Fachada del palacio de los Sarri (Marqués de San Feliz), en El Fontán. Cayo suele acudir a este lugar cuando tiene algún bajón melancólico. "El sitio perfecto para poner orden en mi cabeza", dice. Allí se enfrasca en sus recuerdos. Aunque le gusta estar sólo, en ocasiones pide que le acompañe.

Un día le pregunté: "¿Nunca pensaste en casarte?". Respondió: "Verás, muchacho: En mis tiempos, quiero decir cuando estaba en la edad del pavo, entre los caballeros que disfrutaban de holgada posición o de cierta solvencia, estaba muy arraigado estirar la soltería durante años. Bien entrado ya en la madurez, se estilaba por entonces la novia de por vida, vamos, una mantenida: cada uno vivía en su domicilio, te veías los fines de semana o cuando... te picaba, y en paz. Tenía un alto coste económico pero te permitía maniobrar libremente tu vida". "¿Tuviste alguna?", repuse. "Naturalmente, varias; incluso alguna compartida, pero no cuajaron. Si yo te contara...", presumió. "Cuenta, cuenta", le apremié.

"Pululaban en esa época los celestinos; colocadores de damiselas en busca de solucionar su porvenir bajo la 'tutela' de crápulas o solterones pudientes. Recuerdo a Lito 'Tangos', un tipo que solía tener clientela de prestigio por disponer de una guardería de calidad. Había que ser cauto pues siempre podían hacerte cargar con alguna sorpresa... ¿entiendes? La cosa no estaba exenta de riesgos. Te voy a contar un caso singular: hacia mediados de la década de los cincuenta, arribó a Oviedo un aventajado músico con la tarea de reorganizar y dirigir la Banda de Música. don Cristóbal Ruyra, elegante y apuesto tipo, tuve el gusto de tratarlo. En aquellos tiempos la Banda solía realizar los ensayos en Educación y Descanso (Palacio de Valdecarzana-Heredia); allí acudía yo a clases de esperanto, idioma llamado a resolver la babel de las lenguas. Don Cristóbal, educado y amable, solía departir y aconsejar a melómanos que acudían a los ensayos. Bradomín, ¿llegaste a conocer aquello?", llamó Cayo mi atención. "Ya lo creo", dije.

"Pronto fue reconocido y respetado, comenzando a relacionarse con la gente bien. De entre aquellas surgió la amistad con una dama perteneciente a una familia que picaba alto y esposa de un titulado de reconocido prestigio. La cosa floreció y comenzaron a verse con frecuencia: solían citarse en el interior de una iglesia. Lo cierto fue que aquel hombre no alcanzó aquí la felicidad completa, pues tuvo la desgracia de entregar su alma a Dios (o al diablo, cualquiera sabe), en pleno éxtasis de pasión sobre la cama y en compañía de la dama ovetense; precisamente mientras la 'ilustraba' con lecciones prácticas de armonía y composición". "¡Vaya puntazo!" , dije. "¿Supongo que sería todo un escándalo?", crecía mi curiosidad.

"En los mentideros piadosos se hablaba de trastorno de personalidad. Creo recordar que el asunto fue despachado con una simple y sentida reseña en prensa sobre el fallecimiento del director y autor del himno del Día de América en Asturias. El entorno familiar quiso resolver la situación con ejemplar castigo. La señora acabaría dando con su palmito en un conocido centro monástico de Oviedo, en donde a base de trabajo y oración pudo purgar su pecado y corregir su descarrío. Del cérvido y damnificado esposo, nada supe".