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El borrón de General Zuvillaga

Seis días después del asesinato de Isabel Márquez presuntamente a manos de su novio, el entorno de la calle donde vivía la pareja sigue "descubriendo" a su vecino

Jorge Portillo Vega.

A unos metros de la plaza de América. Casi al lado del Club de Tenis de Oviedo. Frente a dos bares, un pub y un quiosco. En uno de los puntos de la ciudad más frecuentados para ir de la zona alta al centro. Allí vivió, al menos durante cuatro años, una pareja que pocos conocían bien. Sobre todo al hombre, Jorge Portillo Vega. Un presunto asesino (pendiente de la calificación definitiva de la justicia) del que algunos aseguran que era policía jubilado, otros que se había licenciado en Derecho, y el resto -la mayoría- que no tenía oficio ni beneficio.

Según el rastro que dejó tras matar a su novia el 5 de noviembre, le gustaba salir a tomar algo y tenía sus locales preferidos. Apenas 48 horas después de golpear en la cabeza con la barra de hierro de una mancuerna a María Isabel Márquez Uría, no perdonó su cortado en la cafetería de un hotel de la calle Santa Clara. El local estaba incluido en su lista de preferidos junto a, por ejemplo, una sidrería de González Besada en la que entró a las 72 horas del crimen. Los empleados del primer establecimiento, donde también se quedó dos noches a dormir, no encontraron nada anómalo en su comportamiento. Ni durante esos días, ni antes. Lo describen como normal, amable y bromista. Prueba de esa tendencia a tomarle el pelo al prójimo fue cómo le habló al encargado del hotel cuando iba a pagar. Es decir, dos días antes de entregarse y confesar en la Comisaría Local de Gijón. "Me llamó campeón porque me hice un pequeño lío con la cuenta", dijo el hostelero aún con el susto en el cuerpo.

Sin embargo, los trabajadores del segundo establecimiento no comparten ese punto de vista. A las empleadas su mirada les ponía nerviosas y no les daba "buena espina". En la sidrería dicen que era un hombre bien vestido y que llevaba ropa cara. De hecho, cuentan que en una ocasión en que le salpicaron con vino en un zapato "se enfadó muchísimo porque dijo que eran carísimos".

Las versiones sobre su personalidad son tan contradictorias como en realidad él mismo parece ser. Según su declaración ante el Juzgado de Violencia sobre la Mujer, y a la que ha tenido acceso LA NUEVA ESPAÑA, Portillo afirmó que "suele fabular historias, trabajos y situaciones paralelas a la vida real" para justificar las mentiras que le contaba a su novia, que creía que tenía saneadas sus cuentas bancarias y desconocía que no tenía trabajo.

Lo cierto es que tiene 51 años, nació en Barcelona, vivió un tiempo en Bilbao y se trasladó a Oviedo, donde nunca consiguió un empleo. Le constan cuatro detenciones por lesiones, daños, atentado a la autoridad y reclamación judicial. Las tres primeras en Barcelona, y la cuarta en Burgos. La fecha y el lugar en que conoció a María Isabel no están claros. Ambos vivían en un piso de alquiler de la calle General Zuvillaga que ella pagaba. Ella tenía 65 años, estaba separada, se había jubilado como empleada de La Cadellada y hasta el año pasado era socia del Club de Tenis. Los vecinos los conocían de vista y nunca les oyeron discutir. Ahora están "descubriendo" a Portillo.

"Maldición para Zuvillaga 7. Se ha reído de ti". Esas son dos de las frases que él le escribió a su compañera en una carta que dejó en el piso días después de -según él mismo confesó- haberla matado. A la espera de ser juzgado, dijo ante la magistrada titular del Juzgado de Violencia sobre la Mujer, Mónica Casado, que lo hizo para ahorrarle a su novia el sufrimiento de no tener dinero. Según su declaración, la había mantenido engañada contándole que tenía trabajo y una cuenta corriente saneada cuando la verdad es que le había sacado euros de la cuenta sin permiso. Pero María Isabel sí sabía algo. Llegó a denunciarle por quitarle 300 euros usando su tarjeta de crédito. Sin embargo, luego siguieron juntos. Nadie sabe por qué.

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