La gran diferencia entre una Biblioteca y una tableta con función de lectura de libros. eReaders, eBook, eBooks Kindle, Billow multimedia, Ebook - bq, E - book 1060 energy, Ebook - Kobo o Easy Player Cyberbook, es que de todos ellos, puede afirmarse que son aparatos fríos, aburridos, amorfos, sin vida, incapaces de salirse del guión, a los que para nada apetece mimar; huérfanos de rincones misteriosos.

En cambio, entre las estanterías repletas de libros de una biblioteca, siempre existe lugar para lo arcano; el misterio lo anclamos entre sus anaqueles en el instante que finalizamos la lectura de nuestro primer libro y decidimos formar un archivo, que no colección, de textos. Como un tesoro, subrayados, con notas en los márgenes y pedazos de papel de periódico intercalados entre las hojas para señalar, trozos que con el tiempo amarillean, que para nada sirven y, aunque ilegibles en el relato, forman parte de esta pequeña historia, que con el paso de los años se convierte en un delicioso apéndice de nosotros mismos, porque ellos son la biografía de nuestro pensamiento.

Sus autores, junto con los temas, delatan nuestras preferencias intelectuales. Los libros, además de leerlos y en tantos casos releerlos (una segunda lectura es diferente a la primera ya que exprimimos el tarro de las esencias), uno por uno y en conjunto se comprometen ante el mundo a ser fieles y compartir reflexiones, esperanzas, sueños, leyendas e ilusiones.

Y esto fue lo que me ocurrió hace unos días, no se crean que es un caso aislado, de vez en cuando me sucede. Por eso más arriba hablaba de los espacios mágicos que se ocultan en cualquier biblioteca que se precie, nacidos entre libros viejos, bolas antipolillas y alguna araña que otra.

Entre otros folletos me topé con uno de 51 páginas, publicado en Madrid, en 1842, por la Imprenta de Eusebio Aguado, titulado: "Traslación de las cenizas" del Excelentísimo Señor Don Gaspar Melchor de Jovellanos, al monumento erigido en la iglesia parroquial de la villa de Gijón. Ya en la tercera página prosigue: "Noticia de la función fúnebre con que se solemnizaron el 20 de abril de 1842, con motivo de los traslados de sus huesos desde el cementerio a un nuevo monumento colocado en una pared interior de la iglesia parroquial a expensas de su Familia. Y la oración fúnebre que dijo el presbítero Justo González Valdés Granda, doctor en Teología, del Gremio y Claustro de la Universidad de Oviedo". Entre otras curiosidades figura en la segunda página, escrito manualmente, con plumilla y en perfecta letra inglesa, el siguiente texto: "Serán denunciados ante la ley los ejemplares que carezcan de esta rúbrica por ser propiedad de la familia".

Nunca mejor dicho, Gijón ardía a primeros de noviembre de 1811. Más o menos tres meses habían transcurrido desde que Jovellanos, procedente de Muros de Noya y La Coruña, llegara a la villa con la esperanza de reparar de inmediato el Real Instituto Asturiano y que las clases se reanudasen aquel mismo mes de octubre. No pudo ser, las tropas de Napoleón, comandadas por el general Bonet, invadieron por tercera vez Asturias. Fue el 6 de noviembre cuando el pánico se adueñó de la ciudad, muchos intentaron huir por mar. Entre ellos Jovellanos que, con proféticas palabras, había dicho dos meses antes: "Tendré que vivir con un pie en la tierra y otro en el mar". Acertó. En compañía de Pedro Valdés Llanos y Domingo García de la Fuente, se hizo a la mar en El Volante, embarcación a vela que se encontraba fondeada en el puerto.

Un incidente con otro barco ingles que reclamaba 60.000 reales por el pago de un cargamento de bacalao, incluso llego a disparar un cañonazo contra El Volante, retrasó la navegación. A las pocas horas de hacerse a la mar una poderosa galerna les obligó a guarecerse en Puerto de Vega, cuando su destino era Ribadeo.

En el bello pueblo pesquero fueron acogidos por Antonio Trelles Osorio que les brindó su casa. Todo fue de mal en peor. Al poco de desembarcar, su compañero Pedro Valdés enfermó de pulmonía. Jovellanos, que no se apartó de su lecho ni un instante, también se contagió del mismo mal. El primero falleció el día 25 de noviembre; el segundo cuatro días después, según la partida de defunción, que dice: "Vega. Excelentísimo señor don Melchor Gaspar de Jovellanos, 1811. Veintinueve de noviembre. Yo, el infranscrito cura propio de Santa María de Puerto de Vega, di sepultura eclesiástica en esta mi iglesia al cadáver del Excelentísimo señor don Melchor Gaspar de Jovellanos, soltero, natural de Gijón; murió el día anterior, auxiliado de los Santos Sacramentos de Penitencia, Viático y Extremaunción; aquí no textó: Y para que conste lo firmo dicho día, mes y año, ut supra.- Pedro Pérez Tamés Hevia".

