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La bomba del Fontán | Las crónicas de Bradomín

El coleccionista

La afición de un músico por atesorar la ropa más íntima de las vedettes que actuaban en la ciudad

El coleccionista

Se llamaba Jesús, era músico y de los buenos. Formaba parte de la orquesta de "Los Monumentos", tocaba instrumentos de viento y, ocasionalmente, hacía funciones de presentador. Tuve ocasión de tratarlo. Lo había conocido por medio de Juan Miguel Martín, truncado futbolista del Oviedo y guaperas oficial del Pelayo, donde yo solía tomar el vermú al mediodía.

En una ocasión me contó que era aficionado al coleccionismo. Entre el variado catálogo de cosas que reunía confesaba que su fetiche preferido era la ropa interior femenina, principalmente la lencería un tanto especial de las vedettes que pasaban por el cabaret. Parecía lógico que no lo tomase en serio pero decidí seguirle la cuerda. "Pero, dime, ¿cómo las consigues?", pregunté con cierta coña. "Depende", contestó muy serio. "¿Acaso te las trajinas?", insistí. "¡No, qué va, nunca!, soy un hombre felizmente casado". "Entonces, no lo entiendo". "Es muy sencillo, verás: el día del último pase de las chicas en la sala les cuento mi afición y ya está". No salía de mi asombro. "¿Y todas acceden?". "Bueno la mayoría, otras me las venden". "Oye, ¿y en tu casa, tu mujer...?". "¡Que dices!, ella no sabe nada, las voy guardando en una gran maleta que tengo en el cuarto de la orquesta". "Sinceramente, en serio, no te creo", dije. "Si te apetece un día que subas te las enseño".

No mucho tiempo después, al término de una "date night" -como decía René, viajado amigo que me acompañaba- decidimos subir hasta el cabaret. Acababa de iniciarse el segundo pase cuando entramos. Busque una mesa cerca de la pista-escenario con objeto de ser visto por Jesús. Así fue, al final de la sesión, el músico salió por una puerta lateral haciéndome seña para que le acompañara. Atravesamos un pasillo repleto de cajas apiladas hasta llegar a una puerta, que abrió con llave. Entre estuches de instrumentos, taquillas y demás, estaba la maleta; más bien un pequeño baúl cerrado con candado. En su interior guardaba el tesoro. Ordenado en varios montones, había gran número de prendas íntimas de variados colores. "¿Qué te parece?", dijo satisfecho. "¡Increíble!", respondí con admiración. "¿Te apetece alguna?, te aseguro que traen buena suerte". "No, no por favor, es tu colección". "Insisto", porfió el músico, "¿qué prenda te gusta más, de arriba o de abajo?". "No sé, dije; no tienes algo más...". "Lo tengo: un liguero". Con sumo cuidado buscó hasta dar con uno. Una sensual pieza de seda negra con finos brocados en oro. Cuando volví a la mesa René me miró extrañado, pero sin hacer comentario alguno. Ya de retirada en el coche, me dice: "¿No me digas que fuiste a f...?". "No", contesté, saqué el liguero del bolsillo y lo colgué del retrovisor. "¡No es posible!". "Es posible", amigo.

Un buen día recibo un saluda del Real Club de Tenis, invitándome al baile de disfraces la noche de Carnaval. La ocasión se presentaba pintiparada. Allí me fui vestido de loca starlette: corpiño, liguero y medias de red. Recibí muchos piropos y hasta hubo quien me llamó degenerado. Avanzada la velada, con un enorme pedal encima, me recomendaron marchar.

A la mañana siguiente durante el desayuno, la servicial Patro me comunica que había recibido orden de la señora de tirar a la basura todos aquellos irreverentes ropajes.

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