Paula juega en una piscina de bolas de colores sobre la cama, está rodeada de muñecos y su abuela le lee un cuento. Parece completamente ajena al hecho de estar conectada a un gotero y a que cada poco entran en su habitación personas vestidas de blanco que le tocan la frente, le miran los oídos, y le cambian las vías de los brazos. La pequeña, de dos años, se centra en lo que le gusta. Por eso, cuando la puerta de su cuarto individual de la séptima planta del HUCA, en el pasillo de oncología, se abre por décima vez durante el día y asoma una pernera verde pistacho con estampado de margaritas, ella da un pequeño bote en el colchón y bate palmas. Han llegado los payasos. Por fin es viernes.

El del pantalón florido es Francisco García-Bernardo, más conocido como "Pachucho". Está acompañado por "Lunática", o lo que es lo mismo, por Andrea Mata, y su objetivo es que Paula pase un rato estupendo, distinto a muchos de los que está pasando desde julio en el centro sanitario. La pareja forma parte de la asociación sin ánimo de lucro "Clowntigo", que presta su servicio al hospital todos los viernes desde hace una año "como terapia para el alma" de los niños.

"Desdramatizar la situación de un crío es liberador tanto para él como para su familia", explica este payaso, que ejerce como maestro de Psicología Terapéutica en el colegio Santa María del Naranco (Ursulinas) y emplea su tiempo libre en "aliviar el dolor de los demás". Pero "Pachucho" no se hizo de la noche a la mañana. Como el resto de sus compañeros ("Lunática", "Anacleto" y "Besucona") García-Bernardo se formó específicamente. Él lo hizo en Madrid con un curso básico de clown, y otro orientado a la sanidad de la mano de la asociación "Saniclown". Ahora la agrupación ovetense "Clowntigo" se ha establecido en el centro social de Santullano y ofrece cursos de formación para voluntarios.

Antes de entrar en las habitaciones, a partir de las seis de la tarde, los payasos preguntan a los padres y al personal sanitario qué niños desean y pueden pasar un rato divertido. "Tenemos muestro propio código deontológico", cuenta "Pachucho", que normalmente sólo conoce el nombre y la edad de los críos, pero otras "es necesario que sepamos más porque usamos una técnica de clown y una energía distinta con los niños que padecen ciertas dolencias", matiza García-Bernardo. Así, un pequeño con problemas de visión, de audición, o con puntos en el tórax "es un caso especial y merece un número de clown muy personalizado".

Los payasos se dividen por parejas y entran despacito en cada habitación para hacer magia. Al menos, eso hicieron con Pablo, un chaval de 10 años al que acaban de intervenir de apendicitis: "Jo, nunca pensé que me lo podía pasar así de bien aquí". Objetivo conseguido.