Con cinco letras primeras

me dicen que casta soy,

y es cierto que engendro y doy

otras hijas venideras

adonde enterrada estoy.

(Adivinanza popular. La Castaña)

Cualquiera diría que con este calor estamos ya en tiempo de castañas, cuando más bien parece que nos encontramos en pleno veranillo, de propina. Bueno, nunca está de más, aunque estemos en otoño, al final se hace más corto el invierno. Cómo será la bonanza, climatológicamente hablando, que ni el aire de la gueta tuvo presencia por estos lares; yo, al menos, algún día fui a guetar castañes y no tomé cuenta del ventarrón otoñal.

El castaño es un árbol longevo que puede echarse siglos a la espalda como el que no quiere la cosa. Fuerte, corpulento y buen mozo, puede alcanzar hasta 20 metros de altura. De recio y adusto soporte en su juventud y madurez, pierde la compostura al alcanzar la senectud y, todo lo que atesoraba de seriedad y rectitud se convierte en locura infantil.

El tronco que antes era liso, de color grisáceo y elegante, se vuelve un muñeco retorcido e intenta representar fantasmagóricas figuras, tallando sobre él mismo, con el buril del calendario, expresiones angustiosas, muecas que semejan un bostezo, cuencas vacías con ojos dalinianos, narices egipcias a medio hacer, melenas de vieja desarrapada, miembros cercenados?, dignas recreaciones de Renoir, Degas o el propio Lucifer.

Nada digamos si entre sus cicatrices figura el sutil aderezo de un purificador rayo del cielo, porque la belleza es extrema; fue la paleta del Creador la que lo imaginó en una noche de lobos preñada de líquenes y hongos.

Lo cierto es que, mucho hablar de belleza y, lo digo en confianza, en realidad no sé en cuál de las cuatro estaciones me gusta más. Si en primavera cuando muestra sus monumentales copas con hojas lanceoladas, pecioladas, agudas en el extremo, bordeadas de grandes dientes en sierra, lustrosas como pocas, que en su cara superior lucen un verde esplendoroso imposible de describir. En la primavera avanzada se acicala y deja colgar los largos amentos de las flores masculinas. Las femeninas, presentes en el mismo árbol, se reúnen en grupos de tres, pudorosamente separadas de aquellas.

Tras la fecundación, sus frutos, las castañas, se desarrollan conjuntamente con el erizo, dentro del cual se forman al final del verano. Primero blancas, luego, entre finales de octubre y primeros de noviembre, al madurar, se vuelven de color marrón. En otoño el castaño se torna irrepetible, se disfraza, los colores del mundo son pocos para él, por ello pide colaboración a la luz, para que su tonalidad varíe cada instante. Más tarde pierde la vergüenza y se queda en cueros ante el mundo; eso sucede cuando sopla el aire cálido del sur.

Los erizos se suicidan, uno tras otro se estrellan contra el suelo con un sordo retumbe, mientras la nube de hojas revolotea al azar. Sin rumbo fijo, en solemne zigzag, silenciosas, tiñen, almohadillan el sotobosque y esconden los boletos bajo su manto.

El invierno impone su ley y acaba por desnudarlos al completo, claro que en este caso no hay nada que ocultar. Tronco y ramas forman un conjunto magistral, sobremanera las noches de luna llena en que parecen estirar el ramaje, entre reflejos y sombras que llegan del cielo, para alcanzar las estrellas. ¿Con qué estación se quedan ustedes, en cuál de ellas los ven más hermosos? Yo me quedo con las dos últimas y si tengo que elegir con el invierno; me parece la de máximo esplendor. Además, el Busgosu y su familia, lo meses gélidos, los pasan en estado de hibernación. En lo más profundo del bosque eligen el tronco rey, señero por vetustez y grosor, y en su interior, al igual que los osos, se adormilan hasta que canta el cuco.

En otoño se vareaban los castaños, se "pañaban" los erizos y se guardaban en corros hechos de piedras, con un metro. aproximado de altura, para que los animales salvajes no dieran cuenta de ellas. Para que el erizo ablandase se tapaban con trapos o con helechos dejándolas a la intemperie y a merced de la lluvia, a continuación se pisaban y se guardaban los frutos.

De cuántas hambrunas protegieron al mundo rural, en especial hasta la llegada de dos nuevos cultivos procedentes de América: maíz y patata. Por su alto poder nutritivo fueron un recurso alimenticio de primer orden para los animales y el hombre. Decía Fray Luis de Granada que "los castaños son mantenimiento de pobre, cuando les falta el pan".

