel Suárez. "No entiendo la gente que deja la tumba de un familiar abandonada", insiste. Porque sí que es verdad que hubo gente, bastante, que aprovechó la visita al cementerio para limpiar las lápidas. Agua, jabón y bayeta y a darle. Eso suele suceder con los no habituales, que no es el caso de Soledad Rodríguez, que sube al cementerio no necesariamente cada uno de noviembre, como ayer, sino en cumpleaños y "fechas señaladas" de su madre, fallecida hace 35 años, y su padre, hace dos. "Se trata de acompañarles en días así", concluye. El día "con menos gente" de los últimos años en el cementerio.