Dos hijos del pintor Paulino Vicente (Oviedo 1899-1990) y dos nietas, acompañaron a LA NUEVA ESPAÑA durante un recorrido por la singular exposición homenaje, que conmemora el veinticinco aniversario de su muerte en el Museo de Bellas Artes de Asturias. En la muestra, el visitante podrá contemplar medio centenar de pinturas y dibujos repartidos en tres salas; se trata de una cuidada selección de obras que fueron realizadas entre 1918 y 1973, y que reflejan los distintos géneros que practicó el artista.

A lo largo de la visita, cada uno de los descendientes se decantó por su cuadro preferido, y dieron también pinceladas sobre el lado humano del genial artista carbayón. Así lo pintaron dos de sus hijos, Paulina y Luis Vicente, hijos del segundo matrimonio, y dos nietas, Cristina Vicente y María Vázquez Vicente.

En lo primero no se pusieron de acuerdo, ya que cada uno miró a su cuadro preferido sobre todo por los recuerdos que les traía, por sentimientos muy íntimos casi siempre relacionados con la niñez. En lo segundo hubo unanimidad. La calidad humana de Paulino Vicente fue tal, que relegó para su familia a un segundo plano a la del genial artista que fue.

Paulina no se cansaba de mirar y remirar el cuadro de "Los moñitos", y es que fue su primer retrato paterno cuando contaba sólo tres años. "No se si es mi cuadro preferido, pero sí el más entrañable", afirmaba con decisión la hija pequeña del pintor, que curiosamente no se acuerda del día que posó ante el paciente progenitor. Y es que retratar a una chiquilla, tan pequeña como inquieta, no debió ser una tarea fácil.

"Pero sí me acuerdo perfectamente del retrato que me hizo después y que tituló EGB, hasta el punto que aún veo a mi padre haciendo el boceto con un bolígrafo de color amarillo", explicó con detalle. Su siguiente retrato, otro de sus preferidos, fue cuando empezó a tocar la flauta, en el que Paulina aparece vestida con el uniforme de las Teresianas, colegio en el que estudiaba y que entonces le quedaba al lado de casa, "con la capucha de la trenka de color marrón puesta", recordó mientras se le dibujaba una sonrisa tan amplia como nostálgica.

Tampoco olvida Paulina las tertulias diarias que había en la casa paterna, pasadas las siete de la tarde, a la que no faltaban Luis y Joaquín Orejas, ni tampoco Manolita Porrero, entre otros amigos de la familia. "Entonces yo era la única hija que quedaba en casa".

En la visita a la exposición, junto a Paulina estaba su hermano Luis Vicente, que no dudó en decantarse, "por razones sentimentales", por un cuadro que le dedicó su padre, "La degollación de San Juan", en el que además, "la modelo es mi madre", apostilló con lógico orgullo filial.

Este es además uno de los cuadros que los hijos del pintor donaron al Museo de Bellas Artes de Asturias en dación. "Como pintura hay cuadros muy superiores, pero este para mí siempre tuvo un significado muy especial", afirmó convencido de lo acertado de la elección.

"¿Qué cuadro le gustaría más a mi padre de esta exposición?. La verdad, no lo sé, porque él decía que todos eran como sus hijos, por eso la mayoría siguen en casa, porque era reacio a desprenderse de sus cuadros. Cada vez que salía uno por la puerta de casa sufría", recuerda Luis Vicente.

Y poco a poco fueron aflorando recuerdos de su padre, "que en las distancias cortas era como en las largas, entrañable". Su hijo lo define, con legítimo orgullo, como "un hombre fundamentalmente bueno que disfrutaba ayudando a los demás. Era un artista y como tal se comportaba".

Después recordó las visitas periódicas del poeta Gerardo Diego, muy amigo de su padre y al que apreciaba de verdad, como demostró en una de sus poesías. El manuscrito se puede ver también en esta exposición. Recuerda que el poeta siempre fue muy cariñoso con todos, y ellos disfrutaban siempre con sus visitas.

Compartiendo estos recuerdos también estaba una de las nietas de Paulino Vicente, Cristina, "soy hija de Manolo", precisó con la misma sonrisa que mostró durante todo el recorrido, pero que se volvió nostálgica cuando se refirió a los cuentos que le contaba su abuelo cuando lo visitaba los fines de semana. "Siempre me transmitía mucho cariño, hasta cuando me daba la propina de los domingos, algo que yo notaba que le encantaba".

Recuerda Cristina lo que disfrutaba subiendo a la tercera planta de la casa, en la calle Pérez de Ayala, donde su abuelo tenía el estudio." Cuando corría el cortinón para entrar experimentaba siempre una sensación muy especial, algo difícil de definir". ¿Su cuadro preferido?. "El de la calle Cimadevilla, porque siempre me transmitió tranquilidad".

La otra nieta, María Vázquez Vicente, la hija mayor de Pepitina, se decantó por el autorretrato de su abuelo. "Me llegó muy adentro, porque viví muchos años con él y se que está muy bien plasmada su personalidad". De la exposición destaca que hace un recorrido diferente a otras.

Un pintor innovador ligado a la Residencia de Estudiantes

La exposición homenaje a Paulino Vicente en el XXV aniversario de su fallecimiento, que estará abierta en el Museo de Bellas Artes de Asturias hasta el 31 de enero, se completará con la publicación de un elaborado catálogo que verá la luz coincidiendo con el final de la muestra del pintor ovetense.

María Soto, responsable de las actividades didácticas del museo, es la autora del texto del catálogo, en el que "intento aportar cosas nuevas". Explica a renglón seguido que, " en el año 2000 ya se hizo una exposición antológica sobre Paulino Vicente, pero quedan aún cosas nuevas como obras y documentación inédita que plasmaré".

En trabajar sobre esos aspectos menos claros, en la etapa de 1918 a 1936, hace especial hincapié, "ya que fue en esos años de formación cuando su pintura fue más innovadora. Todo esto servirá para redescubrir a Paulino Vicente".

Volviendo a la exposición, está organizada de forma que se puede ver la evolución que fue experimentando Paulino Vicente como artista con el paso del tiempo. La obra más antigua de la muestra es un retrato realizado en el año 1918, "Cabeza de Manolo".

Al retrato dedicó Paulino Vicente la mayor parte de su trabajo, en el que la evolución fue una constante, desde una visión moderna vinculada al expresionismo y al Realismo Mágico, hasta llegar a otra más convencional.

Paulino Vicente estudió primero en el Círculo Católico de Oviedo y en la Escuela de Artes y Oficios de la capital asturiana, y gracias a una beca de la Diputación continuó su formación en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando en Madrid.

Fue entonces cuando pasó a formar parte del grupo de artistas e intelectuales de la Residencia de Estudiantes, especialmente del integrado por los asturianos Antonio y Eduardo Torner, Antón Capitel, Ángel Muñiz Toca, Julio Gavito y Jerónimo Junquera. En Madrid conoció y trató a Maruja Mallo, Alberti, Dalí, Buñuel y Lorca, entre otros.

Entre 1929 y 1931 se perfeccionó en Italia con otra beca de ampliación de estudios, y a partir de 1933 compaginaría la pintura con la docencia artística en los institutos de enseñanza media de Sama de Langreo, Aramo y Alfonso II de Oviedo, y durante un corto periodo de tiempo, de 1932 a 1934, en la Academia Provincial de Bellas Artes.

Fue, además, un excelente muralista y dibujante, y prueba de ello es el fresco que preside el altar de la iglesia de La Cadellada, caído en el olvido, pero esa es otra historia.