La exposición homenaje a Paulino Vicente en el XXV aniversario de su fallecimiento, que estará abierta en el Museo de Bellas Artes de Asturias hasta el 31 de enero, se completará con la publicación de un elaborado catálogo que verá la luz coincidiendo con el final de la muestra del pintor ovetense.

María Soto, responsable de las actividades didácticas del museo, es la autora del texto del catálogo, en el que "intento aportar cosas nuevas". Explica a renglón seguido que, " en el año 2000 ya se hizo una exposición antológica sobre Paulino Vicente, pero quedan aún cosas nuevas como obras y documentación inédita que plasmaré".

En trabajar sobre esos aspectos menos claros, en la etapa de 1918 a 1936, hace especial hincapié, "ya que fue en esos años de formación cuando su pintura fue más innovadora. Todo esto servirá para redescubrir a Paulino Vicente".

Volviendo a la exposición, está organizada de forma que se puede ver la evolución que fue experimentando Paulino Vicente como artista con el paso del tiempo. La obra más antigua de la muestra es un retrato realizado en el año 1918, "Cabeza de Manolo".

Al retrato dedicó Paulino Vicente la mayor parte de su trabajo, en el que la evolución fue una constante, desde una visión moderna vinculada al expresionismo y al Realismo Mágico, hasta llegar a otra más convencional.

Paulino Vicente estudió primero en el Círculo Católico de Oviedo y en la Escuela de Artes y Oficios de la capital asturiana, y gracias a una beca de la Diputación continuó su formación en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando en Madrid.

Fue entonces cuando pasó a formar parte del grupo de artistas e intelectuales de la Residencia de Estudiantes, especialmente del integrado por los asturianos Antonio y Eduardo Torner, Antón Capitel, Ángel Muñiz Toca, Julio Gavito y Jerónimo Junquera. En Madrid conoció y trató a Maruja Mallo, Alberti, Dalí, Buñuel y Lorca, entre otros.

Entre 1929 y 1931 se perfeccionó en Italia con otra beca de ampliación de estudios, y a partir de 1933 compaginaría la pintura con la docencia artística en los institutos de enseñanza media de Sama de Langreo, Aramo y Alfonso II de Oviedo, y durante un corto periodo de tiempo, de 1932 a 1934, en la Academia Provincial de Bellas Artes.

Fue, además, un excelente muralista y dibujante, y prueba de ello es el fresco que preside el altar de la iglesia de La Cadellada, caído en el olvido, pero esa es otra historia.