Apenas guardo un vago recuerdo de mi abuelo paterno. Indiano que hizo dinero en Cuba, representando a los Bauer (agentes de la Casa Rothschild en España), como exportador de hoja y labores de tabaco. Sin embargo, dos cosas lo mantienen aún presente en mí memoria. La primera, la importante dotación económica dejada a su único nieto cuya finalidad sería la de financiar la carrera de Ingeniero de Caminos, Canales y Puertos -marchamo que vestía muy bien en aquellos tiempos- y una digna estancia en Madrid. Importe del que doy cumplida cuenta en mí "triunfante" vida. La otra, un extraordinario baúl de viaje en el que guardo los objetos personales más entrañables.

Una lluviosa tarde de domingo, decidí meterle mano y poner orden en aquel santuario. En la cajonera del baúl topé con un pañuelo de cuello. No era uno cualquiera, era un regalo de una persona especial.

Nos habíamos conocido una noche inspirada a principios de los años setenta en Paddock, presentados por un amigo común. José Antonio Amor, tuvo una fugaz carrera como actor; por aquellas fechas había trabajado en dos películas, una, "El juego de la Oca", junto a Sonia Bruno, de relativo éxito. Desde el primer momento tuvimos buena sintonía, respetando las sensibilidades que nos hacían diferentes.

Siempre que se encontraba en la ciudad quedábamos en Ronda para charlar y más tarde ir al cine, especialmente al Palladium. El actor disponía de una información preferente en cuanto a ciclos, realizadores y películas. Sabía de cine. En cierta ocasión le comenté lo que me había ocurrido en el Palladium la primera vez que me fui de una película: "Antônio das Mortes matador de cangaçeiros", de Glauber Rocha, era el título. Cómo el acomodador en mí escapada me enfocó a la cara con la linterna, para mí vergüenza.

-"Mira Brado", que así me llamaba, "te voy a contar una anécdota que muy pocos conocen. Se inauguraba el cine Palladium con el estreno de la película "Repulsión", de Polanski; te puedes imaginar el tipo de personal que abarrotaba la sala. Al terminar el pase de la película, hacía la salida me encontré con el oficial operador de cabina, conocido de años. Fumaba algo nervioso, cuando se acerca y me dice al oído: '¿qué te pareció la cinta?', no lo sé , contesté, 'tengo que masticarla'; '¿notaste algo raro?', 'pues...no', dije. Me cogió del brazo para apartarme de la gente: 'no sé como pudo ocurrir. En el armado de la bobina se empalmaron dos rollos en distinto orden. Total, el tercero pasó como segundo; después, el segundo como tercero... ¿entiendes?'". Daba lo mismo, en realidad el "mensaje" había calado.

El arte y ensayo era un terreno virgen, experimental; un cajón de sastre donde todo encajaba, lugares donde te podían colar cualquier bodrio. Recuerdo haber visto allí una increíble conferencia sobre el fenómeno OVNI a cargo de un visionario argentino llamado Flabio Zerpa.

Bueno, la verdad es que poco más se necesita decir sobre las connotaciones intelectuales y reivindicativas de aquellas salas, un asunto holgadamente glosado por los santones de la progresía de la época. Un fenómeno cultural a nivel nacional. En Oviedo, en Asturias en general, no andábamos a la zaga en esas cuestiones.