Un dicho reza: "De novios, mieles y de casados, hieles". Pero, bueno, no hay que ser tan nefasto; tampoco siempre es así. Lo que sí es cierto es que podemos valorar la relación de pareja como un proceso, una sucesión de cambios en el tiempo, al que la pareja debe adaptarse, para que las cosas vayan bien.

El inicio de una relación va cargado -no pocas veces sobrecargado- de pasión, entrega, anhelo, excitación sexual e idealización. Es lo normal. Se trata de un principio, es el motor de arranque de un proyecto ilusionante y atractivo. Más adelante, y aunque todo vaya bien, van apagándose los "fuegos artificiales" y atenuándose el batir de alas de las "mariposas en el estómago". Y también es normal. Toda fiesta tiene un final. Se pasa a un nivel de amor más maduro y menos ardiente. El compromiso mutuo adquiere otras cualidades más formales y menos lúdicas; donde aparecen unos deberes y obligaciones para con el otro además de las puramente pasionales. Es habitual pasar del "Sí cariño, sí mi vida, cómo no, mi amor" al "Sí, pero?, ya estamos?, bueno, vale?". Que también es normal y no pasa nada, si las cosas se encauzan adecuadamente.

Es imposible que dos personas, por mucho que se quieran, estén absolutamente de acuerdo en todo. Va a ser inevitable que surjan desavenencias, diferentes puntos de vista y roces; sobre todo, si ya hay una convivencia con los problemas que, de por sí, esta experiencia acarrea. Afloran las discusiones, las salidas de tono y, no pocas veces, la bronca destructiva.

La relación se sustenta en cariño, respeto y comunicación. No es malo discutir (no pelear) y defender las propias ideas. Pero haciéndolo con cariño y respeto, valorando las ideas del otro como otro punto de vista distinto y una adecuada comunicación. La mayoría de los problemas suelen ser de comunicación; cuando el conflicto no se da en cada uno de ellos por separado, sino entre los dos. "No es que tú seas o dejes de ser, sino que no me entiendes porque no me escuchas".

Escuchar no consiste en oír. Se trata de oír más adentro, atendiendo y entendiendo no sólo el mensaje del otro, sino también el sentimiento. Eso indica el estado emocional que justifica lo que dice, por qué lo dice y cómo le afecta lo que dice. Y eso forma parte de la empatía y la inteligencia emocional.

Cuando discutamos, debemos escuchar con respeto y empatía. No quiere decir que estemos de acuerdo, sino que entendemos y valoramos su opinión. Siempre debe respetarse el turno de palabra y esperar que el otro termine de expresarse, para poder manifestar lo propio.

En una discusión de pareja bien llevada , no se trata de que uno gane y el otro pierda, eso sería una "visión de batalla", sino que ninguno de los dos pierda, lo que implica una "visión de concordia".

Dijo Tales de Mileto, hace ya bastantes años: "La Naturaleza nos dotó de dos oídos y una sola boca; para que escuchemos más y hablemos menos".