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La bomba del fontán | Las crónicas de Bradomín

Fernando Vanidades torea de salón

La faena del provocador torerillo local tras una comida en Casa Manolo

Fernando Vanidades torea de salón

Acababa de recibir una llamada de Cayo Fontán. Tenía ganas de charlar conmigo, de contarme las andanzas de su reciente viaje a Madrid. Total, que aquel mismo día quedamos a las tres para comer en Casa Manolo, en Altamirano. Sentados a la mesa, no necesitamos más que una simple mirada entre ambos para saber que íbamos a comer patatas a la marinera; que era en realidad lo que siempre comíamos allí. Me advirtió que para las cinco quería terminar pues a esa hora televisaban la corrida de la Asociación de la Prensa. El prolongado almuerzo se convirtió en una especie de soliloquio por parte de Cayo: tres festejos en Las Ventas, comidas y cenas, en qué lugares y en compañía de quién.

Cuando salimos del comedor la lidia había comenzado. Un mano a mano entre los diestros, Gabriel de la Casa y Juan José García Corral. Vimos el primer toro desde la barra hasta que el eficiente Manolín, nos facilitó dos sillas. "Faena de aliño", musitó Cayo. En el ínterin con el siguiente toro veo en la barra a Fernando (a) "Vanidades", estéril y provocador torerillo local. Todo lo que le faltaba de presencia, le sobraba de mala leche. Comencé a temer lo peor.

Segundo de la tarde. Toro brioso y con buena pinta. Al tiempo que, provocado por Calo Granda, cazadora en mano irrumpe en el serrín Vanidades: cuerpo de peso mosca caído de kilos, vestido de negro pasión, pañuelo al cuello y bota campera. Saludo torero para comenzar la faena. Una serie de lances de capote: larga cambiada, verónicas, chicuelinas; para terminar con una revolera. Parte de la concurrencia animaba. Cayo, con sonrisa picarona observaba: "¿le conoces?", preguntó; "de nada", mentí. Pocos miraban ya al televisor. Ahora de muleta: con la derecha, naturales, manoletinas, rematando las series con pases de pecho y chulescos desplantes. El recital iba in crescendo; César, tras la barra, se frotaba las manos. "¡Enorme! ¡Magnífico!", mascullaba Cayo. Alguien desde la barra gritó: "¡y les banderilles pa cuando!" Vanidades, picado en su orgullo busca con qué poner un par. De alguna manera se hizo con dos tenedores, humedece con la lengua las yemas de los dedos para ajustar los palitroques y con los brazos en alto toma distancia para citar al toro, cuando a su espalda, se abre la puerta y aparece Ángel. Observa un instante la situación, para, acto seguido, de dos manotazos arrancar los tenedores de las manos de Fernando: "¡Los cubiertos son míos, joder!" Hala, vete pa casa. Vanidades, en un arranque de furia se planta delante del propietario amenazante: "¡me cago en ros...! ¡ten mucho 'cuidao' conmigo, eh!"

En la televisión, Gabriel de la Casa está realizando una gran faena. Cuando el espada se dispone a entrar a matar, la melodiosa y bien timbrada voz de Matías Prats, suelta: "Maestro, encomiéndate al arcángel de tu nombre y a ver si eres capaz de lograr algún apéndice auricular". "!Excelso!", exclama Cayo.

Nos disponíamos a marchar, Vanidades todavía está en la barra. Cayo, al pasar se acerca y le pregunta: "¿Te contratan por corrida o por feria completa?" "¡Qué hostias te importa!", contesta el torero. "Lo siento", continuó Cayo, "tenía intención de llevarte a los Sanfermines, pero llegados a este punto... No obstante, quiero que sepas que tienes una bonita voz 'afillá', muy adecuada para cantar por bulerías".

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