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Con nombre propio | Óliver Díaz | Nuevo director musical del Teatro de la Zarzuela

Un ovetense de La Calzada

Formado en Oviedo, Candás, Nueva York y Gijón, ha ido paso a paso marcando su propia partitura hasta alcanzar el éxito

Un ovetense de La Calzada

Nació en Oviedo y en la capital del Principado, en el Conservatorio Superior de Música, comenzó su formación. Aunque Óliver Díaz se siente de Gijón, vive en La Calzada y allí ha desarrollado buena parte de su carrera como director de orquesta, nunca ha perdido de vista su ciudad natal, a la que ha regresado con éxito en los últimos años para subirse al podio del teatro Campoamor.

Óliver Díaz (Oviedo, 1972), recién nombrado director musical del Teatro de la Zarzuela, es de los que saben lo que cuestan las cosas. Sus partituras son un mundo de color, cada línea, cada nota de cada pentagrama está garabateado con rojos, azules, amarillos... todo un espectáculo que le marca por dónde debe ir la música, qué camino tomar, y así transmitírselo a los intérpretes.

En realidad, no es más que un chico de barrio, un tipo normal que habla rápido, mucho y certero, que no prejuzga y que tiene una capacidad de trabajo acorde a su talento y a sus ansias por estudiar. Pero si hay algo que caracteriza por encima de todo a Díaz es su generosidad, sus ganas de devolver lo que le han dado. Siendo un chaval le surgió la oportunidad se ejercer como director, se trataba de la Banda de Música de Candás, y no sólo lo aceptó sino que se esmeró con todo su esfuerzo. La experiencia le sirvió para ir tomando el pulso de lo que es ponerse al frente de un grupo de músicos.

En aquellos años, principios de este siglo, Óliver Díaz pensó que la tradición musical candasina debía verse recompensada. Se trajo de Nueva York a Julian Martin, profesor de la Julliard School en la que este ovetense de La Calzada había estudiado, y entre los dos organizaron un festival internacional de piano que supuso un antes y un después para la capital de Carreño. En la iglesia de San Félix tocaron pianistas jóvenes que después han triunfado en los mejores teatros del mundo. El éxito fue tal que Candás se quedó pequeño y el festival acabó trasladándose a Gijón, aunque todos los años se celebran conciertos en la villa marinera, porque Gijón no es más que un barrio de Candás.

José Miguel Carrera, presidente de aquella banda candasina, apostó por el joven talento de Díaz y la jugada salió bien, tanto que se revitalizó la pasión por la música clásica en el concejo de Carreño.

La trayectoria de Óliver Díaz ha estado siempre ligada a su tierra. Nunca olvida que Asturias es su lugar de referencia, donde empezó todo, y a Nueva York. La Julliard School y en especial el profesor Martin, forjaron a la persona. Viajero por profesión y por devoción hay algo que Óliver Díaz no perdona y es la buena charla alrededor de una mesa y unas copas de vino. Uno de sus mayores tesoros son sus amigos, con los que comparte éxitos y fracasos y con los que mantiene un contacto constante.

Ha dirigido a importantes orquestas, se ha puesto muchas veces el chaqué con pajarita para empuñar la batuta con dulzura pero también con fuerza arrebatadora, pero cuando se baja del podio es un hombre que pasea por el centro de Oviedo, por Gijón, por Praga o por cualquier otro lugar del mundo repasando partituras y pensando nuevos proyectos,

Afable, divertido, con una sorna que va a medio camino entre el sarcasmo ovetense y la coña gijonesa, tiende a la broma pero también a decir las cosas claras. Tremendamente serio en su trabajo tiene muy claro que hay que disfrutar de la vida y de las oportunidades que le han ido surgiendo. Hombre agradecido que se ha ganado a pulso todo lo que ha conseguido pero que es muy consciente de que en un mundo tan duro y competitivo como la música clásica hay que seguir estudiando.

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