Vida tan fructífera como desgraciada la del Ilustrado: pensador, político y erudito. Víctima propicia de intrigas y envidias, al que ni una vez fallecido permitieron descansar en paz. Baltasar Cienfuegos y Jovellanos, sobrino y heredero del vínculo de Jovellanos, trasladó sus restos mortales en el año de 1814 desde el lugar de su muerte hasta el cementerio de Gijón, para dar cumplimiento a la disposición testamentaria.

Gaspar Cienfuegos y Peñerudes, sobrino y sucesor de Baltasar, considerando que el ruin y mezquino lugar que ocupaban las cenizas de Jovellanos no correspondía al mérito singular de sus virtudes, y de sus grandes beneficios al pueblo en el que había nacido, con aprobación del Ayuntamiento, patrono de la iglesia parroquial, solicitó y consiguió del Gobierno el permiso para colocarlas en una de las paredes interiores del templo de San Pedro, en el que había sido bautizado.

La expresiva fisonomía que en su día modelara en mármol Ángel Monasterio, cuando Jovellanos estaba en Sevilla, sirvió de modelo para el monumento que se instalaría en la nave de mano derecha al colateral del templo. Practicada la exhumación en presencia del párroco, del juez y secretario del Ayuntamiento, y de varios testigos, se depositaron los restos en la caja de plomo que se cerró y soldó. Autoridades, secretario y testigos firmaron el correspondiente certificado, el que depositado en un frasco de vidrio se encerró, asimismo, dentro de la caja, en cuya tapa y cara interior se grabó la siguiente memoria: "Los huesos que contiene esta caja son del Excmo. Sr. Don Gaspar Melchor de Jovellanos. Nació dicho señor en Gijón año de 1744. Murió en Puerto de Vega en 1811. Fue trasladado desde el cementerio de Gijón a esta caja y monumento que la adorna, en 1842, por sus sobrinos Gaspar Cienfuegos Jovellanos y Cándida Gracia de Cienfuegos". La caja de plomo se metió dentro de otra de roble del monte de Lloreda, propiedad de la casa.

Se designó el 20 de abril para celebrar las exequias. En la iglesia parroquial, sencilla y majestuosamente adornada, ocupó el túmulo, cubierto con el hábito de la orden de Alcántara que él mismo había usado en vida, el centro de la nave mayor. Se componía de tres cuerpos, el primero formaba cuatro gradas vestidas de bayetas, las cuales contenían más de cien candelabros de plata; sobre los cuatro ángulos superiores del templete había cuatro hermosísimos candelabros de cinco y de siete luces, a los lados ocho graciosos antorcheros, y luego dos bancos cubiertos de negro con destino particular para los alumnos del Instituto, director y maestros del mismo.

Bajo las notas del salmo Miserere, en procesión fúnebre, llevaron a hombros la caja mortuoria desde el cementerio hasta la iglesia de San Pedro, personalidades locales como el conde de Revillagigedo Álvaro Armada y Valdés: José María Rato y Ramírez; Víctor Morán y Navia y Eustaquio García Llanos; sosteniendo en alto los extremos de la cola del manto los dos niños: José Cienfuegos y José Valdés Hevia.

Concluida la misa, dijo la oración fúnebre el presbítero Justo González Valdés Granda, con palabras que arrancaron numerosas lágrimas a los oyentes. Seguido se cantó un solemne responso, y pronunciado el Requiescat in pace se encerró en el nicho labrado por detrás del propio monumento. Sencillo mausoleo rematado por un busto suyo y diferentes alegorías a su proceder y sabiduría.

La parte inferior contenía el siguiente texto: "D. O. M. AQUÍ YACE EL EXMO. SEÑOR D. GASPAR MELCHOR DE JOVELLANOS, MAGISTRADO, MINISTRO, PADRE DE LA PATRIA, NO MENOS RESPETABLE POR SUS VIRTUDES QUE ADMIRABLE POR SUS TALENTOS; URBANO, RECTO, ÍNTEGRO, CELOSO PROMOVEDOR DE LA CULTURA Y DE TODO ADELANTAMIENTO EN SU PAÍS: LITERATO, ORADOR, POETA, JURISCONSULTO, FILÓSOFO, ECONOMISTA; DISTINGUIDO EN TODOS GÉNEROS, EN MUCHOS EMINENTE: HONRA PRINCIPAL DE ESPAÑA MIENTRAS VIVIÓ; Y ETERNA GLORIA DE SU PROVINCIA Y DE SU FAMILIA, QUE CONSAGRA A SU ESCLARECIDA MEMORIA ESTE HUMILDE MONUMENTO. R. I. P. A. NACIÓ EN GIJÓN EN 1744. - MURIÓ EN EL PUERTO DE VEGA EN 1811.

No finalizaron aquí las vicisitudes ni alcanzó todavía el descanso eterno, ya que en la Guerra Civil de 1936, la iglesia de San Pedro, como tantas otras, quedó piedra sobre piedra, totalmente derruida.

Lo poco que lograron rescatar de entre las ruinas, escasos restos del patricio gijonés que dio nombre a la Villa, junto con algunos fragmentos del monumento, fueron depositados en la capilla de la Virgen de los Remedios, muy cercana a su casa natal. Ya de aquella comenzó a decirse la famosa frase: "Gijón debe el mar a Dios, y el resto a Jovellanos". A esto último quizás debíamos añadir: y también Asturias y España.