Sería un grave error hablar de las librerías de Oviedo a través de los siglos, sin mencionar a la imprenta, que fue su verdadero principio. Los orígenes de las artes gráficas en la ciudad se remontan a mediados del siglo XVI. Comenta el Padre Risco, que toda la clerecía de la diócesis suplicó en Sínodo al obispo Cristóbal de Rojas y Sandoval, que se imprimiese el Breviario Ovetense, porque eran ya muy raros sus ejemplares, y ese era el principal motivo por el que se iba perdiendo el propio rezo diocesano.

En consecuencia y para atender a tan justificada súplica, el Cabildo entabló conversaciones con Agustín de Paz, impresor residente en Santiago, quien, se trasladó a Oviedo y el 23 de enero de 1555, firmó el contrato para imprimir breviarios y misales.

Agustín de Paz, igual que muchos de su oficio en aquella época, era impresor ambulante. Se trasladaba de un lugar a otro con sus utensilios, por propia iniciativa o, como en este caso, previo contrato con los regidores de ciudades, que por lo general eran cabeza de Diócesis, ya que así, se encontraba trabajo con más facilidad.

Zamora, Astorga, Mondoñedo y durante dos años, Oviedo, fueron los principales lugares en los que desarrolló su oficio este tipógrafo que, según el padre Atanasio López fue muy desgraciado y poco afortunado en su negocio; quizás con razón le tildaban de "bohemio de vida accidentada". Los constantes traslados de Agustín parecen indicar muy poca seriedad en el ejercicio de su profesión.

Fue acusado de no pagar a sus operarios y andar siempre importunando y pidiendo dinero. Finalizó su vida profesional en Oviedo y terminó sus días en la cárcel compostelana, donde murió en 1558. En el bienio en el que desarrolló su labor en la ciudad, según cuenta Ramón Rodríguez en "Tesoros bibliográficos de Asturias", publicó "Constituciones Sygnodales del Obispado de Oviedo" (1556), "Breviarium secundum morem almae Ecclesie Ovetensis" (1556), y "Missale antiquum ovetense" (1557). De la tercera obra sólo se imprimieron 50 pliegos, ya que de Paz fue reclamado por sus acreedores en Santiago, donde fue encarcelado.

Ese mismo panorama se extiende a más de las tres cuartas partes del siglo XVII, hasta que la imprenta se instalo en Oviedo de modo estable. Durante este tiempo hay varios libros fechados en la ciudad, pero impresos fuera. Uno de ellos es "Constituciones sinodales del Obispado de Oviedo", datado en Madrid, en 1608; "Memorial al Rey nuestro Señor", fechado en Granada, en 1653; "Timbre asturiano. Historia de la vida y martirio de la Gloriosa Santa Eulalia de Mérida, Patrona del Principado de Asturias", Madrid, 1672; "Relación de las Santas Reliquias que están en la Santa Iglesia Catedral de San Salvador de Oviedo", editado en Madrid, en 1621 y Cisne de Apolo, del Padre Luis Alfonso de Carballo, editado en Medina del Campo, en 1602.

La pregunta clave que se plantea es saber quien les vendía esos libros a los lectores ovetenses. Dice Ramón Rodríguez que en Oviedo, en contra de lo que habitualmente se ha creído, ya había librerías establecidas en el siglo XVI. En la segunda parte de esa centuria, un librero llamado Toribio Fernández, ejercía su actividad en la capital de la región.

En su negocio había libros de autores latinos o de temática eclesiástica, dato que demuestra que Asturias estaba más adelantada culturalmente de lo que se dice habitualmente.

Una vez finalizado el siglo XVII ya había imprenta establecida en Oviedo. En un acuerdo del Ayuntamiento del 15 de diciembre de 1700, consta como impresor Francisco Plaza.

Todo indica que no tenía mucho trabajo, porque era también arrendatario de sidra. Le reemplazaron su hijo Fausto Antonio de la Plaza, que en 1738 era impresor de la Diputación del Principado, y su viuda María Pérez Pedregal, en el año siguiente. A continuación vinieron Francisco Pedregal, (padre e hijo). El primero de los dos fue muy del agrado de Jovellanos, aunque en ellos predominaba más el carácter impresor, hecho que corrobora el binomio editor-librero. Tampoco es aventurado suponer la existencia de vendedores ambulantes de libros. Y mas, conociendo las dificultades de transporte para llegar y viajar por Asturias, no serían muchos los ejemplares que pudieran acarrear. Oviedo ya era el centro económico y cultural del Principado y, aunque el nivel cultural era exiguo, se había consolidado una universidad que exigía el abastecimiento de libros, aunque, no haya noticias de ningún establecimiento dedicado a la venta.