En el año 1989, con motivo del "X Festival de la Castaña", en Candamo, pronunció el pregón mi buen amigo Fernando Inclán, el que entre otros acertados pormenores dijo: la castaña se convirtió en alimento providencial en los países montañosos, como Asturias, donde el maíz resultaba insuficiente para cubrir las necesidades de los labradores y la escanda se destinaba en su totalidad al pago de las rentas.

Piensen que, hacia 1880, en una casería normal, con unas 3,5 hectáreas de terrazgo, llevado a medias, cinco vacas en comuña y siete personas que alimentar, pertenecientes a tres generaciones, las necesidades del consumo familiar daban un déficit equivalente a 75 días de hambre. Todavía, hace poco más de cien años, las castañas, junto con la "boroña" y a lo más un poco de leche, constituían la dieta habitual de los aldeanos.

Prosigue Inclán mencionando las distintas variedades de castañas: El castaño bravo, utilizado para madera, recibe el nombre de "pagano", por faltarle el crisma del injerto; las castañales, antaño, solían sallarse y estercolarse con esmero.

En Pravia sobresalen las tempranas "miguelinas", que maduran a final de setiembre y tienen escasa conservación; y entre las serondas, las "valdunas", que dieron renombre al concejo de Las Regueras, las "chambergas", de escasa producción, pero gran tamaño, conteniendo cada erizo un solo fruto. Las "carreñas", las "extranjeras", abundantes aunque menudas, y las "ordaliegas", las últimas en sazonar; siendo de peor calidad y menor calibre las "zapatonas", procedentes de los árboles bravíos.

Tradicionalmente su consumo se hacía de estas formas: en verde se asaban, eran las "amagostadas", o se cocían con su pulgo, las "corbatas", que se daban como "garulla", junto con otras frutas, al finalizar las nocturnas esfoyazas del maíz; las secas o "mallucas", bien descascarilladas, servían de ingrediente principal al potaje aldeano en los meses de más escasez.

Su gran arraigo e influencia tienen reflejo en el Refranero Asturiano: "Agostu secu, castañes en cestu, setiembre moyau, en cestu y al llau"; "Añu de seca, castaña y non bolleca"; "castaña la primera, y nuez la postrera"; "Cuando les castañes van tando en sazón, llega San Simón con el pertigón".

También nos regala Aurelio del Llano, en "Esfoyaza de Cantares Asturianos" los siguientes temas, algunos picarescos, de nuestro folklore.

1) Fuiste a la siega y viniste,

no me trajiste gordones,

en viniendo les castañes,

maldita la que me comes.

2) ¡Déxame meter la mano, querida, en tu faltriquera! Eso non, galán del alma, a nin por mucho que te quiera.

3) Regalete con castañes,

que es cosa de faltriquera,

a mi lo mismo me da,

que te alabes dondequiera.

4) Les castañes son castañes,

los oricios son oricios,

los ojos de la tu cara

para mi fueron hechizos

5) Madre mía toy encinta

-Fía mía tarazón;

as castañas que comiste

¿de que casteñeiru son?

6) As castañas nun oriciu,

eu direi como se fai,

de pequeña ven a grande,

de madura luego cai.

Marcos del Torniello, poeta avilesino del que hablé en estas mismas páginas hace una semana, también dedicó una poesía al amagüestu, composición de la que hacemos una selección en las siguientes líneas:

?de duro sacudieron les castañales,

ficieron en metanes de la campera,con todos los honores de la foguera, una fornada bona, que nes entrañes tuviese el amagüesto de les castañes.

Cuando por la cuenta taben en punto, porque por el corteyu daben el unto, y de la fumareda surt' el olfato, sacando les castañes col garabato, y esmorgando por elles mozos y moces, como si yos entrasen fames atroces, en menos que lo cuento pe les bodegues metieron de castañes cuatro faniegues.

Con la sidra escanciada nos pucherinos quiciaves que moliesen ocho molinos;

y como d' esta sidra nin queda miga sin dir de los pucheros pa la barriga, el que más y el que menos, na caravana, estaba de bermeyo como la grana.

Les moces, fachendoses y reblincones,

plizcaben a los mozos pe los calzones, y los mozos por veles tan gayasperes parez que les furaban con alfileres; asín que rebrincando como xatinos faciense carantoñes y regolvinos?