Silabarios, catones, metafísicas, folletos e impresos sobre enfermedades contagiosas, plagas del campo y órdenes son lo más destacado, aunque también se publicaron obras de mayor envergadura. De hecho, Gaspar Melchor de Jovellanos en sus Diarios, con fechas 5 de setiembre; 18 y 19 de diciembre de 1795; 22 de marzo, y 8 de mayo de 1796, da el nombre de un librero de Oviedo: Longoria, al que citaremos más adelante.

En el siglo XIX comienza a difuminarse la definición aceptada por la Real Academia de la Lengua que dice: "antiguamente librero era el que tiene por oficio encuadernador".

Por aquellas calendas comienzan a florecer en Oviedo las primeras librerías y ya es posible saber de la existencia de personas que hacen del comercio del libro su profesión, siempre haciendo hincapié de cómo era una librería en aquel tiempo y de sus posibilidades de venta; un mercado extremadamente pobre, fiel exponente de las posibilidades culturales y económicas.

Tanto más acusada era esa pobreza si tenemos en cuenta los tiempos belicosos que corrían. No hay duda de que subsistieron gracias a las compras de bibliotecas y a las suscripciones de periódicos. Entre las primeras cabe destacar, a finales del XIX, las del Seminario Conciliar, Academia de Bellas Artes, Comisión Provincial de Monumentos Históricos, Escuela Normal de Maestros, Diputación Provincial, Instituto de Segunda Enseñanza, Facultad de Derecho, Colegio de Abogados, Sociedad Económica de Amigos del País, y la más importante: la Provincial Universitaria impulsada desde el comienzo por importantes donaciones

Destacó el legado del Brigadier de Ingenieros Lorenzo Solís, que en su testamento de San Juan de Ulloa de México dejo 800.000 reales para la biblioteca de los Jesuitas en Oviedo.

Antes de cumplirse la última voluntad de Solís, aconteció la expulsión de la Compañía de Jesús de España, decretada en el año 1767. Entonces, el conde de Campomanes determinó que aquella librería aumentase la de la Universidad.

No hay que olvidar las bibliotecas particulares que, aunque escasas, eran notables: destacaban las de los Herederos de Francisco Díaz Ordóñez; José Sarandeses, Benavides; la de Música de Anselmo González del Valle y la del catedrático Víctor Díaz Ordóñez y Escandón.

Un renglón importante en las cuentas de los libreros seguro que han sido, como decía anteriormente, las suscripciones a diferentes periódicos provinciales y nacionales. Por ello, con el nacimiento de la prensa, comenzaron a crearse librerías.

El primer periódico del que se tiene noticias fue la Gaceta de Oviedo (1808-1809). Le siguió el Correo Militar y Político del Principado de Asturias (Castropol, 1810). Aunque para no aburrir citaré solo los más importantes. En la época constitucional de 1820 destacan El Momo, El Aristarco y El Crisol.

El Boletín Oficial de Oviedo comenzó en 1833. El Fomento de Asturias se publicó entre 1851 y -1954. El Faro Asturiano se difundió entre 1856 y 1871. A ellos se unen: El Porvenir de Asturias (1859-62), Diario de Oviedo ( 1884-85); El Nalón (1842), periódico de literatura, ciencias y artes; El Sin Nombre (1845), periódico literario, bastardo, satírico, semi-serio, burlesco y sentimental; El Trasgo y El Tiberio, dos satíricos de 1883. Otras publicaciones significativas fueron "El diario de la mañana", "El Carbayón" (1878); "La Cruz de la Victoria" (1886), y "El Principado" (1888), de tinte liberal.

Punto y aparte merecen los libros de "faltriquera", de los que figuran en primer lugar los de caballería. Relata José Manuel Lucía Megías que "el Quijote nació humilde y popular. La grandeza e importancia adquirida a lo largo de los siglos, esos que le han convertido en la ficción más influyente en nuestra cultura, dentro y fuera de los libros, no ha de hacernos olvidar su origen".

El Quijote nació en 1605 para ser devorado por los escuderos en las antesalas de los grandes señores; libro en cuarto, libro de "faltriquera", de bolsillo; libro que debería hacer las delicias de los viajeros a lo largo y ancho de la cada vez más populosa Europa del siglo XVII. Sin duda que con el tiempo se convirtieron, al lado de las obras por entregas, en un buen renglón para las librerías de entonces y de ahora.

No hay más que ver que, el 26 de diciembre de 1845, en el Boletín Oficial de la Provincia de Oviedo figuraba el siguiente anuncio: "DICCIONARIO DE LA LENGUA CASTELLANA, redactado sobre la última edición del de la Academia, y en vista de cuantos se han publicado hasta el día, por D. y M. (libro de faltriquera)". El precio de suscripción era de 2 reales para la entrega en Barcelona, y de 2,5 francos de portes en los demás puntos.